N O L A N
–Dios, ¡cuánto odio el hockey de mesa! –bufó molesta mientras dejaba el maso sobre la mesa.
–Vamos, sólo dices eso porque no te ha ido bien–intenté calmarla con una sonrisa.
–Nolan, de las cinco rondas que hemos jugado en ninguna te he podido ganar–me miró, con una mueca de reproche–. O eras absolutamente bueno en esto, o yo soy un asco en cualquier deporte, ¡ni siquiera puedo en la mesa del futbolito! –se cruzó de brazos y miró con molestia a la pequeña niña que le había hecho perder, esta le sonrió y le sacó la lengua después–. Pero ¿qué le sucede?
Dejé el maso en una esquina y me acerqué a donde estaba la chica, le di un beso en la frente. La tomé por los hombros al separarme un poco de ella, Mel me veía con una pequeña sonrisa en su boca y una ligera expresión de asombro en la cara.
–Pero ¿qué ha sido eso?
–Un premio de consolación.
Su sonrisa se hizo aún más grande.
–Me temo que un beso no solucionará nada…
Subí mis manos hacia su rostro y le di un pequeño beso en los labios. La verdad no estoy para nada acostumbrado a demostrar este tipo de afecto en público, es decir, después de todo Melody ha sido la primera chica que he besado, e incluso ha sido mi primera… lo que sea que signifique esta relación. Me sentía algo cohibido de besarla en público, por eso al separarme de ella, miré hacia todos lados con disimulo, nadie nos prestaba atención, no éramos la única pareja aquí, y tampoco éramos los únicos que se besaban de vez en cuando, pero aquello no impedía que sintiera como si todos nos hubieran visto y estuvieran a punto de reprocharnos. Pero nunca pasó.
–Bueno, puede que quizá, después de todo, me acostumbre a perder–su voz me trajo de nuevo al presente, me sonreía ligeramente.
–Y que, ¿para el ganador no hay premio? –pregunté mientras alzaba una ceja.
La chica fingió una mueca, pero en sus ojos brillaba la burla.
–Me temo que los ganadores tienen suficiente con su propia glorificación.
–Dios, ¡qué desgraciado me siento! No puedo creer que le niegues un beso al ganador–menee la cabeza, decepcionado.
–Pero que dramáticos eres–la chica se alzó un poco, lo suficiente para alcanzar mi mejilla y posó sus labios–. Es lo único que obtendrás, por ser bueno en el hockey de mesa, y por ser tan dramático.
Se alejó, pero antes de que pudiera irse, la tomé de la muñeca y la jalé hacia mí, abrazándola.
–Antes, ¿podemos jugar una ronda más? –le pedí–. Quiero perder esta vez.
La tarde había pasado demasiado rápido, después de estar un rato en Game Planet e ir a comer algo, estábamos de regreso en su casa, pero la chica no daba indicios de querer separarse irse, aunque tampoco de querer estar junto a mí. Estábamos sentados en las escaleras del pórtico, y ella se retorcía las manos sobre el regazo y mantenía la mirada fija en el piso. Había algo que estaba atormentándola, y el hecho de que fuera algo que yo hubiera hecho me preocupaba a mí. Según yo no he dicho o hecho algo que pueda molestarla o incomodarle, habíamos pasado un rato agradable, o al menos eso creía.
Me rasqué el cuello, alejando aquella molesta sensación ansiosa que andaba creciendo dentro de mí, y hablé.
–¿Estás bien? –le pregunté, mientras una de mis manos se acercaba tímidamente a la suya, que jugueteaba ahora sobre sus rodillas.
–No… Sí–se corrigió cuando se dio cuenta de lo que había dicho. Meneó la cabeza, soltó un suspiro largo y pesado. Me miró–. Quisiera decir que sí, que estoy bien, porque acabamos de tener una cita… Nuestra primera cita, de hecho–sonrió un poco. Yo hice lo mismo–. Pero, no dejo de pensar en todo lo que está sucediendo en el periódico escolar, yo sé que esto no debe de importante en lo más mínimo, porque…
–No lo vuelvas a decir–le pedí.
La chica frunció levemente el ceño, pero en sus ojos atisbé un pequeño gramo de tristeza.
–¿Decir qué?
–Que el Periódico no me interesa–abrió su boca, pero la interrumpí–. Puede que en un principio no me llamara la atención, pero es algo que a ti te encanta, y me gustaba escucharte hablar de ello, pareces otra cuando lo haces, más feliz, interesada, animada, y a mí me encanta verte así… Así que, por favor, no vuelvas a decir que tus gustos no son de mi interés.
Mel parpadeó, de forma lenta, como si no diera crédito a lo que acaba de escuchar. Apreté su mano, preocupado de que hubiera dicho demasiado, que haya sonado muy cursi, cosa que de seguro fue así, y que la haya asustado, ¿tanta palabrería podrías incomodarle?
Terminó sonriéndome. Pero, al retomar la conversación, su gesto se fue desvaneciendo poco a poco.
–Desde que te sacaron del Periódico escolar nos hemos quedado sin fotógrafo, claro, está Iker, pero Megan se adueñó de él–dibujó una mueca–. ¡Debiste verla! Ella cree que nosotros no somos más que objetos, que puede deshacerse de nosotros cuando quiera–meneó la cabeza–. Me alegra que ya no estes más junto a ella–apretó mi mano. Miré nuestras manos entrelazadas, después a ella–. En fin–soltó un suspiro cansado–. Me he quedado sin fotógrafo, y con una próxima edición en puerta.