Él no era mío, ni yo era suya. Eso lo sabíamos desde el inicio, lo acordamos de una manera tan sútil que nunca se puso en duda que aquello cambiaría. Funcionaba, o al menos eso era lo que pensaba. Pero ¿cómo le limitas al corazón que no se enganche de una fantasía, de algo que sentías real?
Todo comenzó con un “hola” seguido de una pregunta y una respuesta. Una salida y mucha curiosidad de por medio. Así es como inician todas las historias, incluso las que están predestinadas a finalizar. Realmente no puedo entender por qué accedí a conocerlo en primer lugar, la poca información que tenía sobre él eran advertencias de lo que se podría esperar, pero el mal juicio lo tenemos todos. No, no fue el mal juicio, fue la atracción al peligro, de asumir el reto y añadir una medalla a mi álbum de experiencias. A pesar de ser consciente que ardería hasta la cruel asfixia, me lancé a las llamas. Porque quería, porque en mi libre albedrío no era ajena a que era una mala decisión y que irremediablemente saldría lastimada. Eso era lo que añoraba, amar de manera trágica como en las novelas de antaño.
Fuiste tu el primero en invitarme a salir. Yo no hubiese tenido la valentía para que fuera a la inversa. Yo estaba insegura, indecisa de aceptar. Acababa de salir de un torbellino amoroso y no estaba del todo emocionada por involucrarme con alguien nuevamente. Sin embargo, ¿y si era algo casual? ¿qué tanto daño haría? La curiosidad mató al gato, dicen, pero al menos murió sin quedarse con la duda. Terminé por decir que sí. Eran solo unos tragos, algo inocente que no podría salir del todo mal si lograba mantener la suficiente distancia. Supongo que confíe en que era mucho más lista que toda la programación romántica que nos hacen a las mujeres sobre el amor desde que somos muy niñas.
Cuando en medio de la plática sentí la conexión, inmediatamente supe que todo iría en picada. Por algún motivo esa sensación de fracaso predestinado me emocionaba, me picaba en el pecho. No eran mariposas, eran como chispazos de impaciencia. Aunque conscientemente cruzaba los dedos para que no sintieras la química, supongo que algo de mi te llamó la atención. A veces, aún con un dejo de ilusión, recuerdo el beso de esa noche. Fue apasionado, sí, pero hasta cierto punto se sentía como conocernos un poco más. Sería una orgullosa si no admito que crecieron algunas ilusiones en mí.
No me gusta admitirlo porque me veo como la típica fría y racional que sobrepone su lógica sobre el corazón, pero soy una chica enamoradiza. Sí, me he comido mucho el cuento del amor romántico, la tan poderosa herramienta para mantenernos a nosotras atadas a un sistema abusivo. Al día de hoy es algo que me genera conflicto, pero bueno, esa sensación la disfruto con cierto dejo de culpabilidad. Embriagarse en la locura que solo las ilusiones y falsos sueños pueden dar es una sensación adictiva. Un cóctel hormonal bastante similar al que desatan algunas drogas que también puede generar adicción. Como sea, ser tremendamente consciente es una carga porque ves tu propia caída.
Tengo muy presente la forma en la que me tomaste entre tus brazos, me aprisionaste contra mi carro mientras que nuestras lenguas intentaban conocerse como si en aquello fuera una parte necesaria de saber quién era el otro. Me estremezco ante la memoria del aroma que tenías ese día. Es curioso porque todo esto lo recuerdo con cierta nostalgia, más no con dolor o resentimiento. Después de aquella noche nos despedimos, deseosa de poder verte de nuevo.
Yo tengo la desgracia de ser ese tipo de persona que cuando quiero algo o tengo ganas de algo lo busco y lo consigo. Aplica para todo, amigos, amor, placeres culpables y no tan culpables. Seré caprichosa, aferrada o solo un poco intransigente, pero yo quería verte, solo quería comprobarme a mí misma que no me estaba haciendo ideas y que realmente te gustaba. Oh, la trampa de la validación. Quien diga que no ha caído en ella miente, y de forma desvergonzada.
A pesar de que teníamos ya una salida formal, me sentí tan tentada a contactarte de nuevo. Estoy segura que me vi tan desesperada. Salimos de nuevo a por unos tragos. Una noche fría de diciembre. Helada, diría yo. Para una chica del trópico fue un sacrificio enorme. La pasamos bien, al menos esa fue mi perspectiva. No puedo hablar por ti, pero realmente la pasé bien. He de admitir que recuerdo poco de la conversación, creo que quede algo tomada. Aún así, sabía que querías ir a bailar. Es un detalle que tendré presente y que por algún motivo me es imposible no relacionarlo contigo.
Mi memoria es realmente buena. Aunque con frecuencia pareciera que no tengo idea de algunas cosas o que no les presto demasiada atención, lo cierto es que guardo mucha información que utilizó cuando considero útil. Puedo recordar muy bien las cosas que a alguien le gustan, los lugares que quiere visitar, las historias que me han contado o los logros que han alcanzado. Sí, yo soy ese tipo de persona. Aún así, prefiero hacer que esa parte no exista.
¿Saben? Cuando recuerdas muchos detalles eso suele intimidar y asustar a las personas. Uno pensaría que lo normal es que a alguien le agrade ese tipo de comportamientos, pero lo cierto es que piensan que hay demasiado interés para personas emocionalmente entumecidas. Es por esto que inmediatamente supe cual sería el plan que aceptarías sin cuestionarlo.
Salir a bailar sonaba tentador. Deliberadamente omití que nunca fui buena bailarina, resolvería en la marcha, como siempre hago cuando quiero impresionar. Buscar un lugar, aunque no lo conociera, parecía ya ser bastante sencillo. Así ocurrió. Nada que internet no resolviera. Me cuestiono si puse más esfuerzo del interés que mostraban, sintiéndome culpable por mostrar interés. En esta era casi se siente como si querer a alguien fuese un pecado, una especie de ritual de iniciación.
#1757 en Otros
#357 en Relatos cortos
cuentos que tal vez no sean solo cuentos, sentimientos frases, cuentosbreves
Editado: 30.10.2025