Forwell, 1990
El hombre abrió la puerta y bajó por las escaleras, pero esta vez el trayecto le pareció más largo y más difícil, y, cuando estuvo por llegar al último piso, se encontró de frente con Eddie, su amigo que había muerto hace ya algunos meses. El hombre se quedó inmóvil, mudo, pues, aunque quiso enfrentarse al horror de ver a su amigo subiendo las escaleras, prefirió no decir nada y siguió de largo, entonces imaginó que aquel hombre no era Eddie, no podía serlo, pues él mismo había enterrado su cuerpo, sí, por ningún motivo debía de ser él, así que debía de ser alguien muy parecido a su amigo ya fallecido. Llegó así hasta la puerta principal que daba a la calle, la abrió, y cuando la puerta se abrió, el hombre empezó a bajar unas escaleras, pronto notó que empezaba a bajar las escaleras que ya había bajado desde el piso número seis que era el piso desde donde había empezado a bajar minutos antes, o días antes, ya no estaba seguro, de lo que sí estaba seguro era de que aquel hombre que había visto no podía ser su amigo Eddie. Se detuvo, meditó un poco y se espantó al pensar que salir de aquel edificio se estaba convirtiendo en algo sempiterno, aquel pensamiento lo asustó mucho, así que decidió seguir su descenso para ver si esta vez lograba salir del edificio, pero cuando emprendió la marcha hacia abajo vio venir a su amigo Eddie o al hombre que se parecía a él subiendo por las escaleras nuevamente, pero esta vez vio que aquel hombre venía dejando por los escalones un rastro de sangre. El hombre palideció, miró sus manos, y al observarlas se dio cuenta de que traía un cuchillo en su mano derecha y en la otra una maleta llena de dinero y joyas ensangrentadas.
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Editado: 11.02.2025