Noches de Luna Llena (luciano D Carpinsor)

20

 

—No tengo mucho que dar, pero sé que estar debajo de una cueva debe ser horrible, no poder ver las estrellas o estirar las alas debe ser muy feo, poder volar y no hacerlo una tortura,—Mau inspiro el aire— y estar en un lugar tan húmedo debe producir caspa y malos olores. Lo que quiero decir, es que puedo ofrecerte una nacionalidad, y un banco en donde depositar todo este oro sin necesidad que lo tengas escondido, a sabiendas que otro dragón puede venir a matarte y llevárselo todo.

El Dragón volvió a arquear una ceja.

—¿Nacionalidad? ¿Lobo?

—No… el país de la libertad, donde todos pueden ser como en la utopía. Amar libre mente, vivir libremente y tener una familia libremente.

El dragón se aclaró la garganta, hacia desde hace cuatro años que no probaba una gota de agua. Mau le extendió la mano.

—He viajado por muchos lugares del mundo y nunca he visto nada así, no me traen beneficios, y los bancos no creo que me vayan a dar una buena protección a mi dinero.

—Entonces hazlo para poder volar por el cielo libremente sin ser asediado por paladines y guerreros.

El dragón tenía que admitir que no era broma aquellos ideales, no podía volar sin ser asediado por muchos asesinos, volar con libertad sí que ansiaba, volver a levantarse en el cielo como un dragón milenario, eso dejaba mucho de ansiar y lo llenaba de ansiedad.

¿Pero podía confiar en esta ciudad?

—Hace tiempo que no vuelo con libertad.

—Sí, porque no te unes, tenemos duendes, una druida, hombres lobo, vampiros, cambiantes, humanos y lo mejor de todo es que viven en armonía. Nadie es más que otro, ni nadie esclavizan a nadie, todos cooperamos con las labores de la aldea y vivimos en prosperidad.

El dragón observo su oro, había estado allí por los últimos tres siglos y aunque era una cueva maravilloso quería también volver a ver los rayos del sol.

—Me imagino que vivir en la soledad no es bueno, sabes hay muchas chicas en la aldea, seguramente te podrán gustar alguna.

Mau elevo las manos para estrechar su mano.

—¿Que dices? ¿Te arriesgas?

Soledad o prosperidad, aburrimiento en una vida longeva o una vida de acción y aventura como cuando los dragones gobernaban los cielos.

Había pasado mucho tiempo desde eso.

—Me arriesgo.—Se echó para adelante y tomo la mano de Mau—, te ayudare quiero ser parte de esa aldea a la mierda el aburrimiento de estas cuatro paredes quiero luchar.

Mau le brindo una sonrisa.

—¿Cómo te llamas?

—Tengo muchos nombres… devastador, destructor, saqueador, pero me gusta que me llamen Vladimir.

—Entonces Vladimir bienvenido a la ciudad de la libertad.

—Es un nombre muy largo cámbialo—sonaba más como una orden que como un consejo, pero era un dragón Mau tampoco se dejaba llevar por las apariencias.

Podía decirse que tenía el genio de un dragón y no era broma.

—¡Entonces vamos! No tenemos mucho tiempo para rescatar a Helena.

—Un momento…—Vladimir sello las puertas y entradas a su escondite con magia y luego miro a Mau— tengo que cuidar mi oro.

Mau resoplo entre una brisa burlona.

—Sabes que estamos en pleno siglo catorce, hay bancos.—Mau torno los ojos.

—Se lo que son, pero no confió en ellos. Los pueden robar.

—¿Pero nunca has abierto una cuenta en el banco?—Mau cruzo sus brazos.

—Yo era el que los robaba.—Vladimir empezó a transformarse en un dragón— sube a mi espalda será más rápido no quiero caminar.

Enseguida cuando el dragón estaba trasformado, Mau subió a su espalda.

—Agárrate que tengo mucho que no vuelo.

El dragón estiro sus alas, eran como de catorce metro de largo, y luego aleteo tan rápido que apenas pudo ver, Mau estaba sorprendido, eran tan grande y se podía mover tan rápido, exudaba poder, inmediatamente  una roca se abrió encima de ellos, dejando una apertura perfectamente cilíndrica que apuntaba al cielo. Casi como la boca de un volcán.

—¡Es mi salida de emergencia chico!

Vladimir se elevó más en la cueva hasta que se impulsó con todas sus fuerzas y luego salió disparado de la cueva al cielo…

Mau se aferraba fuertemente de las orejas de Vladimir para no caerse, cuando estuvo en el aire pudo visualizar lo monstruoso que era, debía medir treinta metro de largo, pero no era como los dragones chinos, que lucían un cuerpo flaco y largo, para nada, Vladimir tenía un cuerpo más bien rechoncho pero sin barriga, solo una tabla en su estómago, y una piel blindada de color negra que se podía confundir con la noche. Su cola media como diez metro más de largo, y sus ojos brillaban. Patas largas y musculosas que seguramente habían destruido miles de carrozas de guerra en la antigüedad.

Un gruñido tan grande y feroz se dejó escuchar por todas las direcciones.




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