M E L O D Y
Después de contemplar por un rato como era que el chico se alejaba, decidí que lo mejor era entrar en la casa, sobre todo porque mi madre ha de estar preocupada, me matará en cuanto me vea cruzar aquella puerta, nunca le mandé un mensaje avisándole que quizás llegaría un poco tarde de la hora habitual. En este momento debe de estar esperándome en la sala, sentada en el sillón, con una pierna cruzada sobre la otra, los brazos sobre el pecho y una mirada severa, con aquellos ojos que son capaces de saber hasta tu pensamiento más profundo.
Soltando un profundo suspiro crucé el camino que conducía hasta el pórtico, saqué las llaves de mi mochila y abrí la puerta. Adentro, la casa estaba sumida en el silencio más profundo, señal de malas noticias para mí, generalmente se podrían escuchar las tiernas carcajadas de Louie y de fondo su caricatura favorita, y lo único que puedo escuchar en este momento son las próximas palabras que mi madre me dirigirá. Esperando no ser atrapada, crucé el pasillo y me encaminé a las escaleras, todo pintaba bien, hasta que alguien carraspeó, provenía de la cocina. Lentamente me giré para enfrentarme a mi castigo, pero no era mi padre, sino Matthew.
–¿Qué pasó? –pregunté–, ¿tienes algo en la garganta?, ¿otra vez te volviste a atragantar con tu propia saliva?
Puede que mi hermano parezca el chico atlético con la que toda chica de la escuela desea salir, pero la otra cara es la de un chico que se la pasa todo el día encerrado en su habitación leyendo libros sobre insectos y botánica, o dejando ser el adolescente cool que aparenta ser dentro de los pasillos. Si alguien del equipo llegase a ver la colección de insectos disecados que reposan en sus repisas, sería el hazmerreír y formaría parte del club de los renegados, –un grupo que no existe, pero todos sabemos quienes forman parte de él, porque las divisiones sociales dentro de la vida escolar son demasiado obvias, aunque muchos quieran negarlo–.
–No–respondió un poco a la defensiva, se acomodó un poco mejor y dejó de recargarse en el marco de la pared–, ¿dónde estabas?
Fruncí un poco el ceño, molesta, ¿un interrogatorio?, ¿en serio?
–Estuve por ahí, con Kathy, la acompañé a comprar maquillaje, y, por cierto, le pedí permiso a mamá, ¿alguna otra pregunta, guardaespaldas? –pregunté dejándolo con la palabra en la boca, negó con la cabeza, y antes de pudiera seguir sermoneándome me dirigí a mi habitación.
Si mi padre no toma una actitud tan sobreprotectora, Matthew si lo hace, algo que me molesta demasiado, y por más que le he dicho que puede dejar de cuidarme, que yo sé hacerlo por mí misma, no me deja, es por eso por lo que siempre regresamos juntos de la escuela, y cuando le toca practica me deja al cuidado de Kathya. Podré ser una chica torpe, pero no lo suficiente como para perderme.
Una vez dentro de mi cuarto me quité mis tenis y los dejé a un lado de la puerta, dejé mi mochila en el piso, a un lado de mi escritorio y caminé hasta dejarme caer en el pequeño sofá que tenía junto a mi librero. Saqué mi celular al mismo tiempo que la pantalla se iluminaba dejándome ver las notificaciones; dos mensajes de Kath me habían llegado, en ellos me decía que tal me estaba yendo y que había ofertas en el centro comercial. Decidí marcarle.
–¿Cómo se te ocurre llamarme en plena cita? –fue lo primero que me dijo en cuanto contestó la llamada–, no me digas, ¿está yendo tan mal?
–Peor–fue lo único que pude contestarle, recargué mi cabeza en el respaldo y observé el techo, el cual estaba un poco agrietado.
–¿En serio?, pues claro, como van a hablar si después de todo le has visto hasta lo más profundo de su alma.
–Para empezar, ni siquiera estamos en la heladería–ignoré a la chica–, no estamos ni siquiera en la cita, no llegamos a ese punto. Estoy en mi habitación, viendo el techo y cuestionándome sobre muchas cosas.
–Por Dios Mel, no debiste de haberlo cancelado, si quieres una señal para cambiar las cosas entre tú y aquel chico, este era el momento…
–¡No lo cancelé yo!, fue él… bueno sí fui yo, solo influí un poco en su decisión, tal vez–solté un suspiro–. Lo que pasó fue que choqué con algo, me golpeé la cabeza…–de fondo se escuchó su risa y su voz preguntándome «¿de nuevo?» –. Sí Kathya, otra vez por ser distraída ocasione una nueva humillación publica, esta vez no fue un cartel publicitario.
Me levanté del sillón y caminé hacia la ventana, corrí la cortina blanca y observé el jardín de la vecina, su perro estaba tomando el sol, y sus rosas lucían tan maravillosas como siempre.
–Deberías dejar de estar en tu mundo por lo menos cuando vas en la calle, un día de estos podría pasarte un accidente–comentó un poco más seria–. Ahora entiendo porque Matthew quiere que te acompañe hasta tu casa.
Rodé los ojos, aunque ella no pudiera verme.
–¡Una abuelita nos dijo que parecíamos novios! –grité de repente, como si aquello fuera la cosa más aterradora que alguien me hubiera dicho–, ¿puedes creerlo? Creo que es demasiado obvio que entre los dos hay una incomodidad demasiado obvia, ¿acaso no es notorio? –pregunté, moderando mi tono de voz esta vez.
–Demasiado, se puede ver desde varios kilómetros–comentó con un poco de indiferencia, de fondo escuché como una chica anunciaba descuentos en la lencería–. Mira, Mel, si te vas a seguir atormentado por pequeñas cosas que pasan en tu vida, o en este caso un error que le puede pasar a cualquiera, esta va a ser una vida demasiado corta. Nena, deja el pasado donde debe de estar, guardado en el baúl de los recuerdos, para que puedas crear nuevos, y si hubo errores es para que aprendas de ellos y ya no los vuelvas a cometer.