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CAPÍTULO 4:

Esteban:

Mismo día, en la madrugada…

—¿Enserio tienes que irte tan pronto?—Refunfuña creando un puchero en sus labios

—Así es Lizzie—Anudo la corbata en mi cuello—Tenemos que hablar

No pido mucho, sin embargo, lo que dijo hace una hora dejo mucho que desear, teníamos un acuerdo, cosa que ella acaba de violar. Se mueve, dejando caer sus pies en la alfombra, las sábanas se quedan echas un estropajo sin forma, se mueve seductoramente mientras fija su mirada suspicaz sobre mi cara, su desnudez no es algo que pueda evitar mirar.

—¿Es por lo que dije hace un rato?—Se queja tomando su vestido del suelo

—Si—Me coloco los zapatos

La suite se ilumina con la luz de la luna, el reloj digital de la pared marca las dos de la madrugada, hace cuatro horas dejamos la Gala de la Corporación Saito, Lizzie es la hija de Roman Saito, por lo tanto, mi dolor de cabeza, al menos por el momento, espero dejar en claro las cosas, y ese momento es justo ahora.

—Me dejé llevar ¿Sí? —Sube las tiras del vestido por sus hombros—No te lo tomes a pecho

Disimula su nerviosismo al buscar sus tacones, yo solo atino a tomar mi saco y ponérmelo, las cosas se van a poner feas en…

—Un “Te amo” no es algo que se pueda ignorar—Busco algo con que hidratarme, encontrando en un pequeño frigorífico una botella de agua.

Uno…

—¿No puedes simplemente ignorarlo—Se coloca los susodichos

Dos…

—No, me temo que no, Lizzie—Meto mis manos en mis bolsillos

Tres…

—¡¿Entonces qué?¡ ¿Dejarás lo nuestro por una estupidez? —Ríe no muy convencida

Y se suelta la bomba.

—¿Lo nuestro Lizzie? Nosotros no tenemos nada juntos—La veo pararse indignada, soltando un gritito—Ambos decidimos que sería eso, algo casual, nadie obligó a nadie a hacer cosas que no quería.

Y ese fue el mayor vómito verbal que pude soltar, sin ninguna pizca de delicadeza o tacto, el rostro pálido cubierto por mechas castañas desaliñadas se torna carmesí y la desesperación en sus ojos es más que palpable.

—No puedes dejarme Esteban—Se acerca a mí, me toma del cuello de la camisa, suplicando—Estos meses viéndonos ¿No significaron nada para ti? ¿No te sentiste tan vivo como yo? ¿Siquiera algo, un cosquilleo quizás?

“No, no sentí nada” quiero decirle, pero no soy tan cabrón.

—Lo siento, es mi culpa por no poner el límite necesario—La tomo de las muñecas con delicadeza, viendo su rostro con el maquillaje, este está corrido por sus lágrimas—Pero lo sabes, repito, lamento no poder corresponderte, pero no es algo que sienta, y antes de hacerte más daño, debemos dejarlo aquí

O antes de que se complique todo, como la última vez.

—No, no lo hagas, podemos obviar lo que paso y pasarla muy bien…—Intenta besarme, la esquivo.

Odio el drama, por eso no veo televisión, y más cuando está fingiendo, no soy estúpido, se cómo es realmente, y no es necesariamente un pan de Dios.

—No Lizzie, esto se acaba hoy, ya no es sano—Me alejo con lentitud, su rostro se torna molesto y altanero, su verdadera cara, esa que ha tratado de opacar con falsa victimización.

—¿Qué crees que dirá mi padre de esto? ¿Se te olvida que tienen un negocio juntos? ¿No crees que se pueda perder todo por algo tan poco importante como esto?—Limpia sus lágrimas

La gemela de un cocodrilo y su miserable chantaje, lástima que no soy un pobre imbécil.

—Has lo que mejor creas—Sonrío, me ve confundida, me sigue con la misma mientras me voy hacia la puerta—Adiós Lizzie

Abro la puerta oyendo como grita mi nombre, la ignoro mientras pulso el botón del ascensor, la puerta antes cerrada se abre, le doy un sorbo a la botella.

—¡Te vas a arrepentir Julius! ¡Te lo juro!—Su histeria solo me divierte

Algunos curiosos salen de sus habitaciones, mantengo la calma en el momento que el ascensor se abre, dejándome entrar.

Quiero verla haciéndole un berrinche a su padre y que este le cuente el gran favor que le estoy haciendo, el salvarlo de la puta quiebra.

Camino sin mucha prisa al salir del ascensor, este me deja directo en la recepción, el sitio está casi desierto, es silencioso y conservador, sé de antemano que aquí nadie se atrevería a cogerme los cojones, tiro la botella que ahora tengo vacía en un contenedor.

Esto me pasa por mezclar lo uno con lo otro, de ahora en adelante pesaré con mayor recelo, no busco cagarla cada que una loca se cruce en mi camino.

Al salir el sujeto que estacionó mi coche me da las llaves, está de más decir que subí y comencé a manejar, el interfaz de las llamadas brilla en la pantalla pegada sobre el tablero de este, solo es Rubí, mi prima.

—¿Qué quieres? —Digo de mala gana

—Vaya, unas buenas noches no te va matar—Bufa cabreada—Necesito que me recojas, mi novia me terminó

Eso explica el tono amenazante que irradia, esta debe ser la espanta viejas tres mil.




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