N O L A N
–¿A dónde vas? –preguntó Jenell, había salido del comedor y llevaba consigo una taza entre sus manos.
–Saldré con unos amigos.
«Si es que puedo llamarlos así».
La mujer me vio por unos segundos, parecía como si tuviera una pelea consigo misma. Eran las siete veinte, debí de haber salido antes de mi casa si quería llegar a tiempo por Megan, pero al final decidí que lo mejor era dejarla esperando, aunque sabía que me arrepentiría después de ello. Comprendía el gesto que Jenell tenía en estos momentos. Era viernes por la tarde, faltaba poco para la cena y yo nunca salía un viernes por la noche, nunca me perdía una “cena” familiar por más que quisiera, y el único amigo que tenía era Lyssander, con quien nunca salía tan tarde.
–¿A dónde vas en verdad? –cuestionó de nuevo la mujer.
Me irritó un poco que tomara el papel de madre preocupada. Nunca me había cuestionado nada de lo que hacía; salía si quería, compraba lo quería, hacía lo que me diera la gana y nunca me había detenido a darle una explicación, pedirle permiso o algo parecido, simplemente lo hacía porque nuestra dinámica funcionaba así: ella era la nueva esposa de mi padre, madre de Lana, para mí sólo era Jenell, la antigua amiga de mi padre.
–Ya te dije, saldré con unos amigos.
–¿Tu padre lo sabe?
Alcé una ceja. De aquí a cuando importa que mi padre sepa qué es lo que hago. Claro que no lo sabe, y aunque fuera así no le interesaría, nada de lo que hago le importa en verdad. «Aunque le dijera no le importaría». Me guardé el comentario y sólo negué con la cabeza.
Jenell sólo soltó un largo suspiro, de cansancio. Había ocasiones en donde me arrepentía de tratarla así, la mujer estaba haciendo su mayor esfuerzo para ocupar el lugar de ambos padres, ya ni siquiera el de mi madre, sino el que mi padre había dejado desde siempre. Ella se daba cuenta, y es que aquello no era un secreto, casi todas las madres del club también podían verlo, mientras ellas pasaban tiempo con sus bebés en brazos mientras tomaban el té o café, mi madre estaba con ellas, mientras yo era cargado y atendido por Miriam. Cuando cumplí siete años y era más consciente de lo que pasaba a mi alrededor, podía ver las pequeñas caras de disgusto que les dirigían las demás mujeres cuando me acercaba a ella en busca de ayuda o consuelo, y ella sólo me rechazaba, irritada y le pedía a la otra mujer que atendiera.
–Sólo regresa temprano, no bebas demasiado… Mejor no bebas, manejarás. Y cualquiera cosa, Nolan, cualquier cosa que suceda llámanos. Con cuidado. Y diviértete–me dedicó una pequeña sonrisa, entre cariñosa y apenada por haberse atrevido a tomar más de la cuenta.
No debía preguntarle cómo es que sabía a donde iría, la respuesta era más que obvia: Lana. Ella debió de haberle contado que le pedí prestado el coche, que iría a una fiesta, y espero, que por lo menos, haya omitido el hecho de que llevaré a una chica.
–Claro–me despedí de ella con una sonrisa, que creo que salió más como una mueca forzada y me encaminé hacia la cochera.
La mujer me siguió, prendió la luz y fue ella quien prendió el interruptor que abría la puerta automáticamente. Antes de subirme al coche le agradecí. A través del retrovisor, antes de salir completamente del garaje vi cómo se despedía de mí.
«¿Algún día podré aceptarla? ¿Algún día podré dejarla de llamar Jenell y tratarla un poco más como mi madre?».
–Son cuarto para las ocho Landon–fue lo primero que me dijo Megan en cuanto llamé a la puerta de su casa y ella me recibió molesta–. Pero lo dejaré pasar–exclamó cuando se subió al coche.
Agradecí que la chica se haya calmado y lo único que hiciera en el auto, sentada como copiloto fuera mandarles mensajes a sus amigas y tomándose fotos. Hice un gran esfuerzo por no reírme de ella, por no soltar muecas de fastidio cuando hablaba conmigo –lo cual se volvía una charla para ella misma– o querer abrir la puerta y empujarla por el camino.
Me sentí aliviado cuando llegamos a la casa de Carrie, o, mejor dicho, la casa de campo de la familia de Carrie. Era una construcción de dos pisos, que se erguía en la calle, en donde también había otras casas desperdigadas cada veinte o cincuenta metros. Las casas más cercanas tenían la luz apagada, motivo por el cual supuse que Carrie había cedido su casa; estábamos a veinte minutos del pueblo, los dueños de estas casas sólo se aceraban a ellas en invierno, verano o cuando quisiera alejarse de la vida ajetreada de la ciudad, y aunque no estábamos en fechas vacacionales, por lo cual era un lugar ideal para que un puñado de adolescentes montaran una fiesta, sin tener ser interrumpido por los padres o la policía.
Toda la casa estaba iluminada, podía ver gente en ambos pisos gracias a los largos ventanales; chicos bailando, bebiendo o besándose. La música lo podíamos escuchar desde varios metros detrás, y aquí era casi imposible percibir tu respiración. Según Megan, la fiesta no había iniciado hace mucho, dado el post de sus amigas en Instagram, pero a juzgar por la cantidad de latas, botellas y vasos vacíos que adornaban el jardín delantero, no estaba muy seguro de aquella afirmación.
–Ahora sígueme, Nolan–tomó mi mano, la miré mientras nos adentrábamos entre los estudiantes, cuya gran mayoría ya estaban bastante ebrios–. ¿Qué? –preguntó una vez que estuvimos dentro.