Nocturna - Cuentos de Terror

El demonio de las cumbres

En Fleur d’hiver, el sol brillaba poco y se ocultaba pronto, los días eran fríos, las noches largas y crueles, el verano era un parpadeo y el invierno hacía sentir su presencia sin compasión.

En ese ambiente hostil, en las faldas de una larga cordillera que se perdía a la vista, con picos tan altos que desaparecían entre las nubes, la gente vivía con temor. Cada mañana era un regalo, puesto que cada noche era un tormento, un castigo inmisericorde del que no podían escapar, pues el único escape era irse lejos, pero, ¿adónde más irían?

Aquella tierra de gente sencilla y temerosa, era también el hogar de algo más, algo que vivía en la cima de los picos nevados y que algunas noches descendía en busca de alimento. Muchos lo habían visto, lo describían como un ser con silueta humana, pero con patas de ciervo, con grandes alas oscuras, como de murciélago, y el rostro de una bella jovencita. Lo llamaban “El demonio de las cumbres” y era la razón de que todos, sin excepción, se encerraran desde temprano en sus casas, incluso antes de la puesta del sol.

Habían días de relativa tranquilidad, pero en Fleur d’hiver, nada estaba seguro, ni siquiera el ganado. Muchos habían perdido cabras que eran encontradas desangradas y medio devoradas al pie de la montaña. Curiosamente, ese no era el peor de los destinos, pues al menos los cuerpos de las cabras eran encontrados.

Sucedía que el demonio gustaba de llevarse a las personas. A veces eran hombres jóvenes, pero sus preferidos eran los niños y las jóvenes más bellas. Por desgracia, aquellos que desaparecían, nunca más eran encontrados, ni sus cuerpos, ni siquiera sus huesos, a veces, solo encontraban rastros de sangre que nadie se atrevía a seguir.

Aun cerrando puertas y ventanas, las personas parecían no poder escapar de aquel oscuro destino, pues muchas veces ocurrió, que niños o doncellas se perdían de tres en tres, aun estando al resguardo de sus casas. Nadie se explicaba cómo sucedía, las puertas no eran forzadas, las cerraduras no eran violadas o destruidas y, sin embargo, las personas desaparecían en la oscuridad de la noche, para no ser vistas nunca más.

Por la mañana, los llantos inundaban el pueblo, junto con el amargo alivio de aquellos que habían sobrevivido y no habían perdido a un ser querido.

Resultaba curioso, que cuando la bestia se llevaba a algunos pobladores, un llanto angustioso se dejaba oír también en lo alto de las montañas, un grito adolorido y tan hiriente que helaba la sangre hasta perderse en las cumbres. Se decía que era el llanto del demonio, pero ¿cómo podría semejante monstruo, llorar?

Jolie era una de las habitantes de Fleur d’hiver, pero aún en aquel ambiente de tragedia, ella trataba de mantener viva la esperanza y vivir lo más alegre que pudiera. Cierto día, al atardecer, ella se ocupó de cerrar el corral de los animales, tal como hacía siempre, pero notó que las cabras estaban intranquilas.

Aquello solía pasar a menudo y la gente prefería perder un par de cabras a alguno de sus hijos. Al anochecer, las puertas se cerraron, los cerrojos fueron asegurados y todo se oscureció, mientras las personas del pueblo oraban por la llegada del nuevo día y suplicaban sobrevivir a la noche, pues el demonio estaba cerca.

Jolie fue a su habitación, como de costumbre y se acostó tratando de no pensar en que la infame criatura rondaría cerca, pero a medida que la noche avanzó, un sonido extraño la llenó de intranquilidad. Sabía que era el gruñido de la bestia, todos en el pueblo lo conocían, pero ella nunca lo había escuchado tan cerca.

Sonó entonces, algo que nunca había oído, fue un silbido agudo pero melodioso, de alguna forma, el sonido le había resultado hermoso, pero toda su piel se había erizado del miedo al escucharlo. El silbido sonó una segunda vez y Jolie no sabía explicar lo que ocurría, nunca antes había escuchado cosa semejante.

Un tercer silbido sonó y todo a su alrededor se volvió oscuridad. Se sintió mareada y de pronto, ya no estaba en su habitación. Estaba sobre el suelo helado, al pie de la montaña y junto a ella había otras dos jovencitas que parecían hablar muy angustiadas sobre un silbido, ¿acaso habían oído lo mismo que ella? Tres silbidos habían sonado y tres jóvenes estaban allí, ¿acaso era así como se las llevaba?

El frío golpeó a Jolie, le costaba respirar y la cabeza le daba vueltas, sintió que se desmayaría, pero el grito de las otras dos doncellas la puso en alerta. Frente a ellas, una figura humana con enormes alas negras, bajaba por la montaña. Al verlo, Jolie comprendió porque algunos que lo habían visto decían que tenía rostro de una hermosa joven, era el rostro de un ser muy apuesto con rizos rojizos y ojos dorados, pero el demonio tenía el cuerpo de un hombre joven y de apariencia muy fuerte.

Tras el grito, una de las doncellas cayó al suelo en medio de lágrimas, mientras que la otra pareció entrar en una especie de trance, se lanzó hacia los pies en forma de ciervo de aquel ser y le imploró que la hiciera suya. El demonio la tomó por el cuello, la levantó por encima de su cabeza y con un horrible rugido, le rasgó el vientre y le sacó las tripas. El demonio la devoró con ferocidad, destrozando sus huesos y consumiendo el cuerpo entero de la joven, Jolie estaba aterrada pero no podía moverse, sus piernas no le respondían y sus manos temblaban, no podía hacer más que contemplar con impotencia aquel sangriento espectáculo, pero, para su sorpresa, cuando el demonio terminó, parecía estar llorando.

Se dirigió hacia la segunda joven, que gritaba con desesperación, Jolie sentía que se le helaba la piel de solo escucharla, la joven empezó a temblar con fuerza y cuando el demonio la tomó, dio un desgarrador alarido que fue interrumpido por el demonio. Con su mano, la atravesó la garganta y todo fue consumido por el silencio. El demonio devoró a la segunda chica y soltó un aullido angustioso. Cuando estuvo más cerca de ella, Jolie pudo ver gruesas lágrimas que corrían por su rostro.




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