Noches de luna llena: sed de sangre y venganza

El destino está a mi favor

A la siguiente luna llena, Paul se dispuso a retomar su labor de búsqueda entre las calles de Transilvania. Retomando una vez más sus salidas nocturnas, al joven parecía no importarle si los cazadores lo capturaban y lo quemaban vivo. Él solo quería cumplir con su promesa de venganza y no iba a detenerse sin lograrlo. 

En una de esas noches de caminata sobre la espesa y fría niebla, acompañado de la luna llena y su intensa luminosidad, Paul seguía a paso lento evitando ver al cuerpo celeste en la bóveda nocturna. De ese modo, podía conservar su forma humana para así continuar buscando a Nicoleta sin levantar sospechas o atraer la atención de los curiosos que, de vez en cuando, se asomaban por las ventanas con la esperanza de poder ver a la peligrosa criatura y alertar a los vecinos de su presencia. 

A Paul comenzaba a  importarle poco o nada si alguien lo veía deambulando cerca del caserío. Su único objetivo era hallar a su madre de cualquier modo, así perdiera la vida en el intento. 

Pasados los días, Paul logró dar con el paradero de su madre. El joven se dio cuenta de que Nicoleta se ocultaba en casa de sus padres y todo gracias a la imprudencia o más bien, desobediencia de su hermana menor. Viorica decidió salir a dar un paseo por los alrededores de la casa de sus abuelos, olvidando que por cosas del destino, podía ser vista por Paul, exponiendo de ese modo su vida y la de su familia. 

Viorica pensó que si salía a caminar durante el día, jamás encontraría a su hermano. Ignorante de los cambios de planes de Paul, la joven de cabello cobrizo quien se veía radiante y llena de alegría aquella mañana, no se percató que de todo el tiempo había sido observada por su hermano. Pensaba que la luz del sol era suficiente protección, dejando en el olvido que Paul sólo sufría su maldición durante la noche y por lo tanto, los rayos del Sol no le causaban daño alguno. 

Dispuesta a emprender su caminata sin rumbo alguno, Viorica miraba hacia todas las direcciones como si intentase buscar a su violento hermano. Al sentirse segura, la joven se desentendió por completo de pensar en Paul y desobedeciendo las órdenes de su madre, salió de casa a quién sabe dónde. 

Por cosas del destino, Paul logró divisar a su hermana entre la multitud. Se acercó hasta cierta distancia para no llamar su atención, mientras que esta seguía su curso. Viorica caminaba sin detenerse, distraída y sin percatarse de la presencia de su hermano, mientras que Paul seguía manteniéndose sigiloso. Quería asegurarse de dar con el paradero de su hermana y lograr su objetivo.  

Así transcurrió el día. Pasadas las horas, la joven se preparó para su regreso  a casa al notar que el sol se ocultaba lentamente. 

—¡El arrebol! —exclamó para sí misma, casi como un susurro —debo regresar lo más rápido posible si no quiero que Paul me encuentre y me despedace. 

Apretando el paso y alerta ante lo que ocurría a su alrededor, Viorica podía escuchar pasos detrás de ella. Caminaba cada vez más rápido, pues no solo aquellos misteriosos pasos siguiendola le atormentaban la existencia, sino que, además de ello, podía ver como la luna dominaba la bóveda celeste con lentitud. 

A medida que Viorica apretaba el paso en medio de la soledad de las calles, Paul seguía escabulléndose entre las sombras para evitar ser visto por su hermana o alguien más. Finalmente, el joven maldito pudo dar con el paradero de la joven y su madre. 

«Con que aquí es», pensó mientras anclaba su mirada en Viorica, quien ese instante entraba a la casa bajo un fuerte serón por parte de su abuelo y su madre. 

Entre sigilosos pasos, Paul cruzó la calle y con mucha presteza trepó la pared ingresando a la casa. Escondido entre los arbustos, Paul esperó a que la noche llegara en su totalidad para sorprender a sus parientes, quienes en ese momento se disponían a disfrutar de una elegante cena que incluía carne de conejo y espinacas. 

En ese instante se le ocurrió moverse hacia el patio trasero del lugar y esperó allí, pacientemente, por cualquiera de sus familiares. Al primero que saliera del interior de aquella casa, lo esperaba un cruel destino. La dolorosa muerte en manos de Paul era el desenlace del desafortunado que cruzara la puerta hacia el patio antes que los demás. Para desgracia de Paul, la persona en cruzar aquella puerta fue Viorica. Él sabía que no podía lastimarla, de algún modo Paul sentía empatía por ella, pues fue la única que intentó evitar que su hermano disparara aquella noche para arrebatarle la vida. 

Viorica tomó asiento en una pequeña silla cerca del jardín y miró al cielo como si intentara hallar consuelo en él. Estaba tan tranquila a pesar de todo, cerró los ojos y recordó a su hermano mayor por unos instantes. De pronto, sintió una fuerte respiración detrás de ella, acompañada de unas palabras. La voz le pareció familiar. 

—Parece que el destino está a mi favor. 

—¿Paul? —Viorica estaba muerta de miedo, sentía cómo su corazón latía cada vez más rápido. De forma rápida, intempestiva, casi que imposiblemente veloz, la joven se levantó de su asiento y volteó para ver a su hermano de frente. —¿Qué estás haciendo aquí? 

Paul no dijo nada, solo la observaba. Pensaba en si valía la pena acabar con la vida de aquella joven. Sonreía, aunque con poca ternura. Aún no quería matarla, sentía que ella no merecía morir por el momento. 

—Te hice una pregunta. —dijo Viorica con frialdad. 




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