—Dios mío, ¿Qué he hecho? —se preguntaba Nicoleta una y otra vez, quebrada por el llanto.
Desconsolada y con la falda de su vestido empapada por las lágrimas, la mujer sentía algo más que tristeza; sentía vergüenza por el pecado que cometió un par de décadas atrás en lo profundo de aquel bosque. Mientras tanto, su hija, quien estaba siendo poseída por el terror y la zozobra, miraba hacia todas direcciones como si estuviese buscando a Paul en medio de la temible soledad de Transilvania.
Resguardadas en la casa de los padres de Nicoleta, la mujer y su hija no dejaban de sentir el inmenso temor que las acompañaba desde la noche anterior. Las damas de alta sociedad, no bajaban la guardia ante el retorno de Paul y su ira por la desgracia ocurrida con su padre. Ambas sabían que tarde o temprano, el licántropo las hallaría y devoraría sus cuerpos sin compasión. El solo hecho de pensarlo, aturdía sobremanera a Nicoleta, pero sobre todo, la joven Viorica.
Mientras Nicoleta seguía lamentándose por lo que hizo años atrás con Razvan, Viorica pensó que salir a caminar en el patio de casa de sus abuelos, sería una buena idea para despejar la mente y desprenderse un poco de la realidad. Tal vez así, al tranquilizarse, sentiría que su corazón dejaría de latir a millón, y en medio de su caminata entre el jardín, llegaría a su mente una gran idea para acabar con aquello que atormentaba a su madre.
Viorica sentía el deseo de escapar de Transilvania para siempre, pero pensó en su familia, en especial su madre. A pesar de que escapar del lugar parecía sencillo para la joven, ocultarse de su despiadado hermano mayor no iba a ser tarea fácil. Ella sospechaba que, de algún modo, Paul la encontraría así ella cruzara el océano entero escapando de su cruel destino si llegase a toparse con el licántropo rencoroso.
Con su mente desconectada de la realidad por completo, Viorica ignoraba el llamado de su abuela, quien muy preocupada le pedía que ingresara a la casa. Minutos más tarde, la señorita reaccionó al ver que su abuela estaba justo en frente de ella hablándole con ternura.
—Sabes que no es bueno que estés aquí afuera sola. —mencionó Cosmina —por favor, entra.
—Pero es de día, no creo que Paul aparezca por aquí a plena luz del sol sabiendo que lo pueden asesinar. — respondió la joven —sería muy arriesgado de su parte, ¿no crees?
—No. Tuve la oportunidad de conocerlo y pude percatarme de su astucia. Por eso te pido que por favor ingreses a la casa. Pídele a tu abuelo que te preste un libro si no quieres pensar en lo que ocurre.
Viorica no quería leer, en realidad no quería hacer nada. La joven estaba desmotivada desde que su hermano perdió la vida, solo quería dormir todo el tiempo. Ella sabía que eso era algo que jamás podía hacer, sabiendo que Paul andaba suelto por las calles y que tal vez, por cosas del destino, podía llegar en cualquier momento a casa de los Dragomir-Sigmaringen y devorarla del mismo modo que su hermano y su padre.
Así transcurrió el día, pensamientos aterradores y deseos de huir era lo que dominaban las paredes de aquella lujosa casa renacentista. La noche cayó de golpe y la luna comenzaba a reinar en la soledad y la nostalgia nocturna de Rumania. Los lugareños se preparaban para la llegada de su indeseado visitante infernal. Así lo llamaban algunos, quienes decían que aquel monstruo era un emisario del demonio para causar terror en las pacíficas calles de Transilvania.
Mientras los transilvanos se armaban con trinches y antorchas, entre otros artefactos filosos y puntiagudos, Paul se acercaba con sigilo a las casas que estaban cerca al bosque. Con el ceño fruncido y sus sentidos a tope, el joven iba en busca de su madre, que, para la desgracia del chico, no estaba en su casa y su paradero actual era desconocido para él.
Paul no dudaba en usar su olfato, como un sabueso buscaba el aroma de su madre en el viento. Debía aprovechar aquella noche, pues la luna estaba por cambiar de fase, por lo cual tendría que esperar nuevamente para acechar entre la oscuridad de las calles para terminar lo que alguna vez comenzó.
Como el joven sabía que lo estaría esperando en casa de su madre, decidió desviarse evadiendo a los lugareños aterrados y enojados a su vez. Pese a que buscaba a su madre con desespero, Paul no hallaba rastros de ella por lo que decidió buscarla durante el día, pasando desapercibido ante los lugareños.
Así, transcurrió una semana entera sin tener pistas de Nicoleta, por lo que el joven maldito comenzó a sentirse desanimado.
A la semana siguiente, Paul regresa al corazón de Transilvania para seguir en su ardua labor de búsqueda. Analizaba detenidamente el perímetro y con sigilo, reparaba detenidamente los rostros de los habitantes para ver si por alguna casualidad del destino, podía encontrar a su madre o al menos a alguien que pudiera guiarla hasta ella sin darse cuenta.
Como ya el tiempo se había agotado, Paul pensó que seguir buscando era inútil, pues necesitaba de aquella específica fase lunar para lograr su objetivo. El joven pretendía asustar a su progenitora, pero en ciertas ocasiones quería devorarla por venganza. Poco a poco, el joven se daba cuenta de que aquel deseo de acercarse a la mujer que lo trajo al mundo en busca de respuestas, se iba convirtiendo en un siniestro deseo de asesinato de la forma más cruel e inhumana jamás registrada en la historia del pueblo de Transilvania.