M E L O D Y
Nos encontrábamos en la cocina de mi casa, estábamos buscando provisiones, según Kathya, pues ella consideraba que un buen chisme iba acompañado de comida, y aunque no quería admitir delante de Camille que aquello era el rumor más grande de la escuela después del chisme que surgió sobre el profesor de historia, quien salía con la madre de un estudiante, sé que por dentro se muere de ganas por saber que demonios está pasando. Camille y yo esculcábamos las repisas y cajoneras donde mi madre suele guardar las barras de chocolate, bolsas de papas fritas, y otros dulces, mientras Kath sacaba del refrigerador el jugo de mango. Curioso que en la cocina de una mujer que no cree que sea sano que sus hijos consuman la comida de la cafetería tenga dentro de su cocina la mitad de la tienda de golosinas.
Cuando tuvimos las manos llenas, subimos corriendo las escaleras para entrar a mi habitación. Claramente la única que no se veía tan animada por contar lo que había pasado era Camille, aunque yo en su lugar me sentiría mejor después de terminar aquella relación que no iba a ningún lugar y que en realidad sólo se mantenía por presión social. Por Dios, la preparatoria es igual o peor que la monarquía en ese sentido. Dejamos las cosas esparcidas por el suelo y yo fui por los cojines que suelo usar cuando me siento a leer en el piso. Le tendí uno a Camille y otro a Kath.
–Tienes una habitación muy linda–comentó Camille mientras recorría el cuarto con la mirada.
–Gracias–murmuré, un poco apenada.
La habitación tenía sin duda mi toque personal, paredes pintadas con un amarillo claro, la cama junto a la ventana, repleta de peluches, una estantería repleta de libros, posiblemente pronto tendré que comprarme una nueva, en algunas paredes había colgado un par de cuadros con imágenes que mandé a imprimir, mi escritorio, donde reposaba mi laptop, mis cuadernos, hojas, y a un lado había una pequeña mesa, dónde había unas figurillas y fotos mías, ya fueran con Kath o con mi familia.
Nos terminamos sentando en circulo, con la comida en el centro, las mochilas arrinconadas a un lado de la puerta, el silencio que se había formado entre nosotras había sido un poco incomodo, ¿será buen momento para poner un poco de música? Digo, para que el ambiente se aligere un poco, y sea más entretenido… Como si Kath hubiera leído mi mente, sacó su celular.
–¿Puedo conectar mi celular a tu bocina? –preguntó, mientras buscaba un playlist.
–Claro.
Me levanté, me acerqué a la cómoda donde se encontraba la pequeña bocina gris que mis padres me habían regalado la navidad pasada. La encendí y le indiqué a mi amiga con un pulgar que estaba lista, la chica asintió, cuando regresé a mi lugar, la canción Burn de Ellie Goulding sonaba de fondo, llenando un poco el silencio que habíamos generado.
–Ahora sí, Camille–comentó mi amiga mientras abría una bolsa de papas con sabor a limón–, cuéntanos, querida, ¿qué fue lo que pasó realmente con aquel idiota?
Le di un codazo a Kath por su comentario, pero la chica me ignoró. Camille se rio un poco y negó con la cabeza. Aquello era buena señal, ¿no? Me sentía un poco incomoda con el hecho de que ella no quisiera contarnos nada, pero que Kathya estuviera presionándola, cuando una idea se le mete a la cabeza, en especial cuando es un chisme, no hay nada en el mundo que la haga salir.
–¿Qué es lo que les puedo decir? –comentó la chica, encogiéndose un poco de hombros–. Fui yo quien terminó con él.
Kathya había dejado de comer, lo sé porque la bolsa ya no se escuchaba, además de que tampoco su mandíbula al cerrarse. La miré, y si no fuera porque tenía comida en la boca, la tendría abierta.
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C A M I L L E
Lo había terminado yo. Yo había cortado con Nick Davis, porque ambos éramos dos bombas nucleares a punto de estallar. Ambos sabíamos que no éramos la pareja más estable, ni siquiera perfecta, ¿qué pareja sí lo es? Los problemas nos estaban sobre pasando, era más de lo que ambos podíamos manejar, pero ¿por qué seguíamos juntos? La respuesta no lo sé, y estoy segura de que él tampoco.
Pasamos demasiado tiempo juntos, antes de que fuéramos novios, y nos sentíamos a gusto, siendo amigos. Después quisimos intentar algo más, yo en verdad sentía amor por él, y no de ese amor adolescente que aparece una vez y después se esfuma cuando ves a alguien más, yo lo quería loca y desesperadamente, pero, llegó un día donde me cuestioné, ¿aquello era amor de verdad? ¿En serio estaba enamorada de él? O ¿sólo le seguía teniendo afecto como el que le tienes a tu hermano mayor? Empecé a cuestionarme todo, el por qué habíamos salido en primer lugar, por qué habíamos decidido ser pareja.
Creo que mi madre lo advirtió, la primera vez que me vio dudosa sobre salir con él.
–¿Estás segura de que esto es lo que quieres, mi niña? –había entrado a mi habitación, yo llevaba como veinte minutos viéndome al espejo.
–Sí, es un bonito conjunto, ¿no lo crees? –le señalé la ropa que había elegido. Mi madre negó con la cabeza.
–Seguir con él–me pidió que me sentará en la cama–. Son mejores amigos, desde que hace mucho tiempo–sonrió un poco–, al principio Susan y yo creímos que terminarían así, creo que ella está feliz de que estén saliendo, pero yo creo que no es lo mejor, no para ustedes. Querida, sólo se están haciendo daño.