Nocturno

Desde las sombras

Phozla, 1958

John volvió a encender la luz de la habitación, sacó el libro que había encontrado en la biblioteca de la escuela y que se había llevado con él a escondidas ya que era un libro muy llamativo y extraño. El libro llevaba por título Desde las sombras y tenía una portada en donde un ángel tocaba un violín. John abrió el libro y empezó a leer, de pronto, sintió que una brisa fría y por momentos caliente pasó por la habitación, Jhon miró hacia la ventana, puesto que le pareció ver a alguien, pensó que podría ser su padre, así que hizo silencio por un momento, pero al notar que no era nadie, siguió leyendo, sin embargo, después de varias páginas, la historia se le hizo extraña y difícil de leer debido a que empezaron a aparecer palabras como: infierno, demonios, magia negra, seres oscuros, sangre, y todo aquello lo espantó, se llenó de miedo, de horror, así que cerró el libro y apagó la lámpara, pero de pronto escuchó entre la oscuridad a alguien caminando por la habitación, se sentó en la silla que estaba cerca de la cama y abrió el libro, John estaba temblando, sintió ganas de salir corriendo, puesto que la habitación empezó a oler de una manera horrenda y abominable, pero no logró ni siquiera mover un dedo y aquel ser que estaba sentado a su lado empezó a leer: «Todo aquel que tomara y leyese el libro «Desde las sombras», está condenado a escuchar y ver a los seres del otro lado, a esas sombras y figuras demoniacas que vivirán con él hasta que un día se lo lleven de este mundo». Aquellas fueron las principales palabras que se quedaron grabadas en su memoria desde aquel día.

Pasaron los años y cuando John cumplió diecisiete años se volvió a acordar de aquella noche, de aquella sombra, de aquellas palabras, puesto que ahora había empezado a oír voces, a ver figuras extrañas y a hablar con personas que, al preguntarle a sus familiares por aquellas personas, ellos le decían que no había nadie en la puerta o que en el salón del colegio no había tal profesor. No podía dormir, ya no desde hace dos meses atrás, puesto que cuando intentaba dormir, una horrible melodía como de tambores, violines y seres agonizantes se escuchaban claramente entre la penumbra de la noche dentro de su cabeza. John gritaba, sus padres acudían a él para decirle que ahí no había nadie, que la habitación estaba vacía y que no había ningún libro negro, pero John abría los ojos, miraba hacia la silla, y ahí podía ver sentado a aquel ser cadaveroso, de ojos negros y alas amorfas que seguía leyendo aquel libro con una voz demoniaca todas las noches.

John siguió sin poder dormir varias noches después, escuchaba las voces en su cabeza, miraba entre las sombras y ahí estaban siempre: tres, cinco, diez seres amorfos riendo y gritando toda clase de palabras, pero no fue hasta esa noche en que llegó una nueva voz, con un acento lento y conciso, esta voz llegó con dolores de cabeza, con fríos extraños y sueños horrendos que lo despertaban a cualquier hora de la madrugada, y fue en una de aquellas madrugadas en que la voz le dijo: «Ya es hora, debemos irnos. Ha llegado el momento de irnos a las profundidades del mar. ¡Mátate!, ¡mátate!, ¡mátate!».




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