Me odio. Pero no como el odio de un protagonista a su antagonista en cualquier historia, sino del modo patético de quien revisa el celular cada cinco minutos esperando un mensaje que nunca llega.
Me odio por cómo me arrastro. Por cambiar toda mi rutina con tal de cruzarme aunque sea con el fantasma de alguien que ya ni me mira. Por ser ese perro callejero que vuelve donde lo patearon, solo porque ahí aprendió qué es el cariño.
Los auriculares son mi oxígeno en este mar de mierda. Pongo Radiohead en loop como si Thom Yorke pudiera salvarme de mí mismo. Mis amigos creen que salgo con ellos por diversión,que eso es más bien un "plus",pero la verdad es que tengo miedo de quedarme solo con mis pensamientos después de las 10 PM.
Las noches son lo peor. Ahí, cuando todos duermen, el sobrepensar se pone cómodo como el señor barriga reclamando la renta a don Ramón:"¿Y si hubieras dicho esto? ¿Y si no hubieras hecho aquello?". Y yo, tan idiota, le sirvo café a esas ideas.
Pero en medio de toda esta basura, hay una vocecita que me jode:"¿En serio te odias tanto?". Y cuando le presto atención, me doy cuenta de que no. Porque el que se odia de verdad no escribe estas mierdas. No busca entender el dolor, ni compartirlo, ni convertirlo en algo que a otro le sirva para no sentirse tan solo.
Quizás solo estoy cansado. Cansado de ser el que siempre espera. El que perdona primero. El que guarda los mensajes como si fueran reliquias. Cansado de fingir que no me importa cuando me hieren, de reírme de mis heridas antes de que otros lo hagan.
Las noches siguen siendo largas. A veces gana el monstruo. Otras veces lo callo con música y recuerdos viejos. Pero sigo aquí, escribiendo esta mierda, lo que prueba que algo en mí todavía no se rinde.
Y si estás leyendo esto, vos tampoco.