Nocturna - Cuentos de Terror

La inquilina del apartamento 602

Vivía en un edificio de apartamentos en el centro de una concurrida ciudad capital. Me había mudado acá desde una zona urbana en las afueras, porque me resultaba muy difícil desplazarme todos los días hacia mi trabajo. Por supuesto que mi madre no estaba del todo a gusto con una idea de dejar que su joven hija de 19 años se fuera a la capital, pero había pasado casi un año y todo marchaba de maravilla.

Hacía un par de meses que una vecina nueva se mudó al edificio, justo al apartamento de arriba. El edificio tenía seis plantas, cada una con diez apartamentos. Yo vivía en el 502.

Cuando llegué a vivir al edificio, todos fueron muy buenos conmigo, pero la mayoría eran personas mucho mayores y no compartía casi nada en común con ellos, por eso, más allá de los amables saludos en los pasillos o en la planta baja del edificio, no me relacionaba mucho con nadie.

He allí, que cuando vi a la nueva vecina de arriba, pensé en la posibilidad de tener una amiga en mi edificio, pero las cosas no eran tan sencillas. Fui a darle la bienvenida y le llevé una pequeña canasta con frutas. La nueva vecina fue, de hecho, muy gentil y amigable. Su nombre era Anaid, pero insistió en que la llamara Annie.

Sin embargo y a pesar de que habíamos congeniado muy bien, Annie no pasaba mucho en su apartamento, algunos vecinos decían que la veían irse muy temprano con ropa elegante y otros más, afirmaban que regresaba bastante tarde, por la noche, con ropa más casual, algunas veces jeans y camisetas.

Yo consideraba que la vida de Annie debía ser muy ocupada y quizás realizaba múltiples diligencias durante el día, motivo por el que estaba fuera desde tan temprano hasta tan tarde y le obligaba a cambiarse de ropa para sus diferentes actividades. Algunos decían que se marchaba temprano con ropa deportiva, pero otros la veían regresar con elegantes vestidos y joyas.

Siempre tuve curiosidad por la ajetreada vida de mi vecina, que sin dura lucía mucho más interesante que mi vida, pero la amistad que esperaba desarrollar con ella nunca se dio, ya que incluso los fines de semana, era extraño encontrarla en su apartamento, sin embargo, las raras veces que la encontraba en los pasillos o en el estacionamiento del edificio, era muy amigable conmigo, me saludaba con un abrazo y siempre se despedía con una gentil sonrisa.

Me resultaba también curioso que otros la describían como una persona muy reservada, seria y poco amigable, algunos incluso la catalogaban como fría y un poco engreída, pero nunca di crédito a esos rumores, puesto que no era nada similar a la Annie que me encontraba de vez en cuando y que esperaba, algún día, tuviera un poco de tiempo para salir ambas de compras o por un café.

Cierto día, un paquete llegó por error a mi apartamento. Parecía que el empaque se había dañado un poco y una especie de número 6 se había borrado ligeramente, dándole la apariencia de un 5. Yo lo noté tras analizarlo con cuidado, por lo que no me extrañó que el mensajero se hubiera confundido. Era sábado por la mañana y me dirigí al 602 a entregar el paquete, pero como solía suceder, mi vecina de arriba ya no estaba.

Probablemente no volvería sino hasta el domingo por la noche, así que decidí quedarme el paquete durante el fin de semana para evitar que se le extraviara. De paso, al entregarlo, tendría una excusa para platicar un rato, podría ser entretenido.

Al siguiente día, tenía algunas cosas que hacer, por lo que no estuve durante la mañana, pero al regresar, cerca de las dos de la tarde, me pareció ver entrar el carro de mi vecina al estacionamiento del edificio. Al parecer, esta vez había regresado temprano.

Llegué a mi apartamento y luego de darme un baño, me preparé con un alegre conjunto para ir donde mi vecina e invitarla a ir por un café. Tomé el paquete, mi bolso, un abrigo y me dirigí al apartamento de arriba.

Tras tocar la puerta, mi vecina salió. Llevaba un fino vestido rojo hasta la rodilla, anillos, pulseras y un collar dorado al cuello. De inmediato sonreí y me disponía saludarla con un abrazo, tal como ella hacía siempre, pero su mirada me resultó extraña y fría, parecía no saber quién era yo y me hizo sentir un poco insegura. Traté de hablar con normalidad y luego de llamarla por su nombre y preguntarle si todo estaba bien, pareció cambiar su gesto, su mirada se suavizó, sonrió con la amabilidad de siempre y me abrazó.

Le expliqué que iba a entregarle el paquete que había llegado a mi apartamento por error y de paso podíamos salir por un café. Se mostró muy agradecida, pero lamentó no poder salir conmigo, dijo que esperaba a alguien que no tardaría en llegar, pero me invitó a pasar a su apartamento y acompañarla mientras tanto.

Se ofreció a preparar café ella misma y a mí se me antojaba mucho, por lo que iniciamos una alegre velada. Nos sentamos en su sala y estaban pasando una vieja película que me gustaba mucho. Ella dijo que también le gustaba y pasamos la tarde entre el café, la película, galletas y risas, pero, aunque hablamos de gran variedad de cosas, no me atreví a indagar mucho sobre su ajetreada vida.

Sin darme cuenta, cayó la noche y yo comenté que era hora de retirarme, le agradecía mucho por la tarde agradable que habíamos pasado, en verdad necesitaba mucho una amiga con quien compartir ese tipo de cosas y tenía la ilusión de que repitiéramos algo así muy pronto. Ella lamentó mucho que yo tuviera que irme, dijo que la persona a quien esperaba no tardaría y mientras hablaba, se dirigió a la puerta. Entonces, mientras recogía mi bolso y mi abrigo, noté que le ponía llave a la puerta.




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