El joven permanecía en la pequeña casucha ubicada en la parte trasera de la casa de Mihaela. La joven cuidaba de él hasta la próxima luna llena o hasta que su herida sanara por completo. Mientras tanto, los transilvanos estaban alerta por si la bestia aparecía nuevamente merodeando por las calles del lugar.
La campesina sabía que su vida corría peligro con el joven al interior de su propiedad, pero no quería que le hicieran daño. A pesar de su comportamiento, Mihaela veía en Paul algo de bondad a través de sus ojos.
La joven comenzaba a darle vida a una amistad con Paul a pesar de todo. Aunque, por supuesto, a espaldas de su familia. En el fondo, Mihaela se estaba enamorando de él sin importar que el muchacho era considerado un monstruo a causa de su maldición. La joven pensó que tal vez podía hacer algo para ayudarlo, así que comenzó a preguntarle un poco sobre su mal.
—Dime, ¿controlas acaso tu cambio de forma a voluntad?
—Ojalá así fuera, pero es la luna llena la que me posee en cuanto me expongo a su luz. Supongo que lo mismo le ocurría a mi padre. —Paul inclinó su mirada por cuestión de segundo, luego volvió a mirar a Mihaela —creo que por esa parte puedes estar tranquila. Al menos mientras yo sea consciente de mis actos no te haré daño. No es esa mi intención.
Mihaela sonrió levemente —¿Puedo saber la razón?
A lo que Paul respondió mientras la observaba fijamente —has sido la única que me ha acogido sin reparo a pesar de saber mi secreto.
—Pero ya no es un secreto, todo Transilvania ya sabe quién eres —dijo la joven.
—Y a pesar de ello me tienes justo enfrente de ti arriesgando tu propia vida por curar mi herida. Desde aquella noche helada de invierno hasta hoy, pese a tu miedo irracional, me has dado la mano, has abierto las puertas de tu casa para brindarle alimento y un lugar para dormir. —suspiró —y estaré en deuda contigo eternamente por ello.
Mihaela pensó en que Paul podía quedarse a vivir allí. Sus padres se habían mudado a los terrenos del norte y la chica vivía sola en aquella casa. Ella pensó que el chico podía servirle no solo de compañía, sino que, además, podía ayudarle con los cultivos de flores y viñedos.
Paul aceptó luego de preguntarle tres veces a Mihaela si estaba segura de lo que decía, a lo que ella siempre respondía con entera seguridad que sí. Entonces, así pasaron las semanas hasta que el cuerpo celeste se acercaba a su fase de luna llena.
Una de esas tantas noches compartiendo juntos, ambos se disponían a cenar un buen plato de ciorbă, un caldo agrio hecho con cualquier tipo de carne. En medio de risas y ricos bocados, la hora de la cena se vio interrumpida por un par de fuertes golpes en la puerta. Mihaela le pidió a Paul que tomara el plato y se ocultara detrás de una enorme pila de tela que su madre había comprado en la región del Este para hacer cobijas.
Mihaela abrió la puerta con algo de desconfianza, pero se calmó cuando vio que aquellos que llamaban a la puerta eran algunos integrantes de la guardia. Los hombres iban de puerta en puerta preguntando a los lugareños si todo estaba en orden y si había visto o escuchado a la bestia.
—No lo he visto ni lo he escuchado desde aquella noche. Siempre me aseguro de cerrar bien las puertas y ventanas desde que me he quedado sola en casa. —comentó la mujer.
—¿En dónde está su familia? —preguntó uno de los guardias.
—Mis padres son propietarios de unos terrenos al norte de la región. Pronto regresarán por mí, pero antes deben vender este terreno. Volverán en pocos días, pues ya hay comprador según parece.
—De acuerdo —comentó el guardia y luego le recordó a Mihaela el horario del toque de queda y ponerse a salvo.
Los guardias se retiraron sin pronunciar una palabra. El grupo de siete hombres siguieron su camino hasta la próxima casa, debía asegurarse de que todos estuvieran seguros al interior de sus viviendas en caso de un posible retorno de la bestia, ignorando que Paul se ocultaba en casa de Mihaela.
—Ya puedes salir de tu escondite, Paul. Se han ido —alertó la joven.
Paul salió de su escote con el plato vacío, se acercó a Mihaela y la miró a los ojos.
—Quisiera besarte —dijo como si le costara pronunciar aquellas palabras, aunque, en realidad sí le costaba.
Mihaela también lo miró a los ojos y dejó que el joven le diera un beso. Al terminar, le preguntó —¿Por qué?
A lo que Paul respondió —se que pronto moriré y quiero ir a donde sea que me corresponda habiendo experimentado al menos mi primer beso.
Ante aquellas palabras, Mihaela no pudo contener el llanto y enterró su rostro en el pecho del joven, quien le correspondió con un abrazo a pesar de lo distante que solía ser.
—Y pensar que alguna vez intenté hacerte daño, pero no fui capaz de semejante cosa. —balbuceó la mujer —por favor detente, creo que ya castigaste a tu madre lo suficiente. No sigas, Paul. No quiero que acaben con tu vida.
—De todos modos tengo que morir, porque cada vez que la luna llena reine en la oscuridad de la noche, algún inocente perderá la vida. Es algo que ya no puedo controlar, mi ira se ha hecho mucho más fuerte que yo a tal punto de poseerme por completo. —se alejó lentamente de Mihaela y dijo —debo dormir ya, mañana será un largo día.