Follett, 1922
-¿Tú crees que sea verdad eso que dicen de tu hija? -preguntó la nueva esposa del señor Müller.
-No lo sé. No creo. Pero pienso en todo lo que ha pasado y sí me he hecho algunas preguntas.
Dos días después, cuando su hija pasó a saludar, el señor Müller le preguntó.
-Dime la verdad, ¿tú te casas con esos ancianos por su dinero o por qué?
La hija miró al padre, le asombró la pregunta, puesto que ella pensaba que, de todas las personas, su padre era el único que no se hacía aquellas preguntas.
-Te has ido a vivir ya tres veces con uno de aquellos ancianos que estaban a punto de morir y que tiempo después mueren, la gente habla, ¿qué quieres que piensen?
Vanessa dio un par de pasos, se detuvo, miró a su padre y con una voz baja y confusa le respondió.
-Por amor, padre, todo se hace por amor a algo.
-Por amor, hija, ¿cómo vas a decir eso? En menos de un año has estado viviendo con tres hombres mayores que luego mueren, ahora tú tienes cinco casas y varios negocios -respondió el padre poniendo una cara de angustia.
Vanessa salió de la casa, pensó en lo que le había acabado de preguntar su padre y no podía creer que su padre pensara en ella como el resto de las personas en el pueblo que ahora le decían la viuda joven o la asesina de ancianos. «No soy una asesina», pensó Vanessa mientras entraba en su casa, cerró la puerta y fue hasta su habitación, se desnudó y entró en la ducha, se metió bajo el agua fría y pensó en su última pareja, Alberto, un argentino, profesor de economía en la universidad donde ella había estudiado, era alto y lucia como si siempre estuviese cansado, era un hombre de pocos amigos, de pensamientos extraños y de pocas palabras. Vanessa lo recordó alegre en sus últimos días, y mucho más aún en aquel día cuando pasó la navaja de afeitar sobre el cuello de su exesposa. También recordó cuando charló con él casi un mes después de haberlo conocido y le dijo que toda persona tenía que experimentar la experiencia de asesinar a alguien para irse tranquilo de este mundo, recordó su mirada, sus ojos de color café mirándola fijamente, y que después de un largo momento de silencio, Vanessa le preguntó si acaso él no guardaba rencor por alguien, él respondió que sí, que había tenido una esposa en Resler y que aquella mujer le había quitado todo, hasta la vida que a veces soñaba con desaparecerla de este mundo, pero aclaró que aquello sólo eran pensamientos, que de pensar a actuar, había una gran distancia, entonces Vanessa le dijo que ella podía hacer que todo aquello se hiciese realidad, Alberto la miró con sus ojos interesados, y en un intento de hablar de aquel tema en un lugar más tranquilo y privado, se fueron a la casa de él y en un acto y sensación que Alberto no sentía desde hace tiempo, hicieron el amor.
Una semana después y luego de mucho planearlo, Alberto tuvo a su esposa frente a él, Vanessa se lo había prometido y había cumplido, la había raptado sin dejar el mínimo rastro, así que ahora Alberto podía vengarse de todo aquello que su exesposa hizo y dijo en contra de él, y tal como lo habían planeado, Alberto no dudó en pasar la navaja por el cuello de su exesposa y así poder vengarse por todo aquel pasado. Y mientras la mujer se desangraba amarrada en una silla, Vanessa se desnudó, se acercó a Alberto, le hizo firmar los papeles en donde ahora ella era la dueña de su casa y su automóvil, Alberto firmó mientras que Vanessa le hacía sexo oral. «No hay duda, esto es el paraíso», pronunció Alberto luego de firmar los papeles. «Siento que puedo morir en este preciso momento», exclamó Alberto después de un momento. Y sin dar tiempo a nada, Vanessa le pasó la navaja por el cuello, Alberto se llevó las manos a la garganta en un acto de desesperación, pero fue tarde, demasiado tarde, y cuando menos lo pensó, cayó de bruces al suelo.
Vanessa sonrió en la ducha al recordar la muerte de Alberto, cerró la llave del agua y salió desnuda, tomó una toalla y se secó muy despacio el cuerpo mientras pensaba en el señor Morris, el señor Morris era un viudo inglés, dueño de la concesionaria de automóviles y dueño del gran hotel Morris Palace, ¿sexo y la oportunidad de disfrutar de aquel placer de asesinar a alguien?, no, no había anciano que se resistiese a esas dos cosas. Se vistió y fue al hotel, ahí solía pasar el señor Morris por las tardes, lo vio al final de la recepción, cerca de la salida al parqueadero, el elegante y llamativo hombre de más de setenta años leía una revista en silencio, así que Vanessa se sentó frente a él, el hombre la miró y no pude desviar su asombrada mirada al ver a Vanessa sentada frente a él con sus piernas entreabiertas y sin nada que ocultar.
#5343 en Otros
#1633 en Relatos cortos
#418 en Terror
misterio, relato corto, terror psicologico misterio suspenso
Editado: 11.02.2025