nomeolvides

10

Mew llegó al portón casi sin aliento. No podía creer todo lo que había caminado esa tarde bajo la lluvia. No entendía por qué lo había hecho. Desde el momento que había ido a la clínica y se había enterado de que Gulf ya había recibido el alta debería haber vuelto a su refugio en el muelle y quedarse allí, al calor de unos leños envuelto por el aroma de los nomeolvides y mirando el horizonte esperando que la tormenta pasara.

Sin embargo, por una razón que jamás encontraría explicación se había pasado las últimas tres horas caminando por calles desconocidas en un barrio privado y exclusivo en el que cada casa parecía una mansión de Hollywood.

Mew nunca entendería la razón por la cual al recibir el mensaje que Gulf le había dejado en la clínica había usado las pocas monedas que tenía en un teléfono público para marcar, con cierto nerviosismo y ansiedad, los números que el mismo Gulf había garabateado en un papel. Tampoco podía explicar la sensación tan cálida de alivio que lo había invadido de pies a cabezas al escuchar del otro lado del teléfono la voz dulce de Gulf agradeciéndole por haber llamado y repitiéndole hasta el cansancio que necesitaba verlo con urgencia, que no podría dormir esa noche en paz hasta que no lo tuviera frente a él, ¡que lo extrañaba!

Con la dirección de la casa grabada en su memoria y las manos aún temblorosas, Mew emprendió los seis kilómetros que lo llevarían hasta ese barrio. Porque le había asegurado a Gulf que iría a visitarlo. Le había dicho que quizás se tardara un momento porque tenía otras cosas que hacer. No le había dicho la verdad: que había gastado las pocas monedas que tenía en esa llamada telefónica. Y que debía caminar ahora la distancia que cubrían dos buses.

La lluvia se había convertido en una cortina fría. Mew estaba empapado de pies a cabeza. Pero no le importaba.
Los primeros kilómetros de la gélida caminata mientras bordeaba una ruta que lo alejaba más y más de la ciudad, Mew se repitió mentalmente hasta el cansancio que hacía aquello sólo por deber.

Por pura obligación...

Para mantener su beca. Pero los últimos kilómetros los recorrió inconscientemente a paso más acelerado. Si se hubiese puesto a pensar hubiera creído que era porque la lluvia se había vuelto más fuerte pero la verdad era que estaba ansioso por ver a Gulf. Ahora frente a aquel portón inmenso de aquella casa de tres plantas que se abrían todas direcciones sobre un terreno cuidado de césped y flores de todos los colores, Mew trató de recobrar el aliento mientras tocaba el timbre. Estaba preparado para decir su nombre en el intercomunicador pero ninguna voz surgió de allí. Al segundo siguiente de haber tocado el timbre sintió el ruido pesado y metálico del enorme portón que se abría frente a él y comenzó a deslizarse aceleradamente sobre sus rieles permitiéndole la entrada.

"Quizás están esperando a alguien más...", pensó Mew mientras llegaba a la puerta de entrada, "O quizás me están confundiendo con algún repartidor de comida rápida."

—¡Al fin has llegado!—Mew sintió los brazos de Gulf a su alrededor envolviéndolo y atrayéndolo hacia adentro de la casa— ¡Al fin viniste! —volvió a escuchar que susurraba un Gulf que parecía realmente conmovido— Pero, ¿por qué estás tan mojado? ¿Acaso has venido caminando? Ven, vamos a mi lugar, debes cambiarte esa ropa mojada o te enfermarás. ¡Por fin has llegado!— volvió a susurrarle Gulf mientras le daba otro abrazo. — Dime Mew, ¿me extrañaste? Porque yo me he pasado la noche entera pensando en ti...




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