En una pequeña aldea, en un remoto paraje entre escarpadas montañas, habitaba un hombre con su mujer, sus dos hijos y su hija, a la que amaba profundamente. Sucedió que, aquella dulce jovencita, tan hermosa y alegre, cayó enferma y pocos días más tarde, murió, llenando a su familia de un gran pesar, pero sobre todo a su padre Estefan, que decidió enterrarla con un hermoso vestido púrpura que él mismo le había dado por sus dieciséis años.
Azucena, la madre, trató de ser fuerte por sus otros dos hijos, pero la tristeza en Estefan era evidente y cada tarde, durante todo un mes, se dirigía a la tumba y volvía al anochecer.
Pasado aquel tiempo, su mujer lo convenció de dejar de visitar la tumba, pues no era bueno que siguiera cargando aquella tristeza. La hermosa doncella que había muerto, era muy amada por todos en el pueblo, pues Camila era siempre muy gentil y sonriente, su muerte sin duda había sido dura para el pueblo entero, pero ahora que había pasado un mes, las cosas comenzaban a retomar la gris normalidad.
Se dio por aquellos días, un cielo muy nublado, que no dejó brillar el sol en todo el día y por la noche, un frío hiriente que invadió el pueblo. Era una sensación gélida y despiadada que obligó a todos a encerrarse muy temprano en sus casas.
Los días fueron pasando y aquel frío se volvió algo frecuente, pero nada fuera de lo normal ocurría, hasta el día en que León, el hijo mayor de Estefan, cayó enfermo con una fuerte fiebre y no pudo levantarse de la cama en todo el día. Por la noche, el frío volvió al pueblo, pero esta vez, era acompañado de una espesa niebla púrpura, siniestra, lenta y amenazante, que cayó como un manto y ligeramente devoró el pueblo y cubrió a sus habitantes que, aterrados, no podían hacer nada y ante su impotencia, no les quedaba más que encerrarse y rezar.
Por la mañana, el joven y fuerte León, estaba muerto y su familia lloraba por él. Lo enterraron en las afueras del pueblo, cerca de donde, hacía poco más de un mes, habían enterrado a su hermana Camila.
Pero aquel no fue el final, desde ese día, más y más personas fueron enfermando y cayendo en cama, se sentían débiles y la espesa niebla púrpura visitaba el pueblo. Tres personas más murieron y el pueblo entero cayó en pánico, presas de un asesino misterioso que no podían ver.
En el pueblo empezaron a surgir rumores de las causas de aquellos extraños sucesos y todos llevaban a un mismo lugar. Comenzaron a presionar a Estefan, pero él se negaba a escuchar, sin embargo, tras la muerte de una niña más, los hombres del pueblo perdieron su paciencia y aún en contra de la voluntad de Estefan, decidieron ir al lugar donde estaba enterrada Camila.
Esa noche, la niebla volvió a cubrir el poblado, el frío fue tan intenso que penetraba hasta los huesos y hacía llorar a los niños. El pueblo entero se llenó de gritos lamentables y estremecedores y por la mañana, el grito de Estefan partió el aire. Azucena, su esposa, estaba sobre su cama, con el rostro pálido y sin vida.
Los hombres del pueblo no quisieron esperar más y fueron hasta la tumba de Camila. Excavaron hasta dar con su cuerpo y la encontraron tan dulce y bella como el día que la habían sepultado, con su hermoso vestido púrpura y delicados rizos negros enmarcando su rostro.
Los hombres estaban maravillados y a la vez llenos del más mortificante horror, no había forma de explicar lo que veían, así que se dispusieron a destruir todo rastro de aquella terrible y hermosa visión, pero Estefan los había seguido y corrió hasta ellos para intentar evitar que hicieran daño a los restos de su amada hija.
Fue inútil, los hombres del pueblo eran más y entre todos lo dominaron. Decapitaron el cuerpo de Camila y le prendieron fuego, enterrando las cenizas con una gran cantidad de piedras.
Estefan regresó al pueblo, agobiado por lo que acababa de ocurrir, pero los demás hombres parecían más tranquilos y el pueblo sintió que al fin podría descansar.
Tres días más tarde, las nubes volvieron a cubrir el sol y un frío despiadado azotó el pueblo como una fiera cruel. El llanto se hizo oír por todo el pueblo mientras la espesa niebla púrpura volvía a llenar cada rincón, escabulléndose bajo las puertas, escalando hacia los techos y marcando todo a su paso con su caricia fatal. Todo quedó a oscuras y era imposible ver nada, solo estaba aquella neblina terrible y misteriosa y los gritos desesperados bajo ella.
Por la mañana, la mitad del pueblo estaba muerta y la otra mitad lloraba y se retorcían de angustia y dolor. Estefan tomó a Nicolas, su hijo menor y el único miembro de su familia que le quedaba y abandonó aquella aldea. Tiempo más tarde, se escucharon noticias de una misteriosa niebla púrpura en un pueblo cercano.