M E L O D Y
Como pude llegué a la mesa que mi hermana había reservado para ambas. Por Dios, ¿me habré puesto en evidencia? Sentía demasiado calientes mis mejillas aun, por qué debí de haberme puesto así en primer lugar, no debí sonreír y después quitar el gesto de mi boca, aquello definitivamente debió de haber sido muy obvio, no puede ser. Además, la chica que venía con él me veía con demasiada curiosidad. Al sentarme frente a Janet lo único que hice fue cubrirme el rostro con mis manos, a la espera de que Nolan ya no estuviera viéndome, deseando que ya no lo hiciera.
–¿Estás bien? –preguntó mi hermana, colocando una mano sobre la mía para retirarla de mi rostro.
No dejé que lo hiciera, solo quería quedarme bajo mi escondite por más tiempo, por alguna extraña razón sentía que la persona que tenía al frente no era otra más que Nolan, quien estaría observándome, inquieto, con aquella mirada cargada de confusión y hastío.
–¿Por qué me trajiste aquí? –murmuré tras mis dedos–, ¿no había acaso otro lugar donde comer? A dos calles de aquí queda el pequeño restaurante italiano de la señora Di Salvo.
–Dijiste que querías aros de cebolla–mi hermana soltó una pequeña carcajada, la cual calló después de que alguien llegara.
–¿Qué es lo que le pasa? –preguntó Rose, algo preocupada–, ¿no se siente bien?
La chica, a diferencia de mi hermana, colocó una mano sobre mi hombro, su tonó no era burlesco, y en serio parecía sentir cierta inquietud por mí. Quité las manos de mi rostro a tiempo para ver como Janet hacia un gesto con su mano, restándole importancia a lo que estaba pasando.
–Tranquila, no es nada–se encogió de hombros–. Yo tampoco sé que le está pasando, todo pasó después de que se detuvo en aquella mesa–con disimulo mi hermana señaló la mesa donde se encontraba sentados.
Rose no era la chica más discreta del mundo, y eso no era un secreto, es por eso por lo que jale su brazo para que dejara de ver hacia donde estaban ambos disfrutando de su comida. Debo admitir que yo tampoco lo fui, ni lo soy. Estoy segura de que la acompañante de Nolan se dio cuenta de lo que hice, pues una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios que estaban un poco manchados de cátsup que no le importaba limpiar en aquellos momentos. Cuando hice aquello, perdió un poco el equilibrio, teniendo que agarrarse del respaldo de la banca en la que estaba sentada.
–Melody–se dirigió a mí Janet, cuyo tono parecía entre sorprendida y molesta.
–¿A caso, ese no es el chico que venía contigo la otra vez? –preguntó Rose colocándose la punta de la tapa de su bolígrafo en la boca mientras le daba pequeños golpecitos.
Sin querer había apretujado un poco el brazo de la chica, quien soltó un pequeño quejido, el cual mi hermana no se tomó la molestia de reprocharme, pues había volteado a ver hacia la otra mesa.
–¡Janet! –grité asustada–, ¡no hagas eso! –parecía una mujer escandalizada por estar viendo a su hija cometiendo alguna clase de pecado.
Mi hermana se volvió a girar, esta vez con una sonrisa en su boca. Era una gran sonrisa que no me gustaba para nada. Pintaba malos caminos.
–Así que, ¿ya tuviste tu primera cita y no nos dijiste ni a mamá o a mí? –hizo un gesto de estar ofendida.
–Yo no lo consideraría una cita…–había empezado a hablar Rose, pero no la dejé terminar.
–¡No fue una cita! –chillé. Mis mejillas se colorearon cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. «Por Dios, Melody, no puedes dejar de hacer el ridículo por lo menos una vez en tu vida». Me acomodé mejor en mi asiento–. Fui el mal tercio por un día, él… él es mi amigo, es mi compañero del periódico escolar. Creo que ya te hablé de él–murmuré apenada. Solo espero que nadie lo haya escuchado.
–No puede ser–en sus ojos brilla la alegría, había colocado sus manos en sus mejillas para después pasarlas a su boca, cubriendo que esta la había abierto por completo–. Él… él es de quien hablaste aquella vez en mi estudio, ¿no es así?
No supe en qué momento, pero Rose se había sentado a un lado de mi hermana para escuchar mejor la historia. Tenía cara de no entender mucho de lo que estaba pasando, pero aun así parecía tener una idea algo clara. No hubo necesidad de responder, pues mis mejillas se habían sonrojado, y no diré que levemente, pues sentía como el calor subía desde mis pómulos a la frente, y hasta la punta de mis orejas.
–¡Los sabía! –gritó, pero no lo suficiente como para que lo escucharan todos–. Sabía que aquello se trataba de algún chico. ¿Cómo se llama? Anda, dinos.
Miré a ambas chicas, Rose, al igual que mi hermana, había apoyado los codos sobre la mesa y colocado sus manos bajo su mandíbula, adquiriendo un aire interesado y al mismo tiempo un poco infantil, tenía un pequeño brillo de alegría en sus ojos, era como si la historia de amor que se había formado Janet en su cabeza pudiera ser compartida en su mente, y la estuviera reproduciendo una y otra vez. No quería revelar más de lo que ya había hecho, además no era el lugar adecuado para hacerlo, el chico estaba prácticamente a pocos metros de mí y podía sentir que ya sabía todo lo que se había discutido en esta mesa, como los demás comensales de seguro ya se enteraron. Bien lo dicen, pueblo chico, infierno grande.