Pasó toda la noche en la orilla a solas, esperando el regreso de la chica a la que siempre esperó y que por una necedad perdió.
Anduvo de aquí para allá, rodeando el islote, ora pateando la arena, ora deshojando alguna rama de un arbusto. Oteaba el cielo constantemente, atento a alguna señal que le indicara que el sueño aún no había finalizado.
Mas el alba comenzó a despuntar, las gaviotas graznaban y el agua parecía tan calma que el tiempo en ese amanecer simulaba haberse ralentizado, así como el palpitar de su corazón.
Cuán iluso e imbécil había sido. Había actuado impulsivamente, dejándose llevar por una serie de señales claramente erróneas y ahora pagaba las consecuencias con una devastadora soledad. La había asustado. ¿En qué maldito momento vio que era oportuno besarla? Ojalá fuera verdad lo que decía Umigame, ojalá volviera y le diera una oportunidad de enmendar las cosas. Ojalá regresara aunque no pudiera ponerle un solo dedo encima jamás. Ojalá no pudiera sentir su tibia piel en sus labios o en sus dedos, así lograra verla cada día.
¡Al diablo el romanticismo, las ganas de casarse y formar una familia! Todo eso, que un tiempo atrás formó parte de la ilusión de su vida, carecía de importancia ya.
Siguió mirando al cielo, un rato más, pero la claridad no le devolvía la silueta que se había tragado la oscuridad. Las estrellas se habían desvanecido y con ellas Dieciocho, así como la llama de la esperanza que había mantenido prendida toda la noche para verla regresar.
Derrotado, somnoliento y angustiado, harto de recorrer la orilla, entró en la casita para recomponer en su habitación las piezas de su maltrecho corazón, subiendo con pesadez los peldaños de la escalera.
Abrió la puerta del cuarto, con la idea de coger una muda de ropa cómoda y darse una ducha caliente para propiciar el sueño.
Sin embargo, el mundo dejó de girar otra vez.
Allí estaba. Dieciocho, sentada sobre un jergón leyendo una revista despreocupadamente, con las piernas extendidas y cruzadas a lo largo del camastro, ojeaba algo que parecía ser muy interesante. Tranquila, como si nada.
Levantó la vista hacia él, alzando una ceja, observando la pose petrificada del chico.
—¿Qué? —En tono bajo y comedido, fue toda la conversación que le dio al verlo.
—Di-Dieciocho… tú… estabas... te habías —sacudió la cabeza para ordenar las palabras en su mente—… ¿Qué haces aquí?
—Vivo aquí —dijo ante la obviedad de la pregunta.
—Pe-pero anoche tú…
—Alto ahí, amiguito —Cerró la revista sobre su regazo y le señaló con un dedo, amenazante—. Antes de que sigas: anoche no pasó nada, ¿te ha quedado claro?
—S-sí —No comprendía del todo los motivos, pero se abstuvo de contradecirla.
—Muy bien. Y como te atrevas a hacer algo raro, te parto las piernas.
—En-entendido.
Ella tomó de nuevo la revista, enfrascándose en la lectura. Krilin no sabía si eso formaba parte de alguna alucinación causada por la vigilia, o si era realidad, pero, por si acaso, aceptó el regalo divino de tenerla de nuevo en casa y accedió a todo lo que dijera ella. Moriría si la volviera a perder y decidió no repetir errores ni dar un paso en falso o sin el consentimiento de ella.
"¡Gracias, Kamisama!".
Se acercó cauteloso al jergón y se sentó a su lado, interesado en su actividad.
—¿Qué lees? —Se fijó en la revista, una de artes marciales de hacia varios años, bastante sobada, pero con buenas enseñanzas.
—Cómo luchar cuando eres un debilucho —Miró a Krilin de soslayo, burlona—. No te vendría mal repasar conocimientos.
—Oye, no me subestimes.
—No lo hago. Solo digo lo obvio. Tienes una buena colección de revistas —pasó una página y señaló después con el dedo pulgar un montón que había sacado de una caja, en el altillo del ropero.
—No sabía que te gustara registrar mis cosas —protestó Krilin, incómodo.
—¿Qué hay de malo? ¿Es que escondes algo? —Una sonrisa traviesa cruzó su rostro, dándole un aspecto verdaderamente diabólico.
—¡Pues claro que no! —rezongó él.
—Shhh… vas a despertar al viejo —le habló en un susurro. Dejó otra vez la revista sobre sus piernas y tomó una de entre las que apilaba a su izquierda—. Ah, ¿no? Y ésto, ¿qué es?
“¡Maldición!”.
Krilin palideció viendo cómo pendía de la pinza de sus dedos un revista de adultos que guardaba celosamente para que el anciano no se la expropiara.
—Está muy feo hurgar en las cosas de los demás —Krilin se cruzó de brazos y escondió su vergüenza tras una máscara de enfado.
La mujer lanzó la revista por la ventana y le disparó un rayo energético con un dedo, pulverizándola en el acto. Rápido, breve, sin mirar. Sin errar.