Noches de Luna Llena (luciano D Carpinsor)

54

Y así tras la noticia perturbadora de aquella matanza de vampiros y lobos, pasaron nueve meses.                                                                                                     

Mau daba pasos de incertidumbre, la sala estaba llena de personas, dos generales de la corte y Víctor, Helena iba a dar a Luz, Mau acariciaba con sus manos el crucifijo que le había regalado su difunto padre, los pensamientos estaban a flor de piel, como los gritos tan intensos que daba su sollozante amada, iba entrar a ese cuarto, pero a sabiendas que Víctor y demás generales lo sacarían a rastras, era lo único que le impedía poner un pie en la habitación, los generales lucían impasibles, seguramente ya habían tenido hijos, pero para Mau, todo era nuevo, y ahora no solo temía por el bienestar de su pequeño, sino también el de su amada. No podía debatirse internamente los sentimientos propios que a sublimes pasos inundaban su corazón, en una malgama de desenfrenada incertidumbre. Por un lado, sentía angustia, y dolor, escuchar a su amada vampira sollozando solo le daba rabia y pena, imaginaba su rostro desfigurado por la posición a horcajadas en la que estaría, y el dolor delirante de su interior. También tenía miedo; que su hijo sufriera o su mujer saliera lastimada en el proceso.

Los gritos de Helena se hacían más fuerte y podían atravesar las paredes de aquella sala de emergencias improvisada. El niño como siempre, llego en el momento menos preciso.

Mau casi se dejó dominar por la ansiedad y pensaba en entrar a la habitación, pero fue detenido por Víctor quien puso una mano en su hombro, tras dedicarle  una mirada de  honestidad.

—Tranquilo estará bien, sabes yo acompañe a tu padre cuando tu naciste…

Claro Víctor estaba desde su nacimiento siempre a su lado como el escudero del príncipe en los cuentos de hadas, él era cien años mayor que Mau.

—Lo sé, pero es casi que imposible no ir tras ella.

La mirada de Mau destilaba dolor, agudo, intenso, insoportable, creciente como la espuma,  y no era todo, escuchar los gritos de su mujer y no poder hacer nada, lo hacían sentir más incapaz.

—Tranquilo Mau, las cosas deben ser con calma. No llegaremos a nada si nos apuramos, es por el bien de tu hijo.

Y esas mismas palabras repitiéndose por tres horas repercutían en su cabeza como un eco que ya se estaba haciendo algo fastidioso.

La comadrona que ayudaba a dar a Luz a su hijo salió con las manos ensangrentadas y una cara de espanto, como si se hubiera enfrentado al peor parto de su vida, y no era mucho menos.

Mientras se quitaba la sangre de las manos, y un pañuelo de tela gruesa de su cabeza, los generales infundían el pánico en sus miradas, esperando las noticias de la mujer.

—Señor presidente su esposa esta fuera de peligro, puede pasar a verla.—Todos hicieron una bulla de júbilo. Mau rápidamente atravesó la cortina que hacia como puerta y paso su mirada por la habitación. Helena estaba acostada en la cama, con su rostro tan rojo como sudoroso, sus piernas apenas podían moverse, y su sonrisa estaba en su punto máximo, se le podían ver los colmillos con facilidad.

Aunque yacía de esa manera tan estropeada, para Mau seguía siendo la más hermosa de todo el país. Tenía aquella sonrisa que le hacía ver su fuerza interna, su ser manifestándose en esa sonrisa dibujada en su semblante, en su rostro pálido y pusilánime, en sus ojos brillantes como las piedras preciosas, como los zafiros, en sus brazos cargaba a su hijo, vaya las emociones casi tomaban el cuerpo de Mau, tuvo que hacer un esfuerzo abismal para no saltar a ella como lo haría con una presa. Con los ojos llenos de lágrimas, Mau se siguió acercando lentamente, Helena lo miraba con calma, con su barbilla llena de orgullo.

—¡Helena!

Mau se acercó a la cama y se arrodillo con gracia para estar al nivel, cuando estuvo cerca de Helena, paso una mano por su espalda, estaba tan caliente como sudorosa, sus cabellos se aferraban a su frente, llena de sudor, brillosa y agotada. Con parsimonia paso una mano por su cabello para acomodarlo un poco, y luego vio las mantas donde moraba un pequeño lobo… un pequeño bebe que lanzaba patadas y chillaba al mismo tiempo. Mau con el cuidado que pondría para tomar una mariposa en las praderas, con ese mismo cuidado, puso una mano en la manta. Su hijo era pequeño y blanco como su madre, tenía los ojos oscuros y el cabello castaño…

—Lo has hecho bien Helena—La miro.

Mau tenía los ojos llenos de lágrimas, y la emoción ferviente, que casi, no podía contener.

—¡Tú también Mau!

Su vos era tan ronca que apenas podía mencionar algunas palabras sin que se lastimara la garganta, el parto ciertamente la había desgastado.

Helena le dio al bebe en sus manos.

Mau con cuidado lo tomo de sus pequeños y delicados brazos, sin embargo también tuvo miedo de hacerle daño por la fuerza bruta de sus manos.

Sintiendo aquel calorcillo que emanaba el cuerpo de si hijo, sintió como el amor que le había dado a Helena los últimos meses, se materializaba, se unificaba, una tanto de ella y un tanto de él, las dos personas que se hacían una, ese pequeño cachorro mitad vampiro y hombre lobo, marcaba el nacimiento de una nueva raza, tal vez nunca antes nadie hubiera visto un cruce entre razas enemigas, pero paso. Y, sin ningún tipo de vacilación Mau lo protegería. Con sus brazos temblorosos lo acerco a su rostro, viendo perfectamente como lucia, él bebe se estremecía en sus brazos antes de comenzar a llorar, Helena rio al ver como Mau no sabía ni lo básico de cómo cuidar a un niño, pero le quedaría tiempo de sobra para aprender, por eso ella no tenía que preocuparse.




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