Sigiloso en cada paso que daba para avanzar hacia donde lo llevaran sus pies, Paul intentaba hallar tan siquiera a una persona que le diera pistas de su madre. Recordaba muy bien el nombre de aquella mujer, por lo que, se acercaba a las personas con cuidado, pero inspirando confianza en los demás para preguntar por Nicoleta.
Ignorando que Razvan iba tras su paso, Paul seguía en su desesperado intento por hallar a su Nicoleta. Quería verla por lo menos desde la distancia al no poder encararla o en el peor de los casos, hacerle daño por causa de su maldición. Aquello era algo que Paul quería evitar a toda costa.
El joven insistía en obtener respuestas sobre el paradero de su madre, pero a pesar de la confianza que transmitía a los lugareños, nadie quería darle información de la mujer. Paul se estaba cansando y pensaba que aquello por lo que tanto se había esforzado no valía la pena.
«Este viaje fue en vano, creo que es mejor que regrese al monte», pensó mientras empuñaba sus manos en señal de decepción. Paul estaba triste, estaba acongojado por haber realizado un viaje en el incluso resultó lastimado, y que del mismo modo no hallaba respuestas de Nicoleta Dragomir-Sigmaringen.
En ese momento, el viajero tomó asiento debajo de un frondoso árbol que estaba sembrado a un costado del camino. Se cruzó de brazos y ancló su mirada en el suelo mientras suspiraba y pensaba en como volver a casa. Eran noches de luna llena y era la época del peligro no solo para las personas de aquel pequeño lugar, sino que también para él como el hombre maldito que era.
Paul permaneció allí aproximadamente por dos horas. Se distrajo viendo a unos niños jugar a lo lejos con un perro de raza pastor de los Cárpatos. Se veían tan felices con su mascota que al verlos desde lejos, Paul sintió algo dentro de él como si quisiera ir a jugar con los niños. Aquello era algo que por más que quisiera hacer con la mejor de las intenciones, no podía. Solamente quería ser feliz por un instante al ver que su infancia no fue normal, pero esa maldición que lo condenaba era motivo suficiente para no acercarse a los infantes.
A eso de las once de la mañana, mientras Paul dormía un poco debajo del árbol, un sujeto lo observaba desde el interior de un pequeño carruaje que transitaba por el lugar. El hombre ordenó detener el curso y se bajó del carruaje para ver a Paul de cerca. Allí se dio cuenta de algo que lo dejó asombrado al percatarse de una marca que el joven tenía en el cuello. Para despertarlo, el elegante sujeto tomó la piedra más pequeña que encontró y la arrojó al muchacho.
—¡Despierta! —exclamó.
Paul abrió sus ojos lentamente y reparó al hombre quien vestía un elegante atuendo conformado por un pantalón ajustado al cuerpo y un abrigo de color negro. —¿Quién es usted? —preguntó.
—Soy yo quien debe hacer esa pregunta. —El hombre se acercó al joven y con el bastón señaló al cuello de Paul —me causa curiosidad ver que tienes una marca en tu cuello. ¿Puedo saber tu nombre?
—Paul. —dijo el muchacho cubriendo el lunar de su cuello. —¿Qué pasa con la marca?
El hombre le pidió a Paul levantarse, cuando este lo hizo, el sujeto le mostró la misma marca. Paul se quedó anonadado al ver que el elegante hombre era portador de aquella marca que según su padre era heredada de Nicoleta.
—Le preguntaré por segunda vez, ¿Quién es usted?
A lo que el sujeto respondió —Sorin Dragomir-Sigmaringen, y esa marca es de mi familia. —señaló el lunar de Paul.
Estupefacto ante las palabras de Sorin, Paul retrocedió hasta chocar con el tronco del árbol. —¿Dragomir-Sigmaringen? ¿Entonces es usted familiar de Nicoleta?
Sorin miró fijamente a Paul y recordó aquel embarazo de su hermana antes de ser desheredada. Sin pensarlo, le pidió al joven subir al carruaje para llevarlo a casa. Paul se negaba, pero al ver lo persuasivo que era Sorin, no tuvo otra alternativa más que acceder a la petición del hombre.
—Dime algo, Paul —habló Sorin mirando fijamente al muchacho —¿Por qué buscas a Nicoleta realmente?
—Ella es mi madre.
Sorin guardó silencio y no volvió a pronunciar una palabra hasta llegar a casa. Paul por su parte, solo miraba el paisaje y a los pastores a lo lejos cuidando sus rebaños. El muchacho sentía curiosidad por el lugar, veía cada detalle. Era su primera vez en aquella zona de Transilvania.
Al llegar a la casa de Sorin, ambos bajaron del carruaje. Paul observó lo enorme del lugar y lo magnífico que era el exterior de la casa; con techo de hojalata, un mirador espacioso, arcos trilobulados, pilares de madera y pintura blanca. Todos esos detalles y pequeños acabados de la casa, enamoraron a Paul sobremanera.
Sorin invitó a Paul a entrar a la casa. El interior era todavía más hermoso. El muchacho quedó encantado con los adornos de cerámica en los pasillos.
—Espera aquí —demandó Sorin mientras subía por las escaleras.
Paul permaneció de pie en medio de la sala de estar observando los adornos de la casa de Sorin. —Esto se ve muy elegante y parece digno de la realeza. —allí recordó que una vez su padre le dijo que Nicoleta era descendiente de la realeza rumana. Por lo que, sabía que en esa casa encontraría respuestas.
Un par de minutos más tarde, Sorin bajó acompañado de Georgescu y Cosmina. Ambos se acercaron a Paul y vieron el lunar que este tenía en el cuello. El padre de Nicoleta supo de una vez que aquel joven era el bebé que su hija menor llevaba en el vientre cuando la desheredó por su deshonra.