En los años de mi juventud conseguí escapar de la casa de los horrores, también conocida como mi hogar de la niñez. Para que todos logren entender mi verdadero calvario empezaré contando los hechos ocurridos por ese entonces.
En esos momentos era una joven de tan solo dieciséis años, con una estatura promedio de metro sesenta, mi cabello no era muy largo, de color castaño oscuro y tampoco estaba bien cuidado, además mi rostro no destacaba demasiado con unos ojos pequeños de color marrón el derecho y una mezcla extraña entre verde y marrón en el ojo izquierdo. Sí por desgracia para mi tengo heterocromia, digo desgracia porque es lo que menos me gusta de mi misma, de todo mi cuerpo mis ojos son los que más complejos me producen, ¿Os lo podéis creer?, los espejos de mi alma están tan defectuosos como me siento realmente. Además de ser una adolescente acomplejada era una joven con un cuerpo sin curvas, delgada casi al extremo, llena de cicatrices y definitivamente destruida. Era y soy una persona promedio “Normal” que intenta no destacar demasiado, pero sigamos a lo que nos importa.
Como todos pensareis, una joven de dieciséis años normal debería pensar en terminar los estudios, encontrar un buen hombre y formar una familia, junto con tener un trabajo estable ¿verdad? pues ese no era mi caso. Lo único en lo que podía pensar era en escapar cuanto antes de esa casa donde se repartían puñetazos a todo el mundo que fuera parte de la familia, por ese motivo mi hermana mayor se fue de casa en cuanto tuvo una oportunidad, su oportunidad llegó con nombre y apellido: Doni Claid, su novio. Mi hermana se fugó de casa nada más consiguió un hombre que pudiese costear todo lo que podía pedir y nos abandonó a mi madre y a mí con un borracho, drogadicto y maltratador padre/marido. Realmente no se lo puedo recriminar porque si yo estuviera en su piel tal vez habría hecho lo mismo, además no nos llevábamos muy bien, yo recibí muchas palizas por su culpa y ella también las recibió por la mía.
Si me preguntaran por mi madre solo podría decir que se equivocó en su elección, muchas mujeres se enamoran de los hombres erróneos y nadie debería echarles eso en cara. Cuando mi madre descubrió el verdadero rostro de su marido ya era demasiado tarde para librarse de él, las palizas sucedían todos los días y nosotras éramos demasiado pequeñas para buscar ayuda. Ella misma decía:
— Nunca podría deshacerme de tu padre, soy una mujer sin oficio ni beneficio que nunca os podría mantener… Además ¿Qué sería de él? yo no soy una persona sin corazón y tu padre no sabe valerse por sí mismo. -- Esas palabras se repetían siempre de forma sucesiva y yo sabía que era totalmente mentira ya que mi madre había estudiado enfermería, estaba totalmente cualificada para obtener un trabajo con el que mantenernos y mi padre no era estúpido. Él hubiera reemplazado a mi madre con cualquier mujer que le hubiera hecho un poquito de caso. Lo que la mantenía en las garras de mi padre era su propia adicción y autoconvención de que algún día él cambiaría por ella, cosa que nunca ocurrió.
El infierno se ubicaba a las afueras de Madrid, España. La capital era y será la ciudad más bulliciosa y preciosa en la que he estado. Y un factor importante en mi plan de escape. Aunque no fue el más logrado ni elaborado de todos, bajar trepando el árbol junto a mi ventana no era una acción muy impresionante. Realmente estaba cansada de recibir los golpes de un hombre que nunca había sido ni un buen padre ni un buen esposo por lo que el tres de agosto llamé a la policía tras recibir una paliza de su parte, lo recordaré siempre como el día en que se hizo justicia. Cuando llegaron los agentes mi padre salió a atenderlos
— No sé quién les habrá llamado pero esta es mi propiedad y sé que aquí no hay nadie que les necesite. ¡Váyanse! Están en una propiedad privada…— Sus gritos retumbaron por toda la casa, mi madre estaba escondida en su habitación que se situaba justo enfrente de la mía. Yo solo podía esperar a escuchar el portazo para salir por mi ventana, trepar el árbol y salir victoriosa con mi escapada.
Los policías con las palabras de mi padre se dieron la vuelta para regresar a su patrulla, acción que yo impedí realizando mi meticuloso plan de la ventana. Los agentes viendo mis actos decidieron acercarse para evitar que me descalabrara al bajar por el gran manzano.
— ¿Necesitas ayuda? ¿Tienes alguna herida?¿Puedes explicarnos el motivo por el cual has bajado de esa manera?— preguntó uno de los agentes.
— Yo soy la que ha llamado. Ese hombre es mi padre, lleva años maltratándonos a mi madre y a mi. Mi madre no podrá denunciarlo pero yo estoy cansada quiero poner una denuncia…— Les expliqué mi situación familiar, les enseñé mis heridas de “guerra” y los convencí.
Después llamaron a los refuerzos, sacaron a mi padre por la fuerza y se lo llevaron detenido, vinieron los paramédicos, psicólogos, servicios sociales… solo faltaba el jefe del gobierno… lo bueno de todo este tinglado es que logré mi objetivo… lo malo, una semana después mi madre se suicidó…
Aún recuerdo la noche en la que encontré su cadáver, estaba en su cama como si estuviera durmiendo. Llamé de nuevo a la policía y esperé llorando junto a la ventana de mi habitación. Esa noche en el jardín se podían ver las luciérnagas, parecía que estaban bailando para acompañarme en mis desgracias, mostrandome una danza nocturna con la que olvidar mis penas…
Con el transcurso de un par de semanas los servicios sociales determinaron que como no tenía ningún familiar que se pudiera hacer cargo de mí, me dejarían en un orfanato. El orfanato estaba plagado de niños y niñas tan tristes como yo, tan desgraciados como… yo.