Nolan & Melody

U N O

N O L A N

No podía moverme, por más que le pedía a mi cuerpo que hiciera algo, lo que fuera, no respondía. Esto debe de ser una terrible pesadilla, tal vez aún debo de estar en mi habitación, acostado en la cama. Quizá nunca desperté y toda mi rutina debió de haber sido parte de un sueño, para que al final lleguemos al momento más aterrador, que es tener en frente de mí a una chica con sus enormes ojos cafés puestos sobre mí.

Ella no tenía expresión alguna en su rostro, ni siquiera parecía viva, el color había abandonado su cuerpo, haciéndola lucir terriblemente pálida. Nunca he visto a una persona que luzca así, por lo menos no viva.

—Yo… yo—empezó a decir. Su voz era un murmullo apenas audible, y el temblor que empezaba a apoderarse de ella no ayudaba tampoco.

Vamos Nolan, debes, aunque sea cubrirte, con algo, ¡con lo que sea, pero solo hazlo!

De forma lenta y torpe estiré mi brazo, en la búsqueda de alguna toalla o algo que funcionara para cubrirme. No podía despegar mi mirada del rostro lívido de la chica, sin embargo, ella sí lo hizo, fue de mí hasta mi mano, la cual había tocado una de las toallas rasposas del gimnasio. La tomé con rapidez y la envolví alrededor de la cintura de forma brusca.

—Bueno, yo...—empezó a hablar de nuevo, pero sus palabras parecían haberse atorado en su garganta. Comenzó a caminar hacia atrás, lentamente, mientras murmuraba cosas que no lograba comprender y al mismo tiempo hacía señales hacia la puerta—. Creo que… creo que lo mejor será que me vaya—tropezó con un carrito, el cual estaba repleto de ropa sucia. Se dio la vuelta cuando su mano tocó la puerta y desapareció tan rápido como pudo.

Pero ¿qué es lo que acaba de pasar?

Inflé mis mejillas mientras me abrazaba a mí mismo. El color bañó mi rostro, podía sentir como la habitación empezaba a sentirse cada vez más sofocante y pequeña al mismo tiempo. Me senté en una de las bancas que separaban el pasillo entre los casilleros y cubrí mi rostro con las manos. Una chica por primera vez en mis diecisiete años de vida, que no fuera mi madre, me ha visto desnudo, y de alguna forma me siento mal.

¿Cuándo entró?, ¿en qué momento lo hizo? Nunca supe el momento exacto en que cruzó aquella puerta, pero mi poco espacio personal en los vestidores acaba de ser invadido. Una razón más para evitar las duchas del colegio, de nuevo.

Mientras repasaba mentalmente por qué nadie la detuvo diciéndole que aquel no era su vestidor, alguien llegó, dándome un pequeño golpe en la cabeza, llamando mi atención.

—¿Qué pasó Adler?, ¿no salió como esperabas? —Preguntó Kevin, con un cierto tono de burla, mientras se quitaba la camiseta sudada y la botaba dentro de su casillero.

Tanto el golpe como la voz de Kevin me tomaron por sorpresa, haciendo que diera un pequeño salto en la banca, provocando que el chico se riera. Molesto, me levanté de la banca y tomé mi ropa, la cual había quedado tirada en el piso, pues iba a cambiarme justamente cuando aquella chica entró en el vestidor. Me cambié rápido y salí de ahí antes de que algo más sucediera.

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M E L O D Y

Respira, solo respira.

Cerré la puerta al salir de aquella situación tan incómoda y vergonzosa, y recargué mi hombro en la pared que estaba a un lado, dándole la espalda a la entrada del vestidor. Quería salir corriendo de aquí y jamás volver a poner un pie en la escuela, porque por una razón que no puedo explicar siento que todos saben qué es lo que he hecho. ¿Será eso posible? No, estoy loca, y solo debo tomarme un tiempo para poder respirar antes de regresar con Kathya.

Me di un poco de ánimos, pero las ansias y las voces intrusas de mi mente hicieron que me quedara estática en el pasillo. Definitivamente debería desaparecer de la faz de la tierra, ¿cómo podré volver a poner un pie de nuevo en este lugar? El chico podría estar en cualquier parte, incluso podría compartir clase con él, ¿lo he visto alguna vez? Lo que es peor todavía; podría decirle a los demás que soy una acosadora. Dios.

Estaba empezando a hiperventilarme, lo que menos quiero en este momento es tener un ataque en el pasillo. Respiré tres veces para tranquilizarme.

Detuve mis respiraciones y antes de poder girar e ir hacia donde iba en primer lugar; el vestidor de MUJERES, un chico con el uniforme de fútbol soccer se acercó. Sentí que los colores regresaban a mi cara y mi respiración una vez más se cortaba. Él sonrió y yo no hice más que intentar esconderme detrás de mi cabello, pero los mechones apenas si eran suficientes para poder crear un refugio seguro. Él al ver el efecto que creía haberme causado soltó una breve carcajada.

—A un lado, muñeca. —Me dio un leve empujoncito con su mano y antes de abrir la puerta de los vestidores se despidió de mí con un guiño.

Yo me quedé en mi lugar, consternada y un poco molesta. Nadie me llama muñeca, a menos que se trate de mi abuela, quién dejó de hacerlo frente a los demás desde que ya no tengo seis años y le rogué que no me dijera así delante de David Thomas, obviamente para ella sigo siendo su muñeca, como si aún tuviera seis y jugara al té con el Señor Oso.

Me pasé las manos por mis mejillas, apretando mis dedos contra ellas y me pasé al otro lado del pasillo, en donde se encontraba el vestidor de chicas. Aun no comprendo cómo es que pude haberlo confundido, cuando claro está que afuera hay un cartel que menciona para quién es cada vestidor y el dibujo de un muñeco que asimila ser una mujer o un hombre. Empujé la puerta lentamente, introduje mi cabeza primero, cerciorándome de que sí fuera el lugar correcto, y lo era pues a diferencia del de chicos el lugar estaba más limpio y olía mejor. Entré.




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