Una semana después de la terrible muerte de Velkan, Paul regresó a Transilvania para continuar con su venganza. No conforme con haber devorado a su hermano por quitarle la vida a Razvan, el condenado licántropo quería acabar con la vida de quienes é consideraba cómplices del esposo de su madre.
Entre balbuceos y sollozos, Paul todavía lamentaba la ausencia de su padre y cada vez que recordaba aquella noche helada, enfurecía sobremanera. Además de eso, el joven no soportaba que varios habitantes de Transilvania acabaran con la vida del resto de sus amigos y parientes, aún cuando estos jamás le hicieron daño a los transilvanos por mucho tiempo.
Paul seguía quejándose una y otra vez mientras que su odio se hacía más grande. Pensaba en darle una lección a todos los habitantes por haberse metido con su grupo, en especial con su padre; aunque muchos no tenían la culpa pues no eran conscientes de la muerte de Razvan en el momento en que el ya fallecido Velkan le había disparado.
—¡Malditos sean todos! —decía mientras empuñaba sus manos con tanta fuerza que en determinado momento se hizo daño en una de las manos. —Pronto volverán a sentir mi ira así me cueste la vida.
Paul esperó pacientemente a que la luna estuviera en su fase de luna llena. Mientras tanto, se mantuvo oculto de los lugareños que aún lo cazaban de vez en cuando en lo más profundo del bosque. Para evitar un desagradable encuentro con aquellos transilvanos asustados y enfurecidos a la vez, el licántropo decidió moverse por varios días hacía lo más alto de la colina en la que estuvo tiempo atrás.
Desde allí, podía observar las antorchas de aquellos lugareños mientras se desplazaban entre los árboles buscándolo; ignorantes de que jamás lo iban a encontrar porque obviamente no estaba allí. Paul sonreía con maldad, se burlaba de los hombres que con exasperación caminaban en búsqueda. Pensaba en que aquellos habitantes de la Transilvania renacentista eran unos completos idiotas que no sabían a quién se estaban enfrentando.
Cuando finalmente la luna cambió de fase a luna llena, Paul no dudó en regresar a Transilvania y continuar con su cacería no importándole si le quitaban la vida. Lleno de furia, el joven ermitaño se dispuso a caminar sin descanso hasta llegar a la ciudad. Entre la oscuridad de la noche y acompañado del canto de uno que otro grillo a la distancia, Paul se escabulló hasta ubicarse en la casa de su madre y esperar la hora adecuada para volver a atacar.
Mientras tanto, al interior de la mansión, Nicoleta y su esposo cenaban en compañía de Viorica. Los tres aún seguían sin superar la muerte de Velkan por causa del temido hombre lobo que deambulaba por las calles cada cierto tiempo.
Ivantie casi no hablaba con Nicoleta y eso era algo que incomodaba sobremanera a la mujer. Por su parte, Viorica intentaba entablar uno que otro tema de conversación para lograr que sus padres intercambiaran por lo menos un par de palabras.
Al darse cuenta de que nada resultaba como ella esperaba, la señorita terminó su cena y subió a su habitación. Viorica estaba ignorante de que en el exterior de su morada, Paul la vigilaba. En el fondo, no quería lastimarla pues pudo percatarse de que ella sintió compasión por él la noche en que Velkan asesinó a Razvan. Paul pretendía dejarla ir para no devorarla, quería perdonarle la vida, pero sabía que si no actuaba a tiempo para advertirle, no habría marcha atrás para darle ventaja de abandonar Transilvania e irse a un lugar a donde él jamás pudiera encontrarla.
Paul seguía entre las sombras observando la casa, luchando en su interior por mantener la calma a pesar de su ira descontrolada. La ausencia de su padre lo hacía perder la cordura, y eso empeoraba las cosas al convertirse en la temible bestia bajo la luna llena.
A eso de las once de la noche, Paul vio la luz de la habitación de Viorica apagarse. La joven guardó su lámpara de mecha y se acostó a dormir, pero antes aseguró las ventanas para evitar una sorpresa desagradable como su hermano ingresando por el balcón para devorarla viva, tal y como hizo con su desafortunado hermano mayor.
Cuando finalmente Viorica estaba sumergida en un profundo sueño, Ivantie y Nicoleta caminaban con cautela por el pasillo para no despertarla. En ese momento, la mujer se detuvo en la puerta de la habitación del fallecido y sintió una enorme tristeza por su hijo. Solo le importaba él y Viorica, rara vez recordaba que Paul también era fruto de su vientre aunque ella todavía quisiera negarlo.
—Nicoleta —pronunció Ivantie en repetidas ocasiones, intentando llamar la atención de su esposa. —Vamos a dormir.
Nicoleta obedeció a la orden de su esposo. Asintió y sin protestar caminó detrás de él hasta llegar a su habitación. Ella intentaba no hacer enojar aún más a Ivantie, pues él estaba molesto debido al oscuro secreto que Nicoleta le ocultó desde siempre. Aunque le molestaba más la forma en cómo se enteró de las cosas.
En el fondo, Nicoleta estaba asustada sobremanera, pero intentaba manejar la situación a pesar de la actitud de su esposo. No quería perder lo que quedaba de su familia, pero lo que estaba por suceder esa noche, causaría en ella una enorme tristeza, cosa que a partir de ese momento iba a consumirla el doble.
Esa misma noche, Paul iba por Ivantie. Aunque él no disparó el arma, sabía que si lo devoraba causaría un enorme sufrimiento en su madre. Paul cambió de parecer de la manera más drástica y cruel posible. Antes anhelaba acercarse a su madre, ahora solo quería arruinar su vida por venganza.