Nocturno

El hijo

Las Torres, 1898

La mujer con el velo negro sobre la cabeza cruzó el umbral de la puerta y fue hasta el confesionario, ingresó, cerró la puertita, pero esta vez se arrodilló, tenía la respiración entrecortada. En un acto de angustia se llevó una mano al cuello y luego la pasó por todo su rostro. Del otro lado se abrió la cortina.

-Ahora puedes hablar ¾pronunció la voz que acababa de abrir la cortina.

-Tú puedes salvarlo -dijo la mujer.

El hombre de otro lado suspiró. Carraspeó un poco, luego respondió.

-Es difícil.

-Lo sé -respondió la mujer-. Pero tú puedes hablar a sus conciencias y hacer que cambien la condena. No sé, puedes hablarles del perdón de Dios.

-Ellos ya han tomado su decisión. No sé si me escuchen.

-Claro que te van a escuchar. Tu voz siempre será escuchada. Si tú se lo pides ellos van a tener misericordia.

-Pero todo lo sucedido fue horrible. Aquella niña no tuvo la culpa de nada. ¿Qué pensaran las personas si intercedo por él?

-No me interesa lo que piensen, lo importante es salvar de la muerte a Francis. Él no sabe lo que hace, ya sabes que no nació como los demás.

El hombre volvió a suspirar.

-Debo irme -dijo a la mujer después de un momento-. Sólo tú puedes salvarlo. Recuerda eso. Y que no se te olvide que Francis también es tu hijo.

-Veré qué puedo hacer -respondió el párroco y se quedó ahí sentado en silencio un poco más mientras que la mujer salió por la puerta a pasos ligeros y con la cabeza tapada con aquel velo negro que el párroco había quitado tantas veces para besar sus labios.




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