CAPÍTULO 3:
—Así ya estaba cuando llegué—Dice Juan mirándolo en el suelo.
—Claro, como si por sí solo se hubiera roto el brazo—Veo al extraño medio muerto tendido en el suelo
—Ni lo toqué, es una nena—Da una calada a su cigarrillo
—¿Dónde está? —Señala el pasillo con la cabeza
No le traje la dichosa cerveza, para eso tiene los pies.
Abro las habitaciones confirmando mi sospecha de que, cada una de ellas, parece más una pocilga de ratas que dormitorios.
Al final del pasillo veo la puerta rosada, cubierta por algo amarillo acaramelado. El asco cruza en mi rosto, adentro nada parece oler bien y mucho menos dar señales de vida.
La ropa esparcida, el maquillaje tirado en el tocador blanco, el espejo empañado, la alfombra polvorienta, y la cama desordenada que envuelve a la chica con aspecto repugnante.
¿Ese cabello es rubio o castaño?
—Ripley…Ripley…—La sacudo—¿Cuánto de esta mierda te metiste?
Nada, solo veo sus ojos abiertos y desorientados.
Veo las jeringuillas, la cuchara con el encendedor, en sí, la droga, en cantidades sorprendentes, no parece haberlo compartido.
Lleva ropa, desaliñada, pero la lleva.
—¡Juan! —Grito, acomodando a la chica.
No sé qué demonios hace, pero cuando se digna a llegar se cubre los ojos con las manos.
Lo miro con extrañeza. Aparte de patético, dramático.
—¿Puedo ver o hay pechos al aire—Pregunta, veo una zapatilla en el suelo
Se la tiro, para buena mía (Y mala suya) Le llega a la cabeza.
—Déjate de idioteces y ayúdame a levantarla—Se apura y carga a la chica moribunda
—¿Debemos llevarla al hospital?—Pregunta este sacándola a la sala
Deberíamos, pero los paparazzis son como moscas, buscaran la mejor portada.
Me sorprendería, le gritaría, llamaría a una ambulancia e incluso me desesperaría, pero no es la primera vez, y ella no desea que sea así.
Simplemente no quiso cambiar, ni querrá por lo que veo.
—Llama a Romina—Le ordeno
Veo a Ripley en el sillón y solo puedo bufar, paciencia, solo deseo un poco de paciencia.
—Va a enloquecer—Susurra el otro
Es modelo, lo tiene todo, sin embargo, consume de esa porquería y cada día es peor, no la entiendo. ¿Qué carajos haremos contigo?, amarrarla a una silla no la detendría durante mucho tiempo.
—Igual, va a estar de fuego, ya sabes, es de esas abogadas que mientras te meten a la cárcel te hacen sentir bien—Le miro feo
Levanta las manos en señal de rendirse, se aleja llamando.
—Luego llama a Robert, explícale la situación y que venga—
Sé que llegará, justo en el momento indicado, lleva mucho tiempo siendo nuestro médico de respaldo.
Sin embargo, no entiendo cómo puede mantener la calma en momentos como este (O aparentarlo), cosa que se le contagia a Juan.
—Vendrá lo más rápido posible—Entra masticando un chicle—Deberíamos de limpiar, esto parece el basurero de todo Chicago.
Asiento, viendo mi ropa, siendo la menos adecuada. Niego.
—No me obligues a comprarte ropa, no soy gay—Suspira, estremeciéndose—Hay más habitaciones por ahí
Señala al lado opuesto de la isla en la cocina, encontrando otras dos puertas.
—Lo sé genio, ahí es donde me quedo yo—Lo miro
—Cuernos—Eleva sus dedos formando una clase de cuernos
Saca bolsas negras de basura, arrastrando una escoba.
Lo dejo, es imposible no reírme cuando es así de pendejo.
Tomo el pomo de la puerta, pero está cerrada, saco el llavero que siempre llevo, encontrando la pequeña llave.
Entro, viendo todo en su lugar, como si ella no hubiera dejado que nadie entrara.
Dejé el maletín en el auto, así que no debo preocuparme por nada. Saco del closet unos jeans y una camiseta negra, hay unas zapatillas blancas debajo de un cajón.
Al cambiarme, solo me siento sobre la cama, tratando de pensar en cómo hacer tantas cosas…
Salgo, dejando sobre la cama mi ropa doblada.
—Hey—Juan gira cuando lo llamo, le lanzo una gorra—Para la racha
Yo también tengo el mío, la inscripción de ambos dice: “I love Derry”
La compramos por ser réplica exacta de la película donde aparece el tal Penny Wise.
—Ahora solo falta que nos desvivan…—Se pone la gorra, con un sonoro silbido
Acomodo el mío, justo en mi coleta alta. La puerta se abre mostrando a una castaña.
Romina ingresa con silencio, ni se siente, tampoco cuando cierra la puerta tras de sí, dejando una bolsa de papel en el armario, con su dedo en la boca señala el silencio, disimulo una sonrisa poniéndome a recoger latas de cerveza del suelo, metiéndolas en las bolsas.
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Editado: 22.06.2025