Caminando sin rumbo y sin descanso, la joven Mihaela seguía buscando a Paul en vano. El joven no estaba en el bosque, sino en las montañas en su autoexilio. Paul no era tan tonto como para volver a su hábitat por al menos un tiempo, sabía que lo hallarían tarde o temprano y no quería causar más daño a excepción de su madre a quien no descansaría hasta verla de frente y liquidarla como tanto deseaba.
Dos noches pasó Mihaela al interior del bosque y al ver que no lograba conseguir al menos una pista de Paul, decidió que era hora de volver a casa.
—Ya es luna llena, debo regresar si no quiero que Paul acabe con mi vida. —balbuceó mientras se ponía de pie y recogía sus cosas con ligereza.
Apretó el paso y mirando a todas direcciones, caminaba con rapidez y mucho temor. Su respiración y los latidos del corazón se aceleraban producto de la adrenalina y el suspenso. La sugestión la dominaba, pues, cada vez que escuchaba un ruido aquella noche en medio del silencio, imaginaba a Paul convertido en aquel ser de pelaje oscuro y dientes filosos, acechándola entre los árboles a punto de devorar su blanda carne.
—Paul, por favor, si eres tú, detente. No me hagas daño, dijiste que no lo harías. —susurraba —Dios mío, protégeme. Te lo imploro.
Caminaba cada vez más rápido hasta que por fin pudo divisar las primeras casas. Allí, corrió hasta su morada y se encerró.
—Perdí mi tiempo, sabrá Dios en dónde se metió Paul.
Al terminar aquella frase, Mihaela escuchó un fuerte rugido a pocos metros de su puerta. Sabía que era la bestia, Paul pudo devorarla si tardaba un poco más. El corazón de la joven latía de tal manera que sentía que iba a salir de su pecho. ¿Será que Paul la estaba siguiendo? ¿Será que iba a devorarla al verla en la calle sola esa noche? ¿o tal vez no le hizo daño porque de algún modo la reconoció?
Si bien el muchacho no era consciente de sus actos en ese estado, quizá el olor de la joven evitó que le hiciera daño. Por momentos la joven pensaba en que podía tratarse de alguien más, pues no creía que Paul fuera el único hombre lobo en ese entonces. Mihaela no era consciente de que su amigo era el único licántropo con vida luego de la extensa cacería en donde asesinaron a aquellos que padecían la maldición, salvo a él gracias a su exilio en las montañas.
Aquella noche, Paul no había devorado a nadie hasta ese momento, pues todos los transilvanos respetaron el toque de queda incluyendo los guardias. Aunque, siempre hay alguien que no obedece la ley.
Viorica, harta de la situación, tomó una escopeta y salió a cazar a su hermano pese a que Nicoleta intentó detenerla. La joven era muy desobediente y no le importaba si esa misma noche perdería la vida en manos de su propio hermano mayor.
Armada de valor, escopeta en mano y corazón a mil, Viorica se ubicó en la plaza en donde se encontró con su hermano hecho una bestia feroz de apetito insaciable, de hambre voraz, de ira incontrolable e irracional. Paul seguía sumergido en su ira irracional y no reconocía a su hermana. Su olor no le era muy familiar pese a estar cerca de hecha en muchas oportunidades. Debió ser porque Viorica tenía la mala costumbre de cambiar de perfume con mucha frecuencia. Si bien no le hizo daño a Mihaela minutos atrás, es porque la joven no solía usar ninguna especie de esencia aromática, y su olor natural le salvó la vida. Aunque, Mihaela comúnmente olía a las flores de su cultivo.
—¡Ya basta, Paul! —gritó Viorica —llegó tu hora de morir y será aquí y ahora. En esta plaza doy por terminada tu vida y vengaré también la muerte de mi padre y hermano. Ya no siento ningún tipo de compasión por ti.
La bestia parecía entender aquellas palabras. Rugía como si le respondiera al comentario de Viorica, y de vez en cuando daba un paso al frente desafiando a su hermana.
—Un paso más y te disparo —amenazó la joven —juro por Dios que te disparo.
Paul permaneció inmóvil mientras Viorica le apuntaba. La miraba con frialdad y parecía pelear consigo mismo entre devorarla o dejarla ir. Todo parecía indicar que Paul comenzaba a ser consciente de sus actos aunque fuera por cuestión de un par de minutos. Perdiendo nuevamente la noción de la realidad, Paul dio otro paso haciendo que Viorica cumpliera con la promesa de disparar.
Aquel tiro falló y Paul se lanzó sobre ella, devorándola sin control. Nicoleta había llegado al lugar demasiado tarde. Fue testigo de cómo Paul devoraba a su última hija en frente de sus ojos.
Un desgarrador alarido a los cuatro vientos alertó a las autoridades. Nicoleta gritaba desesperada por su hija quien ya estaba hecha un completo desastre. Los guardias corrieron detrás de Paul, pero no consiguieron alcanzarlo a pesar de que el lobo no era tan veloz como otras veces. En simultánea, algunos vecinos salieron encontrándose con semejante escena de horror.
Al día siguiente, Paul despertó en la casucha y se enteró de la muerte de su hermana gracias al hombre que anunciaba la terrible noticia aquella mañana. Mihaela no quiso salir a verlo, solo lo veía por la pequeña ventana a lo lejos. Estaba desnudo y sucio de la sangre de Viorica. Mihaela tenía mucho miedo de él y por momentos desconfiaba del chico.
Al caer la noche, Mihaela se armó y le llevó un plato de avena a su inquilino. Sigilosamente dejó el plato en el suelo y se asomó por la ventana llevándose un susto pues, Paul estaba asomado mirándola todo el tiempo. Sus ojos se veían brillantes y más fríos que de costumbre. Aún así, el joven estaba sereno, pero se le veía cabizbajo por lo que hizo la noche anterior.