Con la intención de invitar a Paul a desayunar antes de su partida, Georgescu bajó hasta la habitación en la que el muchacho se hospedaba. El visitante no se veía muy saludable; tenía la piel pálida y unas enormes ojeras llamaban la atención de los habitantes de aquella enorme morada.
Para no inquietarlos, el chico dijo que lo mejor era continuar con su viaje, pero los Dragomir sintieron compasión y le pidieron pasar un par de horas más. Ellos eran conscientes de que Paul era su nieto, y hasta ese entonces comenzaban a arrepentirse de la decisión que tomaron años atrás cuando aquella inocente criatura apenas se formaba en el vientre de Nicoleta.
Paul se negaba a aceptar, pero los Dragomir lo convencieron. Para no estorbar, dijeron que lo llevarían hasta su casa, allí le hablarían con más detalle de aquella mujer que tanto buscaba. Solo de ese modo, los padres de Nicoleta lograron convencerlo de quedarse.
Al salir de casa de Sorin, Paul observaba detenidamente cada detalle del vecindario. Junto a sus abuelos, subió al carruaje y emprendieron su recorrido hasta lo que alguna vez fue el hogar de Nicoleta. Cuando llegaron al lugar, Georgescu guió a Paul hasta la habitación de su madre.
—Esta fue su habitación de toda la vida. Puedes descansar aquí si así lo deseas. —habló Georgescu —no es seguro que estés solo por las noches sabiendo que esos horribles monstruos acechan en las calles.
—No quiero molestar, solo continuaré con mi viaje aun cuando anochezca. Nada malo va a pasarme, puede estar tranquilo. —pronunció el joven de la manera más educada posible. —agradezco su hospitalidad, pero debo irme.
Paul bajó al primer piso y sin despedirse de los demás, salió de casa de los Dragomir. Lo único que llevaba con él, era el nombre de Nicoleta grabado en su mente y una delgada vara de madera que encontró tirada a un costado del camino aquella mañana.
El joven viajero miraba a todas partes con la esperanza de encontrar una pista de su madre, o más difícil aún, verla en persona en la calle. Preguntaba una y otra vez por Nicoleta Dragomir-Sigmaringen, pero nadie daba respuestas del paradero de la adinerada mujer. Paul estaba cayendo en un cuadro depresivo por no hallar aquella anhelada pista de la mujer que lo trajo al mundo.
Paul desistió ese día y se refugió un poco lejos de las personas para pasar la noche, ignorando que su padre rondaba por las calles de Transilvania tras sus pasos y que aquella misma noche, ambos pasarían el mayor susto de sus vidas.
Alrededor de las nueve y cuarenta y tres de la noche, Paul se encontraba acostado sobre la gruesa rama de un frondoso árbol a varios metros del camino que conducía hacia el nororiente de Transilvania. Sin saberlo, ese era el camino que debía tomar para encontrar el paradero de su madre, pues Nicoleta vivía hacia esa dirección.
Oculto entre las hojas de los árboles, Paul divisaba a una enorme bestia que merodeaba cerca de donde él se encontraba. Creía saber de quién se trataba, por lo que sigilosamente, bajó del árbol y caminó con mucha presteza hasta llegar a cierta distancia en la que se sintiera seguro.
—¿Podrá ser él? —susurró, escabulléndose entre un pequeño arbusto cercano al árbol en el que minutos antes se ocultaba.
Paul sospechaba de que aquella bestia podría tratarse de su padre, pero a pesar de ello no se atrevió a dar un paso más y pensó que era mejor permanecer detrás del arbusto hasta cerciorarse de que el peligro pasara. De la forma más sigilosa posible, Paul daba suaves y silenciosos pasos siguiendo el rastro de aquella bestia peluda en medio de la noche. Con mucha presteza, el joven errante intentaba mantener la distancia, pues, tenía la ligera corazonada de que era Razvan buscando por las calles de Transilvania.
«Tengo que ser muy precavido si quiero conservar mi vida», pensó Paul a sabiendas de que la maldición que él y su padre padecían, los convertía en seres completamente inconscientes bajo aquel estado licántropo durante las noches de luna llena. Aunque, se tratara de su propio padre, si llegaba a encontrarse de frente con él, estarían en graves problemas a tal extremo de perder la vida en un abrir y cerrar de ojos.
A varios metros de distancia, Paul notaba que aquel enorme licántropo parecía olfatear al aire como si supiera que había una presa cerca de su ubicación. El joven pensó que fácilmente podía tratarse de él o de algún lugareño ignorante del peligro al que estaba expuesto aquella noche. Sin embargo, no pensó que su atrevida hazaña de seguirlo, le causaría el mayor susto de su vida.
Paul estaba cegado por la curiosidad, sentía la necesidad de ver a la bestia aún más cerca. Para evitar sufrir su típica y dolorosa transformación esa noche, el joven evitó a toda costa mirar a la luna llena. Sabía que, de hacer aquello, podía causar estragos en Transilvania, cosa que Paul no quería por lo menos hasta después de encontrarse con su progenitora.
En medio de su sigilo, Paul se descuidó dando un paso en falso. Aquel movimiento brusco debido a la pérdida de equilibrio en su silencioso andar, el joven hizo ruido,captando la atención de la bestia que merodeaba por las calles de Transilvania en busca de una indefensa víctima para devorar.
El hombre lobo de enorme tamaño volteó, anclando su mirada en Paul. —¡Maldita sea mi suerte! —exclamó el muchacho, corriendo de regreso a su escondite.