Angelina fue mi único y primer amor. Aún recuerdo con claridad el día que la conocí. Fue en la casa de verano de mi abuelo algunos lustros atrás. Se encontraba jugando con sus muñecas en el salón principal mientras el resto de adultos a su alrededor conversaban de temas que no eran de su interés. Su imagen era la de un ángel caído del cielo. Sus mejillas y labios estaban naturalmente pintados con un cálido color rosado, su largo cabello rubio iba peinado en perfectos bucles que caían por sus hombros como una cascada dorada. Llevaba un vestido azul estilo marinero que hacía resaltar aún más sus vivaces ojos celestes. Me recordaba un poco a las muñecas de porcelana que coleccionaba mi madre. Tan pulcras y delicadas que daba miedo hasta mirarlas.
Cuando ingresé a la estancia, nadie notó mi presencia, solo ella. Parecía como si desde hace tiempo se hubiera dado cuenta de que llevaba mirándola con rostro embobado. Me dedicó una sonrisa antes de regresar su atención a los juguetes desperdigados en el suelo. Mis mejillas se tiñeron de un color carmesí que quise ocultar inmediatamente bajando la cabeza.
— Veo que encontraste tú solo el salón, Sebastian.
Detrás mío escuché la voz de trueno de mi abuelo, luego sentí su pesada mano caer sobre uno de mis hombros. En aquellos años yo era tan solo un niño flacucho, enclenque y retraído, totalmente diferente a mi abuelo, quien a pesar de su edad, era tan robusto como el roble que coronaba el jardín de la mansión.
Todos respetaban a Lord Lionel Trout, patriarca de la familia y el hombre más destacado de Barret Hill. Todos esperaban el momento de ser invitados a la mansión a tomar el té con el viejo león como le llamaban algunos de sus amigos y conocidos. Mi abuelo y nuestra familia entera habían construido aquel pueblo desde los cimientos, y por lo tanto todos nos respetaban y tenían en alta estima.
— Ven déjame presentarte a los otros.
Me dijo antes de hacerme una seña para seguirlo.
Con aquellos modales impecables que lo caracterizaban me presentó a cada uno de los asistentes a la reunión. Todos invitados por él como parte de la fiesta de bienvenida que se celebraría por mi llegada como nuevo residente de Trout Manor.
Mis padres habían muerto de tifus casi un mes atrás, y el único familiar que había aceptado hacerse cargo de mi fue mi abuelo. Aquello no me molestaba, quizá porque no lo conocía tanto como para que me desagradara. Desde mi más tierna infancia había tenido poco contacto con él porque nosotros vivíamos en la congestionada ciudad. A pesar de la distancia lo recordaba con cierta candidez y admiración. Quizá porque siempre que le veía me traía algunas golosinas y juguetes de sus viajes, o quizá porque su personalidad apabullante contrastaba con lo voluble que podía llegar a ser mi propio padre.
Tras una larga tanda de presentaciones y pláticas cortas, por fin llegamos a dónde se encontraban Angelina y su familia. Inmediatamente, sentí sus ojos mirándome como si estuviera buscando algo en mi rostrol. Ella me había reconocido y en su semblante podía notar que sentía cierta curiosidad por mi. Era el objeto nuevo dentro del paisaje habitual de la mansión.
A pesar de que lo intenté, me era imposible sostenerle la mirada sin sentir que los colores subían nuevamente a mi rostro. ¿Cómo iba a saludarla si me sentía tan avergonzado de que me viera?
— Lord Brahms, Lady Brahms. Me permito presentarles a Sebastian Trout, mi nieto.
Por algunos instantes me quedé congelado, olvidando cualquiera de las lecciones básicas de etiqueta y protocolo que me habían enseñado antes de mudarme a la mansión. Estaba tan nervioso que era incapaz de moverme o formular palabra alguna. Mi abuelo se aclaró la voz. Aquel gesto hizo que me despertara de mi trance. Tomé con torpeza la mano de Lady Brahms y dejé un beso en el dorso de esta. Ella río completamente encantada por el gesto. Estoy seguro que así no era como debía de comportarme, pero al menos ella pareció no reprenderme o tomarlo como una ofensa.
— Es todo un caballero.
Le dijo a mi abuelo, quien a su vez parecía complacido con mi comportamiento pese a la gran torpeza de este. Evidentemente no estaba acostumbrado a los usos sociales de la clase alta.
— Déjame presentarte a mi hija Angelina. Cariño, ven.
La dama hizo un elegante ademán para que su hija se acercara a nosotros. Ella, Angelina, se levantó del taburete en el que estaba para hacer una reverencia de forma tan grácil y delicada que sus movimientos eran casi étereos. O al menos así era como yo lo recordaba. Ahora que la tenía de frente, era mucho más hermosa de lo que se apreciaba desde la distancia. Había una especie de aura cálida y espectral en ella, como si fuera una criatura sustraída de un reino mágico.
Con una sonrisa acomodada ligeramente al lado de su rostro, extendió su mano con gesto coqueto esperando que yo la besara tal y como había hecho con su madre. Repliqué el gesto antes de separarme rápidamente sintiendo el rubor colorear mis mejillas por enésima vez. Me sentía tan indigno frente a ella, poco merecedor de aquellas atenciones. Estaba totalmente infatuado en ella.
— Mamá ¿podemos ir a jugar al jardín?
La escuché decir con voz tintineante como si de su boca saliera el sonido de un par de campanas de plata. Aquello me tomó por sorpresa, más aún cuando agarro mi mano con suma confianza para jalarme junto a ella afuera del gran salón.
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Editado: 18.08.2025