Noches de Luna Llena (luciano D Carpinsor)

Prefacio

 

—¡No me quiero casar padre!—Helena hizo un berrinche mientras caminaba por la sala del consejo, pasando desde de un lado al otro sin secar. El ceño fruncido desfiguraba el rostro pálido y matizado, la tez albina y su rubor que ahora se producía por aquella decisión involuntaria a la que estaba siendo sometida.

Dio dos vueltas más alrededor del conde, su semblante era pálido como todos los vampiros que habitaban allí, —Tampoco es que tenía mucho de que escoger— se sujetaba fuertemente de un cetro hecho de oro, y portaba la seriedad que lo caracterizaba: por ello le decían demonio. Y porque no había muerto en todas las cruzadas que tuvo como joven, si es que joven, aplica en un vampiro. Su ropaje siempre era del más conservador, aún era de aquellos vampiros que optaban por usar túnicas largas con capas y miles de kilos de ropa, ahora se habían puesto de moda algo innovador, los pantalones. La corona de oro y otras joyas tan preciosas como el oro, hacia resaltar su palidez, a su lado musas que acompañaban su solitaria vida. Algunas mofaban a Helena por detrás del trono, sacando sus colmillos he incitándola a cometer un error. Pero ella no lo haría ni por lo más loca que estuviese.

—Tendrás que hacerlo, estas en edad, y tu madre no se pondría contenta si te viera de esa manera tan impresentable, insolente y bufa.

¿Era un regaño o una descripción? Helena respiro hondo para no perder el control y mandarlo al infierno, era su padre, aunque no se comportaba como tal, y la veía como solo un objeto que podía utilizar cuando le placiese pero no era así, ella como su madre, nunca se dejaba mangonear por nadie.

—Que este en edad no significa que me tenga que casar y tampoco quiero hacerlo, ese cerdo asqueroso del señor de la oscuridad, solo hará que la sangre corra en el bosque. Quiere dominar a todas las criaturas que viven allí, para someterlas y domarlas, solo quiere feudos y castillos, riquezas y poder, eso es malo, muy malo.—Declaro alejándose de su padre la más que pudiera. Porque…

De un solo salto casi que volando a donde estaba Helena, Amadeus saco sus colmillos e intento clavarlos en el cuello de Helena, pero se detuvo al recordar que era su hija la que estaba allí. Su carácter posesivo definía su actitud consagrada como arrogante. Tomo el cuello de helena y clavo sus uñas largas y macabras, casi que garras y la asfixio un poco, hasta que estuvo más roja que antes, luego la soltó empujándola contra la pared. Ella tosió un par de veces antes de recuperar la respiración, eso no la afectaba, era inmortal, pero sí que era horrible aquella sensación. Le quitaba el aire, y la aletargaba poco a poco.

—Cof… cof… No me casare padre. Prefiero morir de una combustión espontánea antes que casarme con él.—Amadeus le dio una bofetada con el dorso de su manda.

—¡Cállate!—Grito, las musas que estaban al lado del trono entraron en pánico— a tu habitación, y prepárate para el viaje que esta noche harás para presentarte al señor de las sombras.—Rápidamente cogió los brazos de Helena y la empujo hasta sacarla del consejo de guerra, luego abrió las colosales puertas de madera rustica y pesada, para echarla al pasillo— no vuelvas a entrar hasta que vayas a partir.

Los guardias cerraron las puertas, y Helena mascullo unas maldiciones, con el iris de sus ojos vuelto en rojo, la única manera de decir que estaba furibunda por dentro. Miro a la pared, allí yacía recostada la única amiga con quien podía contar, con un cabello verde que llegaba a las caderas, ojos azules amarillos que centellaban luz radiante, una sonrisa esbozada con labios rosados y portentosos. Alta, tan alta como la misma helena, y con orejas muy puntiagudas, siendo de las pocas elfos que quedaban en el mundo, resaltaba en aquel clan de vampiros, siendo ella la única que podía sacarla de aquel infame castigo y brindarle una sonrisa sincera, como lo estaba haciendo ahora, con su cuello ladeado, y sus ojos cerrados.

—¿Otra vez?

—¡Vaya mierda!—Exclamo Helena, guardando los colmillos adentro de su boca y cambiando el color de sus ojos, al normal, que era unos hermosos ojos celestes.

—Solamente tienes que ceder.

—¡Jamás!—Apunto rápidamente y le dedico una mirada atroz, ¿la estaba vendiendo?

Su amiga rio.

—¿Helena, no te quieres casar?

Ella resoplo.

—Uki, no quiero casarme con nadie, además soy muy joven apenas ciento veinticinco años.

Uki rio con parsimonia.

—Ven vamos a tu cuarto ten pondremos bonita para el señor de las sombras.—Bromeo la peli verde.

Helena puso los ojos en blanco. Para ser un elfo, sí que tenía un buen humor, en el bosque tal vez habitaban muchos como ella pero desde que la conoció no quiso abandonar el castillo.

Amigas echas por la casualidad.

 

—¡Preparaos para la cacería!—Grito el comandante de tropa en la montaña del norte, en aquella cueva en donde habían sido contenidos por la exterminación de hombres lobos, sobrevivían en la miseria y el yugo opresor del hambre e imposibilidades.

El comandante de la tropa era un lobo caracterizado por ser alfa, ordenaba y clasificaba, mandaba y dictaminaba, más se podía contar con él si algún lobo solitario, omega o nómada, pasara por la cueva y pidiera ayuda, desde que el gremio de aventura se había abierto las cosas para la comunidad de lobos, era un poco menos pesada, y podían comer con dignidad, cosa que no hacían desde hace varias lunas.




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