Al filo del abismo

Blement, 1996

Traté de correr, pero no pude, tampoco pude girar la cabeza para ver quién estaba detrás de mí, sólo escuché una extraña voz que me dijo: «Haz caso a tus pensamientos». Aquella era una voz como de otro mundo; era triste y fatal de escuchar al mismo tiempo. En cuanto pude salí corriendo de aquella oscura casa, corrí por una calle polvorienta y, al dar la vuelta en la esquina, me encontré en un valle por el que pasé a toda prisa, pero al llegar cerca de un abismo tropecé y estuve a punto de caer en él, me detuve a tiempo, me levanté y me sacudí el polvo, miré detrás de mí venir a ciertas personas a las cuales yo había asesinado en mi mente; tres personas a las cuales odiaba, las miré, pero ellas no me miraron, les grité y las insulté, pero ninguna miró hacia donde yo estaba, de pronto, cuando miré al frente ya no había ningún abismo, ahora me encontraba en un edificio muy alto, casi cerca de las nubes, y las tres personas que había visto antes, estaban sujetándose con sus manos del filo de aquella edificación, estaban a punto de caer, miré hacia abajo y la caída desde ahí acabaría en una muerte muy espantosa, pues, apenas logré ver a los autos que pasaban abajo como a pequeños puntos de colores que se movían en algunas direcciones. Las tres personas tampoco podían verme en aquel lugar, les grité de nuevo, sin embargo, no pudieron verme y sólo hicieron un movimiento de cabeza como si buscasen al que los había insultado, así que me acerqué a ellos y les aplasté las manos con las que dependían para no caer, les aplasté cada uno de sus dedos con mis pies y una a una fueron cayeron al vacío mientras que yo pude ver cómo se hacían pedazos en el suelo.

Me desperté asustado, estaba sobre la mesa de estudio, me había quedado dormido en la biblioteca, miré algunas anotaciones que había hecho antes, pero que no recordaba haberlas escrito, así que me llamó la atención aquella que decía: «Haz realidad tus sueños».