Nolan & Melody

T R E I N T A Y T R E S

N O L A N

–¿Suspendido dos semanas? –el grito de Jenell se escuchó por todo el jardín, incluso Maggie, que andaba regando el jardín volteó a vernos, le sonreí un poco–. ¡No puedo creerlo!

Yo tampoco. Jamás había visto a Jenell tan enojada, ni siquiera cuando Lana se escapa de cualquier cita programada con la florista, modista, o con la wedding planer. Aunque claro, que me suspendan dos semanas por una conducta “violenta” inspiraría aquella actitud, incluso en la persona más pacífica del planeta tierra.

–¿Pero en que demonios andabas pensando cuando te peleaste con aquel muchacho? –preguntó, sobresaltada, mientras agitaba la hoja que me había dado Rosie.

Sé que mi padre le contó lo que yo le había dicho, que había sido por una chica, porque después de que hablé con él y pasé gran parte de la tarde encerrado en mi habitación la mujer llamó a mi puerta para traerme la cena, supuso que no quería bajar a comer con ellos. A diferencia de su matrimonio pasado, ahora mi padre mantenía una estrecha conversación con Jenell, hablaban todo el siempre, sobre cualquier tema, por irrelevante que fuera, algo que no tenía con mi madre, con ella sólo hablaban sobre cómo me iba en la escuela, dinero y divorcio.

Me limité a mirar a otro lado que no fuera a ella.

–Nolan, me alegro de que hayas defendido a una chica y que no te hayas quedado de brazos cruzados como tus demás compañeros–bajó un poco el tono molesto de su voz, pero a pesar de ello seguía seria–. Pero eso no justifica que te hayas agarrado a golpes con otro chico, hay mejores formas para solucionarlo, ¡por Dios!, ¿por qué los hombres siempre arreglan sus problemas con los puños? –farfulló molesta–. Como sea, esto tendrás que decírselo a tu padre.

La miré. Aunque sus palabras habían salido como cuchillos filosos, su mirada estaba un poco más tranquila, casi preocupada, como si supiera que al enfrentarme a mi padre estuviera arrojándome a la boca del lobo.

–Lo sé.

Tomé la hoja de su mano, mejor dicho, le arrebaté la hoja donde expresaba la decepción que sentía Jenell hacia mí y la molestia que tendría mi padre al regresar. La mujer pidió perdón con la mirada, sabía, al igual que yo, que cuando mi padre regresar del trabajo la paz y la tranquilidad que se estaba respirando en esta casa se vería interrumpida por sus gritos. Aun así, nadie dijo nada más, y yo me marché, a esperar a que aquel infierno empezara.

Mi padre estaba molesto, pero no al punto de gritar, como siempre hacia cuando se trataba de mí. Quizá deba de usar otro adjetivo para calificar lo que estaba sintiendo en este momento; mi padre estaba decepcionado de mí. Nada nuevo. Aunque debo admitir que yo me esperaba un griterío, palabras por acá, respuestas por allá, y ¿por qué no? La intervención de Jenell diciéndole que me deje en paz, que todos cometemos errores, cómo si él no se hubiera peleado en la secundaria por algo tan estúpido.

El ceño fruncido de mi padre estaba en su rostro, algo común en él estuviera feliz o triste, a veces me preguntaba si él ya había nacido con aquella cara de amargado o es algo que se fue formando con el tiempo. Estaba sentado en uno de los sillones individuales frente a la chimenea, yo estaba lo más apartado de él, le había extendido el documento que me habían dado en dirección sobre la mesa de café, en donde había un vaso vacío. Ni siquiera se molestó en leerlo.

–Ya lo sé todo–respondió en cuanto tomé de nuevo la hoja y comencé a arrugarla entre mis manos–, el padre de Kevin me llamó, molesto, de nuevo, porque ahora a su hijo lo habían suspendido una semana y, además, ya no va a ser capitán del equipo.

«Una semana. A ese imbécil le dieron sólo una semana, y ¿a mí dos?».

Por la postura algo encorvada de mi padre y por como veía el fuego crepitar, supuse que estaba cansado. Nunca lo había visto así, agotado, sin saber qué hacer. Creo que nunca le di motivos reales para preocuparse de mí, hasta el momento había estado haciendo lo que siempre se había esperado de mí; era buen estudiante, y aunque no era el hijo ejemplar, procuraba no estorbar, mantenerme a raya con todo; emociones, problemas, preocupaciones, nunca lo molestaba, cada uno tenía su espacio, yo respetaba el suyo y él el mío. Por eso creo que esto es demasiado para él, para ambos. Nunca imaginaron que yo fuera capaz de golpear a alguien, tal vez su temor era que alguien me golpeara a mí, pero aun así no hubiera intervenido, aunque Jenell se lo pidiera como suplica.

–Supongo que a estas alturas un castigo estaría de más, ¿no? –nos habló a ambos, aunque parecía que lo hacia consigo mismo–. Esto es… ¿acaso estás a travesando alguna clase de etapa? –me volteó a ver–, porque no comprendo Nolan, este no es el chico que conozco.

Sin poder evitarlo una pequeña carcajada salió de mi garganta, un gesto que desconcertó a mi padre, quien frunció su ceño todavía más.

–Esto te sorprende tanto porque en verdad no me conoces–solté. Apreté con mayor fuerza la hoja–. No te has molestado en conocerme nunca, las cosas que recuerdas son del Nolan de seis años, tengo diecisiete, y ya no me gusta Spiderman, ya no quiero ser un astronauta famoso y no deseo pasar Navidad en Alemania con mis abuelos.

Mi padre frunció la boca en una mueca demasiado grande de incomodidad.

–Descuida, sé que nunca fui tu prioridad–me encogí de hombros–, pero por lo menos puedes fingir que sí, ¿no? Para mi próximo regalo puedes preguntarle a Lana o a Jenell cuales son mis gustos e intereses, y dejar que Anne escoja el regalo por ti, ella también se quedó con los gustos del Nolan de hace cuatro años.




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