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— No sé con qué valores te han criado tus padres. No sé qué te han enseñado. Pero aquí en esta institución prestigiosa e histórica te hemos dado un lugar, otorgándote esa beca de estudio y hemos tratado de enseñarte a ser una persona provechosa y de bien. Estás en tu último año y has tenido buena conducta. Procura seguir así o nos veremos en la obligación de tomar medidas. Debes recordar que esa beca de estudio no sólo se mantiene con las buenas notas sino también que para mantenerla debes seguir un código de conducta y de valores. Han pasado dos días y has sido el único que no ha visitado a Gulf en la clínica. Todos tus compañeros han ido. Todos han hecho acto de presencia y se han puesto a disposición de él y de su familia para cualquier cosa que necesiten. Todos ellos han demostrado que somos una gran familia y que han aprendido los principios de lealtad, de unión y de humanismo que hemos enseñado en esta escuela desde su fundación hace casi cien años. Así que Mew te lo repito otra vez, no es una opción, no es una invitación. Si esta misma tarde no vas y haces acto de presencia en la clínica donde está internado tu compañero Gulf, puedes ir despidiéndote de tu beca...

 El director lo miró fijamente por un segundo y luego se retiró a su oficina dejando a un muy tembloroso y pálido Mew parado en el pasillo desierto. 

El joven no quería ver a Gulf, no quería visitarlo en la clínica, no pretendía ponerse a disposición de él o de su familia porque no lo merecía. Porque nunca lo había tratado con respeto. Porque Gulf era un niño rico y engreído que no había aprendido ninguno de esos principios que el director acababa de mencionar. Sin embargo Mew sabía que de no ir perdería la oportunidad de graduarse del colegio secundario. Y no tendría otra chance.

 Aún temblando en aquel pasillo vacío se vio a sí mismo en un futuro lejano con las manos callosas y lastimadas lavando platos. No quería eso para él. No podía perder aquella única oportunidad que la vida le había dado. Y mucho menos la perdería por culpa de aquel gulf. 

Iría a esa clínica haría acto de presencia y volvería al muelle antes del anochecer. Lo haría por él, por su futuro. Tuvo que repetírselo varias veces mientras andaba el camino, mientras esperaba el autobús, mientras caminaba las cuadras que lo separaban de aquel lugar. Estaba casi convencido estaba convencido de que podía hacerlo. De que sería fácil y rápido. Estaba convencido de que al verlo le diría algún improperio y lo echaría de allí pero lo importante era cumplir se lo repitió mentalmente varias veces mientras se acercaba a la clínica.

Y logró sentirse más o menos seguro y confiado hasta que llegó a la puerta. Pero entonces todos los recuerdos malos que tenía de esos lugares se le vino como en tropel a su mente. Esos recuerdos lo abofetearon como si fuera la mano de una persona real en su rostro demacrado. Apenas entró y la visión de doctores, camillas y enfermeras por aquí por allá lo hicieron sudar frío y no pudo evitar que su mente lo llevara otra vez aquellos fatídicos días.

 Los días en los que había tenido que prácticamente vivir en un lugar como aquel viendo noche tras noche cómo se le iba la vida de a poco con cada suspiro a su madre enferma. Respiró profundo y volvió sobre sus pasos. Chocó con varias personas y corrió hacia la esquina más próxima. Se detuvo agitado y se dejó caer cerca de una pared adoquinada. La presión en su pecho aumentaba.

 Desde que había perdido a su madre, nunca más había podido entrar a un hospital o a una clínica sin sentir que era preso de un ataque de pánico. Nadie lo sabía. Nadie lo entendía, a nadie nunca le importó. Nunca nadie había estado para él. Nadie había estado a su lado cuando en una madrugada tuvo que reconocer el cuerpo de su madre. A nadie le importó que faltara un par de días a clases porque no fue capaz de levantarse de la cama luego de esa noche infernal, porque no podía contener su cuerpo tembloroso ni podía contener sus lágrimas.

 Mew cerró los ojos y buscó con desesperación algún recuerdo feliz al cual aferrarse. No tenía ninguno así que bajo una lluvia débil y apoyado sobre aquella pared fría permaneció temblando, perdiendo momentáneamente la conciencia de dónde estaba y de cuánto tiempo tardaría en aflojarse aquel nudo en el pecho que casi no lo dejaba respirar.




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