Ya pasó un día desde mi third impact.
Pero en este caso el mundo no colapsó.El cielo seguia azul,los pájaros seguían cantando y todo el mundo seguía su curso con normalidad
Pero la verdad.
El desastre era yo.
Desayuné media rebanada de pizza fría con mate, una mezcla que se siente tan errada—y en este caso exquisita—cómo mis decisiones sentimentales.
Y salí.Me subí a la bici,no por deporte,sino para huir,otra vez estoy huyendo.
Quería que el viento me desordene los pensamientos. Pedalear lo que me dolía,pero más me dolía el alma con su ausencia,esa que juré haber superado.
Peleaba para huir de mí.
Encima dió la casualidad que todos me habían cancelado planes ese día,justo hoy.No estaba enojado con ellos.
Estaba enojado conmigo.
Quizás por eso me exigí más de la cuenta.
Apreté los pedales con esa rabia contenida,con desesperación, con ganas de desaparecer.
Crucé calles sin mirar,pasé en rojo, me jugué el cuerpo. Me jugué la bronca.
Casi me atropellan cuatro veces, pero no me importó.
Cuando llegué a la cima del cerro de la gloria, me lancé como un kamikaze a su objetivo.
57 km por hora,esa fue mi velocidad punta.
Bajé como si la velocidad pudiera borrar el recuerdo.
O volver en el tiempo.
O como si el vértigo me curara.
Una vez en casa miré el análisis de voy y ví la velocidad.
"Quizás esto de sobrepensar no es tan malo", me dije en broma, intentando sonreír en este día oscuro,para mí.
Pero no era tan gracioso cuando llegó la tarde y el cuerpo me pasó factura.
Dolor en las piernas.
Cansancio en los huesos.
Y todavía tenía que seguir.
Más de 40 km recorridos. Mi cuerpo ya no podía más.
Mi mente tampoco.
Y justo ahí, en ese punto de agotamiento total, andando por el centro sucedió lo peor:
la oí.
Su voz.
Su risa.
Esa voz que reconocería en todos lados ahí estaba,en la ciudad.Comezó a rezonar en mi cabeza como si algún rincón de mi cerebro se hubiera aferrado a ese eco, para soltarlo cuando menos lo esperaba.
El sonido me desgarró.
Y al mismo tiempo… me hizo sonreír.
Qué ironía, ¿no? Que algo tan hermoso pueda doler tanto.
Como si eso fuera poco, el celular decidió darme el golpe final: una foto vieja.
Ella jugando con mi pelo, formando un corazón con dos mechones.
Una imagen mínima, tonta.
Pero capaz de demoler todo lo que cre