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Mew aprendió con mucho dolor a esconderse cada vez que escuchaba el sonido de aquellas motocicletas. Siempre con el cuerpo tembloroso ante los primeros rugidos de los motores preparados, se agazapaba en las sombras del camino entre los autos abandonados y los hierros retorcidos y esperaba pacientemente a que pasaran directo a la vieja carretera. 

Lo había aprendido con dolor cuando aquella primera mañana después de las clases del turno matutino, caminaba distraído cuando aparecieron las motos por primera vez. Eran sus compañeros de clase. Iban al mismo año, al mismo curso, aprendían con los mismos profesores, sin embargo no tenían nada que ver con él.

 Mientras veía pasar desde las sombras el grupo de motocicletas, su mente lo traicionó y recordó la primera vez. Andaba por el camino con su vieja bicicleta, con sus zapatillas especiales y al pasar la primera moto rauda, una maniobra malintencionada lo hizo caer. En pocos segundos se vio rodeado de motocicletas ruidosos, ostentosas, de risas burlonas y en otros pocos segundos su bicicleta quedó toda abollada. Su ropa se rasgó. Y mientras veía con manos sudorosas y labios temblorosos cómo aquel grupo le daba una bienvenida, jugando a la pelota con sus zapatillas especiales supo lo que le esperaba el resto del año. 

Mew se quedó quieto sintiendo en su espalda el frío de la lluvia y del acero carcomido de un automóvil abandonado. Decidió esperar un poco más aún cuando aquellas motocicletas ya no se oían. No quería arriesgarse a que lo vieran. Y se quedó allí, agazapado con la mirada perdida con el corazón latiéndole con violencia. Y mirando al cielo, deseando estar en alguna de aquellas estrellas lejanas que veía. Deseando no haber nacido jamás...




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