Nolan & Melody

O C H O

N O L A N

–Ya no me contaste como te fue en tu espectacular cita con aquella chica misteriosa–comentó Lyssander al día siguiente durante la clase de gimnasia.

Ambos estábamos tendidos sobre el pasto como los demás intentado hacer abdominales, salvo que nosotros dos no podíamos levantarnos desde hacía como tres minutos. Mi cuerpo me exigía a gritos que nos detuviéramos, que no estaba diseñado para aquella rutina tan excesiva de ejercicio, a pesar de que solo habían sido tres rondas de cincuenta abdominales, en palabras del profesor, quien también era el entrenador de casi todos los equipos deportivos.

–Estuvo bien–comenté mientras arqueaba la mitad de mi cuerpo hacia enfrente mientras hacia mi abdominal numero cuarenta de la segunda ronda. Una vez más me dejé caer en el pasto rendido y agotado.

Sí, solo llevaba noventa abdominales y ya estaba muerto, al igual que el resto de mis compañeros, quienes aprovechaban que el entrenador estaba entretenido en otra cosa y podían descansar. Dejé escapar un profundo suspiro de cansancio mientras sentía como todos los músculos de mi cuerpo se destensaban y comenzaban a relajarse poco a poco.

No le diré la verdad. Si admito en voz alta que aquella falsa cita había sido un verdadero fracaso, el pedestal mental, que, tanto Lyssander como yo habíamos construido se destruiría, y no podía permitirme aquello. No con él como amigo.

–¿Solo bien? –preguntó de pronto el chico–. Por Dios, Nolan, es prácticamente tu primera cita con una chica real y solo te atreves a decir bien–hizo énfasis en la palabra real. 

Me giré a verlo. Quería saber a qué se refería con eso de chica real, pero el silbato del profesor nos interrumpió, de forma automática, todos empezamos a movernos como maquinas imparables de ejercicio, estábamos sincronizados, como si hubiéramos entrenado para eso.

–¡Muévanse! –gritó el entrenador, con aquel bramido que tanto lo caracterizaba–, ¡están en una clase de educación física, no de paseo en la playa para que puedan broncear sus escuálidos cuerpos!

Un débil «sí, entrenador», se escuchó en la fila de chicos cuyos rostros expresaban las consecuencias de no practicar ejercicio tan seguido, y dentro de esas caras exhaustas me encontraba yo. Con disimulo me giré a ver a mi amigo, aprovechando que el entrenador una vez más había abandonado su posición de vigilante, y lo encontré tendido en un una extraña posición, brazos y piernas extendidos, su pecho subía y bajaba de forma arrítmica, sus ojos estaban cerrados y su boca un poco entreabierta.

–Amigo, mátame, por favor, hazlo–murmuró el chico–, cualquier tormento en el infierno será mejor que esta porquería. Te lo suplico.

Negué con la cabeza y le lancé una leve patada, para indicarle que el entrenador andaba cerca. Con movimientos lentos y perezosos, Lyssander se levantó y continuó con la rondada de ejercicios, al igual que los demás.

–¡Muévanse, señoritas! –gritó el entrenador–, demuestren que pueden sirven para otra cosa que solo jugar videojuegos y ver porno.

 

Al salir de los vestidores mi celular sonó. Al desbloquear la pantalla me di cuenta de que un nuevo mensaje se había unido a la lista de no leídos; tenía mensajes de mi padre, recordándome sobre la cena del viernes por la noche, de Jenell, deseándome un buen día, de Lana (hija de Jenell), avisándome que llegaría el sábado por la noche y de un número desconocido que me citaba en el periódico escolar. No era necesario preguntarle quien era, pues la foto de perfil y el lugar donde me pedía reunirnos eran pistas suficientes. Mitchel.

Aprovechando que tenía una hora libre me encaminé hacia el lugar de la cita, el cual no quedaba nada lejos de los vestidores y el gimnasio. A mitad del pasillo, faltando tres salones y como veinte casilleros, me detuve, en frente de mí estaba Melody, y ella, al igual que yo, había dejado de hablar con una chica que estaba junto a ella, y se había quedado viéndome. Me costó unos segundos reaccionar y tratar de entender porque me había quedado helado en el pasillo como si acabara de ver un fantasma.

–Ho… hola–intentó saludarme.

A diferencia del día que había decidido invitarme a salir para conocernos mejor e iniciar de nuevo, la barrera de seguridad que había formado se desmoronó, al darse cuanta de aquello, su rostro cambió un poco, e intentó demostrar una falsa fuerza.

–¿Qué hay? –respondí a su saludo.

Desvié la mirada de ella y me centré en su acompañante, quien no dejaba de analizarme como si se tratara de un escáner o algo así, la chica no pareció notarlo, o no le importaba, y siguió evaluándome. Una vez más regresé mi vista a Melody, y ella, apenada carraspeó un poco antes de hablar.

–Ella es mi amiga, Kathya–disimuladamente, quizás no tanto, la dio un codazo, la otra chica dejó de verme como si fuera un ser extraño, y sonrió un poco, no había nada de felicidad en aquel gesto, era más malicia–. Kath, él es Nolan, mi compañero en el periódico escolar.

–Hola, Nolan, Melody me ha contado mucho sobre ti–su sonrisa se ensanchó un poco más. Parecía como aquella típica niña psicópata de las películas de terror.

«¿Eh?»




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