Bass, 1986
Desde que nació el hijo del vecino no ha parado de llorar, aquel llanto es un ruido incómodo, un sonido del infierno, como si los gritos del abismo estén representados en aquel niño. Desde aquí no puedo ver nada, las ventanas están nubladas, este invierno hace que las ventanas se congelen, sin embargo, busco entre las otras puertas una entrada, pero es en vano, parece como si el polo norte se haya atravesado entre aquellos pasillos y mi puerta, pero el llanto infernal del niño atraviesa esos puntos fríos y quiere romper mis ventanas con su aullido demoniaco. Necesito ir y parar con todo esto. (Lo malo es que nunca lo dejan solo para ir y traer a mi vida ese silencio que tanto necesito). Pero no importa, hoy iré por el niño durante la madrugada, así que aquella noche esperé hasta que todos se duerman, crucé el mediano muro que divide las casas, abrí una ventana de guillotina la cual hizo un leve ruido al abrirse, me impulsé y logré entrar en la fría casa. «Allí estás, engendro, eres horripilante, tal y como lo imaginé, no sólo lloras como un demonio, sino que también pareces uno. «¡Maldito, niño, no grites!». El engendro ha dado un aullido que me ha hecho salir volando de aquella habitación y en cuestión de segundos entré de nuevo en mi casa y he apagado todas las luces.
No sé por qué, pero aquel engendro me ha traído un recuerdo que no entiendo muy bien.
Tal vez ese niño que respira fuego soy yo mismo, lo digo porque cuando yo era un niño, recuerdo haber visto a un muchacho entrar por la ventana, entonces lancé un llanto escandaloso porque sentí que se trataba de un ser maligno que venía a matarme, entonces, luego de mi llanto, aquel muchacho se asustó a sobre manera, saltó por la ventana y se alejó corriendo de la casa. Aquella fue la primera vez que vi al rostro de la muerte llegar a mi vida cuando apenas tenía dieciocho meses de existencia.
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Editado: 11.02.2025