Briga, 1999
Durante casi quince minutos que estoy en este taxi, el chófer me ha mirado por el retrovisor varias veces, yo sólo he atinado a hacerle gestos con mi mano de que siga de largo hacia el norte. La verdad es que no sé a dónde ir en este momento, aún siento la resaca de hace dos días atrás, y aún puedo escuchar a Laura gritándome: «Lárgate, remedo de escritor, borracho de mierda». Luego de alejarme muchas cuadras de mi casa, decidí bajar del taxi, pagué, y retorné a mi casa caminando. Al entrar en la casa cerré la puerta con una lentitud exagerada, puse las llaves en el lugar de siempre y me quité los zapatos. Fui hasta el cuarto y me dejé caer sobre la cama, pensé en ella y en la distancia, miré a su cuerpo sobre la cama en ropa interior, respiré de su aroma y llevé mi mano derecha hasta su espalda, la rocé y ella despertó, así que me llevó hasta sus brazos, luego me abrazó delicadamente y yo me hundí en su pecho. Varias horas después, cerca de las cinco de la madrugada, ella me dijo que tenía que irse, yo le pedí que se quedara una hora más, pero ella me respondió que no, que tenía que irse antes de que llegara la luz del día. Entonces, desperté y miré el cuerpo frío y rígido de Laura que, aunque ahora pasa en silencio todo el día, aún duerme y despierta al lado mío.
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Editado: 11.02.2025