Nora: Una (mala) consejera para el amor.

Capítulo dos:

CAPÍTULO 2: Conociendo al señor Charles Jones. 

 

Charles Jones era el nombre del sujeto que hacía latir con fuerza el corazón de la amable y buena señorita Smith. Y Charles Jones, al mismo tiempo, se había vuelto el tema principal para la mente de Nora, que no dejaba de pensar en aquel hombre ni por un minuto. Su misterio y el no saber nada sobre él más que solo el nombre le carcomía la mente desde que su amiga Tyrene le había confesado que estaba profundamente enamorada de él. 

Nora caminaba y caminaba en el vestíbulo de su hogar mientras analizaba la situación con calma y claridad.

Por supuesto, ella odiaba al señor Charles Jones, del cual, apenas conocía el nombre, no sabía más; además, agregar que había conocido su nombre a través del padre William, en un día en donde éste se había acercado para saludarlo. Nora acercó su oreja hacia ellos, y para su suerte, logró escuchar fuerte y claro: Señor Charles Jones. 

Ahora bien, ¿quién era este tal Charles Jones? ¿Y qué podía ofrecerle él a Tyrene que ella no pueda ofrecerle? 

<<Sin duda eso sería amor>>, opinó Nora. 

Sin embargo, ella también amaba a Tyrene. La amaba como compañera, amiga y hermana; la amaba más de lo que el señor Jones pudiera brindarle de cariño y estima a su amiga. 

Un día, harta de tanto enigma por parte del señor Jones. Tomó asiento junto a su padre, que se hallaba en el vestíbulo de su cálido hogar. Ambos se encontraban solos, ya que su madre y su hermana Adelaide habían salido de compras, -y de compras significaba que se iban a tardar más de lo que deberían-, y Nora aprovechó aquella soledad junto con su padre, para preguntarle más acerca del señor Jones: 

—Padre, ¿sabes que en Plymouth hay un hombre llamado Charles Jones? ¿Tú sabes quién es Charles Jones? 

Su padre, que en ese momento tenía un libro en manos, bajó mínimamente sus lentes con la punta de su dedo, y observó a Nora con cierta confusión. 

Pareciera ser que estaba tratando de esclarecer en su mente sobre quién era aquel sujeto por el que su querida Nora se había interesado y había preguntado. 

—¡Oh! —Expresó una vez que su mente se había iluminado. Siempre se quedaba minutos y minutos pensando en la respuesta más correcta, o en las personas a las que se le había nombrado. Ya era anciano y siempre olvidaba rostros y nombres. <<Un día hasta se olvidaría de ella>>, siempre se decía Nora—. ¡Charles Jones, desde luego que lo conozco! 

—¿Y quién es, padre querido? 

—Pues… Es un hombre. 

—Ya sé que se trata de un hombre, padre querido. A lo que me refiero, es que quisiera conocer un poco más sobre su vida. 

—¡Oh! ¡Lo hubieras dicho antes! A ver, por donde empiezo… 

—Por donde más te parezca cómodo. 

—¡Lo tengo! Ven, siéntate a mi lado. —Y Nora hizo caso al pedido de su padre, se sentó a su lado y se dispuso a escucharlo con atención—. Charles Jones es un hombre proveniente de una familia estable y educada, tiene una buena fortuna que le había dejado sus años en donde sirvió para la milicia. 

—¿Era militar? 

—Lo fue, pero… escuché que lo había abandonado hace como diez años atrás. En plena juventud, mi niña, uno tiende a hacer cosas desenfrenadas solamente para ponerse a prueba en lo que puede soportar y en lo que no. Bien, el señor Jones se puso a prueba y se enlistó en la milicia; desde luego, los años le dejaron ver sucesos que antes no veía, o no quería ver; todos somos tontos en plena flor de juventud. 

—¿Padre, soy tonta acaso? 

—Desde luego que no, mi niña. Tú eres lista y hermosa, la más hermosa de todo Plymouth. 

—Eres muy dulce, padre querido. Ahora bien, sígueme contando sobre aquel hombre. 

—¡Ah, cierto! Ah… El señor Jones abandonó la milicia y se fue a vivir a Londres para abrir su propio negocio. Un negocio que lo ayudó a sustentarse, pero muy pronto, supo que su hermano, el heredero de toda la fortuna Jones había muerto por causas de la vida. Ya sabes, el pobre hombre estaba enfermo y falleció. El señor Jones se hizo cargo de la casa Jones y de la fortuna de su familia, ya que su difunto hermano no había logrado casarse aún. Y pues… La vida del señor Jones desde entonces fue pacífica y tranquila, sin que nada le llegara a inquietar su mente. 

—¿Cuántos años tiene el hombre? 

—Treinta y ocho años, ni más ni manos. 

—¿Y nunca encontró una esposa adecuada? ¿Nunca amó a una mujer? 

—Bueno, escuche que había estado obsesionado con una mujer tiempo atrás, pero… nunca se logró casar con ella. 

—¿Y quién era esa mujer, padre? 

—No lo sé, mi niña, eso yo ya no lo sé. 

—¿Y sabes quién de Plymouth puede llegar a decirme quién era aquella mujer? 

—Supongo que la señora Loughty te ayudaría con esa tarea. ¡Esa anciana lo sabe todo! Tiene ojos hasta en los zapatos y orejas hasta en los codos. 

—Y consideras que ella me contará sobre aquella mujer. 

—Pienso que sí, pero… te advierto, Nora querida, solamente te invitara a tomar té y te hablara de muchos asuntos en cuestión. Más quejas que palabras, sin duda. Si sigues mi consejo, no irías hasta su casa. 

—Pero quiero ir, padre. Necesito ir a verla. 

—Entonces, no me queda de otra que desearte mucha suerte. 

—Además, yo quiero ir, padre. La señora Loughty me agrada demasiado. Bueno, me agrada como todos los habitantes de Plymouth. Todos son tan generosos y cordiales, no está mal ir a visitarlos de vez en cuando. 

—En eso tienes razón. Oh, tú siempre velando y pensando por todos, ¡qué alma más generosa tienes, mi niña! 

—No lo menciones, padre querido, el día en que llegué a tener un alma generosa será cuando vaya a visitar a la señora Loughty. 

—De paso, mándale mis saludos más sinceros y una tarta de fresa. 

Y tras aquella conversación con su padre, Nora había descubierto muy poco sobre el señor Jones; el hombre que quería arrebatarle a su preciada amiga. 




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