Noches de luna llena: sed de sangre y venganza

Las cuatro noches de terror: La tercera noche

Paul, escondido en un lugar diferente, despertaba desnudo como de costumbre, con la boca y el torso empapados en sangre de sus víctimas en la noche anterior. Lejos de allí, Viorica y su madre quienes seguían en casa, aún pensaban hacia dónde huir sin que Paul las encontrara. Necesitaban evitarlo a toda costa, y luego de tanto pensar por largas horas, decidieron que lo mejor era abandonar Rumania por un largo tiempo o tal vez para siempre. 

Viorica pensó en que lo mejor era volver a la casa de sus abuelos, al menos allí estarían protegidas por los demás miembros de su familia. 

—El lugar menos seguro para nosotras es ir a casa de mis padres ahora mismo —comentó Nicoleta —Paul ha frecuentado mucho las cercanías a la casa y fácilmente nos puede encontrar allí. 

—¿A dónde más podemos ir? Ya se nos agotan las opciones, madre. 

Ambas mujeres estaban por salir de casa con maletas en mano, pero Nicoleta recordó una habitación secreta en casa de sus padres. Así que, le comentó a su hija de la existencia de aquel recóndito y apartado rincón de la casa y le dijo, además, que estarían a salvo allí durante las siguientes noches hasta terminar la cacería. 

Viorica apoyó a su madre y sin protestar la acompañó a casa de sus abuelos en donde se ocultaron al interior de la habitación. Todo aparentaba estar tranquilo, se sintieron tranquilas en medio de las cuatro paredes de aspecto rústico, pero unas simples marcas llamaron la atención de la mujer. 

—Son marcas de rasguños —manifestó Nicoleta —fueron hechas por enormes garras, como de una enorme bestia salvaje. 

Viorica miró con detenimiento y luego dijo —bestia como un hombre lobo cegado por la ira. 

Las mujeres se miraron fijamente a los ojos, sorprendidas, anonadadas, sin poder pronunciar una sola palabra, entendieron que Georgescu y Cosmina tuvieron a Paul encerrado en ese mismo lugar. 

Nicoleta decidió entonces salir a la habitación de su padre quien en ese instante se encontraba leyendo un clásico de literatura de Shakespeare. La mujer le preguntó sin reparo por qué había recibido a Paul en el interior de su casa. 

—Tú lo has dicho, es mi casa y por lo tanto recibo a quien me plazca. —pronunció Georgescu sin importarle la molestia de su hija menor —no podía dejarlo solo pasando frío aquella noche. Además, supe de inmediato que se trataba de aquel hijo bastardo que tuviste como primogénito, lo que aún me cuesta creer es que su padre sea aquel sujeto del bosque. Tampoco te creí capaz de abandonar a esa pobre criatura en medio del bosque a su suerte. 

Cosmina intentó intervenir, pero su esposo le impidió hacerlo. Permaneció en silencio mientras Georgescu y Nicoleta discutían por causa de Paul. 

—¡Tú me expulsaste de tu casa y me desheredaste por un error que cometí! —reprochó la mujer. 

—¡Un error por el que todo Transilvania padece hoy en día! —gritó Georgescu —¿No podías contenerte hasta el matrimonio? ¿Por qué el afán de entregarte a un extraño que conociste en el bosque sin saber si estaba maldito? Paul no tiene la culpa, nosotros tampoco y mucho menos los transilvanos. ¡Mira cuan lejos ha llegado tu maldito error!

Viorica estaba parada en la puerta de la habitación, siendo testigo de la discusión de su madre y su abuelo al igual que Cosmina. 

—Pasaré solo esta noche aquí con mi hija, mañana a primera hora partiremos al norte lejos de este calvario. —advirtió la mujer. 

—¿Provocas todo y huyes condenando a todo un pueblo en lugar de encarar el problema, Nicoleta? —cuestionó Georgescu.

A lo que Nicoleta respondió con soberbia —en cierto modo tú también eres responsable, padre. 

Horas después, la luna comenzaba a reinar sobre la bóveda celeste. Paul se preparaba para enfrentar a los Transilvanos, su odio lo había cegado por completo y ya no le importaba si devoraba a inocentes. Mientras se aproximaba a Transilvania, su madre y su hermana se escondieron en el sótano luego de cenar. Allí permanecieron hasta que de pronto, a eso de las once de la noche, ambas escucharon los desgarradores gritos de sus familiares y empleados de la casa. 

—Está aquí —comentó Viorica sollozando y temblando de horror. 

—Guarda silencio, no sabemos si está cerca. 

Repentinamente, la puerta era golpeada con fuerza como algo del otro lado intentase derribarla. Ambas pensaron que era Paul, pero en realidad era Georgescu buscando refugio. Un fuerte rugido pudo apreciarse del otro lado de la puerta, Georgescu dejó de insistir y padeció una dolorosa muerte como todos los demás. 

A eso de la medianoche, el silencio reinaba en el interior de la casa. Paul acabó con todos los que allí habitaban; jardineros, sirvientes, y miembro de la familia Dragomir. El joven no distinguió a sus tíos, primos ni mucho menos abuelos.  A todos por igual les dió el mismo final, devorados vivos, paralizados de horror y sin oportunidad de perdón o salvación. 

Al amanecer, Paul despertó rodeado de los restos destrozados de sus familiares y demás. Buscó a su madre y al ver que no estaba entre las víctimas, refunfuñó y maldijo un par de veces mientras buscaba algo de vestir para emprender la huida de nuevo al bosque antes de que los transilvanos comenzaran a merodear por las calles. 




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