Nolan & Melody

C A T O R C E

M E L O D Y

Habíamos llegado a la cafetería, por fuera, los pocos lugares para aparcar (solo eran cinco) estaban ocupados. A esta hora, el restaurante estaba lleno de estudiantes y de empleados de las fabricas y locales cercanos. Nadie podía negar que las malteadas y hamburguesas de Bob eran las mejores, ni siquiera las de McDonald’s tenían tanto éxito en este lado del condado. Los colores simbólicos del lugar eran las tonalidades pasteles: rosas, amarillos y azules, hacían que te sintieras en un ambiente familiar. El cartel, donde se podía leer: Bob’s restaurant, daba la bienvenida a cualquier comensal que quisiera disfrutar de una comida rápida, sin perder jamás el toque casero. Cuando Nolan abrió la puerta, para que ambas pudiéramos entrar, la campanilla sonó, avisándole a la chica que atendía la barra de bebidas que nuevos clientes habían llegado.

–Oh, hola, Melody–me saludó Rose–, y amigos de Melody–se dirigió a los dos chicos que estaban detrás de mí. Camille le respondió con un alegre hola y supongo que Nolan movió la mano, porque nunca escuché su voz. Rose sonrió–. ¿Barra o mesa? –preguntó mientras tomaba un trapo blanco y se lo echaba al hombro.

Me giré hacia los chicos, Nolan no dijo nada, Camille me dio a elegir, así que pedí una mesa. Nos terminó tocando una del fondo, junto a la ventana que daba hacia la calle, por donde podíamos ver lo que sucedía a fuera, como, por ejemplo, el pequeño que iba haciendo un berrinche, mientras su madre iba regañándolo.

–Les traeré la carta–sonrió una vez más.

–Gracias–murmuré.

La chica se alejó entre la fila de mesas a medio llenar, mientras canturreaba una vieja canción de los 80’s. Rose es la novia de Amber, trabaja medio tiempo en la cafetería para así poder pagar la matricula de la universidad, de alguna forma quería ayudar a sus padres con los gastos, si durante el semestre no usaba el dinero para la escuela, se lo gastaba en la casa: compras, que, si se averió el televisor, ¡hey, este mes llega la factura del teléfono!, no te preocupes padre, yo lo pago. Si bien, los padres de Rose tenían un buen empleo que los ayudaba a mantenerse en pie, tener lo básico y porque no, poder darse unos lujos de vez en cuando, a la chica le gustaba sentirse útil y no solo una carga. Me agradaba en verdad, de todas las relaciones que ha tenido mi hermana, ella ha sido la única que demuestra un interés verdadero por mantener algo serio, además que en cada cumpleaños me ha regalado un libro, y en navidad es la que organiza los intercambios familiares (ambas familias nos juntamos ya sea en nuestra casa o en la de ellos). A mis padres también les encanta, y si Amber es feliz, yo también.

Una vez más, reapareció Rose, pero esta vez llevaba consigo el menú en sus manos. Una cosa más por la cual la chica me agradaba era por su estilo, todo lo que ella usaba y hacía, tenía su toque personal. Si bien el uniforme que utilizaban en la cafetería en lo personal me gustaba, ella había optado por modificarlo, usando algo que iba de acuerdo con el lugar, pero a su estilo: unos pantalones rectos de mezclilla oscura doblados en los tobillos, una camisa roja con puntos blancos y obviamente no podían faltar unos clásicos Converse blancos. Ella era la única que en serio se esmeraba por aparentar que trabaja en un restaurante vintage de los 50’s, pues el peinado, maquillaje y el paliacate hacían juego con todo lo demás. Los tatuajes en sus brazos eran un toque adicional. Lo más curioso de todo era, que no importaba si fuera un día de trabajo o no, ella siempre iba vestida así a todas partes.

–Aquí les dejo la carta, aunque supongo que tú elegirás lo mismo de siempre, ¿no es así? –me señaló con su pluma rosada. Sonreí un poco.

Lo único que se salía de contexto de aquella imagen de “chica ruda”, una vez que la conocías bien, era su personalidad. Era como estar con Sandy, de Grase, antes de su transformación. Mejor dicho: era como tratar a Sandy una vez transformada. Pero, aun así, ella era como una segunda mejor amiga. 

–De acuerdo, entonces será una malteada de frambuesa con patatas fritas…–señaló a Camille, quien había levantado un poco su mano para hacer su orden.

–Quisiera una malteada de fresa junto con unos Nuggets de pollo, por favor–la otra chica anotó en su pequeño cuaderno.

Miró a Nolan, quien estaba a un lado de la chica. Había hecho que se sentaran juntos al propósito, los había acompañado, pero eso no quería decir que no dejaría que durante este rato se distanciaran.

–Solo una malteada de vainilla, gracias–murmuró sin siquiera ver el menú.

Rose asintió mientras terminaba de escribir nuestro pedido, se alejó después de decir que dentro de unos minutos estarían nuestros pedidos. Y antes de que se me olvidara, además para evitar hablar con ellos lo menos posible y que empezaran a hacerlo ellos dos por su cuenta, saqué mi celular, donde le mandé un mensaje a mi madre, avisándole que había ido a tomar una malteada con unos amigos.

«Aunque, en realidad, debí de haberle puesto: “Mamá, fui a la cafetería de Bob a hacer de mal tercio, ¿quieres que te lleve pai de calabaza?”».

Por desgracia, en ningún momento ninguno de los dos habló. Quizá, después de todo, Kathya tenía razón y haber venido fue una pésima…, no, una terrible idea. Estábamos incómodos, el ambiente en nuestra mesa se tornó pesado, Nolan no hacía más que resacarse la ceja de vez en cuando y desviar la marida hacia la ventana, Camille mantenía la mirada baja y jugueteaba con el bordado de su camiseta deportiva. Yo los observaba y dentro de mi mente me preguntaba: ¿es en serio?  




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