Noches de luna llena: sed de sangre y venganza

Atrapado

Los transilvanos humillaban a Paul sobremanera en especial por su desnudez. De vez en cuando le aventaban una que otra mediana piedra. A pesar de ello, el joven permanecía en silencio, siempre con la mirada baja e intentando contener el enojo. Sin embargo, se juró a sí mismo en su mudez que los mataría si lograba liberarse. 

—¡Infeliz! ¡Energúmeno! —exclamó Nicoleta en cuanto llegó al lugar —¡Hijo del demonio! ¿Cómo pudiste devorar a mi familia de semejante modo? ¿Qué culpa tenían ellos de tu maldita desgracia? 

Viorica no pronunció una sola palabra, pero pensó en la última frase que le dijo a su padre antes en la discusión que tuvieron horas antes de la masacre. Paul, por su parte, seguía callado escuchando a su madre enojada. 

—¡Contesta! —gritó la mujer. 

—Porque quiero hacerte sufrir —respondió Paul con mucho odio brotando de él —quiero que pagues por tu abandono y por tu rechazo hacia mi como si yo tuviera la culpa de lo que hiciste. Yo no asesiné a tu familia, tú lo hiciste, madre. Te busqué por tanto tiempo y cuando al fin pude hallarte, ¿qué hiciste? solo negarme, humillarme, engañarme. 

Nicoleta quebró en llanto, no soportaba las palabras de su hijo, pero no aceptaba que gran parte de lo que pasaba o de la actitud de Paul era su culpa. 

—¿También acabarás con tu hermana? 

Paul volteó a mirar a Viorica quien sintió terror ante los ojos de su hermano. A pesar de aquella mirada fría y cortante, el joven le sonó con ternura diciendo —ella merece vivir, fue la única que demostró algo de compasión cuando le apuntaron a mi padre esa noche. 

Viorica se acercó a su hermano y dejó que sus lágrimas bañaran su rostro. 

—¡Mírame a los ojos, Paul! —demandó Nicoleta — ¡Mírame a los ojos!

Paul no deseaba hacerlo, no por falta de coraje sino por el odio hacia su madre. 

Nicoleta seguía insistiendo, pero al ver que no logró nada, le dijo a su hijo que esa misma noche lo quemarían vivo en la hoguera en la cuál estaba atado. Habiendo dicho esto, la mujer se alejó tirando de su hija por el brazo. 

Paul quebró en llanto y por primera vez en mucho tiempo sintió miedo. Al notar la tristeza del hombre, los transilvanos volvieron a humillarlo en especial por estar desnudo ante todos. Entre la multitud, una mujer se acerco para cubrirlo con un manto de color rojo escarlata y bordados dorados. 

—Gracias — dijo Paul —pero te reprocharán por esto. 

—No me importa que seas una bestia, no debes estar desnudo ante todos. Eso es algo de mal gusto para la sociedad. —respondió la mujer, quien era nada más y nada menos que Mihaela —además, sé que esto es algo que no puedes controlar. Te suplico que escapes y te vayas lejos a donde no puedas hacerle daño a nadie. 

Paul miró a Mihaela a los ojos —te recuerdo, eres la campesina que me dio posada aquella noche de invierno. —expresó con una tierna sonrisa. 

Mihaela no dijo nada, se alejó de Paul y regresó a su casa. 

Al caer la noche los transilvanos regresaron al lugar en el que Paul permanecía. Querían presenciar la ejecución del joven. Entre la multitud se encontraban Nicoleta, Viorica y Mihaela, estando esta última un poco más apartada del grupo. 

Nicoleta estaba destrozada a pesar de no demostrarlo. Esa noche su instinto de madre fue más fuerte que cualquier otra cosa, inclinó su mirada al ver que su hijo estaba a punto de ser quemado vivo ante todos en la plaza. 

Viorica no quería estar allí, por lo que se alejó un poco. No deseaba ser testigo de la muerte de su hermano mientras era devorado por las llamas. Tampoco quería escuchar sus desgarradores alaridos producto del fuerte dolor que sentiría durante su ejecución. 

Mihaela permanecía inmóvil ante la mirada de Paul. La campesina parecía sentir algo de afecto por el condenado muchacho de los Montes Cárpatos y él por ella aunque sabía que no era correcto por su condición, además de que no quería lastimarla. 

Los transilvanos comenzaron a celebrar cuando uno de los guardias encendió la hoguera, pero no se percataron de que la luna estaba en su máximo esplendor causando la transformación de Paul en aquella enorme y feroz bestia de dientes afilados. 

Paul logró soltarse quizá porque ya no sentía cansancio o por la adrenalina del momento cuando las llamas aumentaron de tamaño. Los transilvanos permanecieron allí en lugar de huir, por lo que Paul atrapó a varios desgarrando su carne. 

Mihaela y Viorica huyeron hacia el Este en donde se separaron. Mihaela corrió hasta su casa y se resguardó debajo de la cama deseando estar con su familia en la parte sur de la región, mientras que Viorica huyó a una casa abandonada cerca de la suya, olvidando por completo a su madre quien se escondió en su morada habitual. 

Paul iba detrás de ella, pero la perdió de vista cuando un guardia le disparó hiriendo su brazo izquierdo. La bestia se desvió y atrapó al hombre desgarrando sus vísceras mientras varias personas presenciaban el atroz actuar del hombre lobo. Habiendo terminado con él, Paul corrió hasta llegar a la casucha vieja y abandonada en donde Mihaela le dejó pasar la noche. 

Ahí se quedó, cansado y empapado de sangre. No volvió a salir hasta el amanecer, los transilvanos se ocultaron aterrorizados por lo que vieron, la gran mayoría arrepentidos de haber asistido al fallido intento de ejecución. Cuando finalmente los rayos del sol tocaron tierra, Paul había regresado a su forma humana, despertando en aquella casita, algo desorientado y con una herida de bala en su brazo izquierdo. Mihaela lo observaba con detenimiento, le entregó ropa y comida y se ofreció a curar su herida. 




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