CAPÍTULO TRES: Un hombre rechazado, nunca será un hombre adecuado.
Nora se había arreglado adecuadamente para ir a visitar a la señora Loughty; una anciana amable e inofensiva que no hacía más que solamente sentarse frente a su acogedora casa de color rosa pastel, a observar a los vecinos de Plymouth mientras realizaban sus tareas cotidianas. Pero aunque por fuera se viera como alguien que no haría daño ni siquiera a una mosca, la señora Loughty era una de las mujeres más chismosas de toda Plymouth; se enteraba de cada chisme por más inofensivo que fuera, y nadie, ni siquiera Nora, que era de analizar a las personas con mucha profundidad, tenía bien sabido como lo hacía, ya que apenas se podía mover de su hogar.
Muchos comentaban que era algún tipo de bruja o hechicera, como le quedara mejor, y los niños empezaron a temer por ella. Ya ningún niño se acercaba a su hogar.
Por su parte Nora no creía ningún de esos cuentos; y ella seguía saludando a la señora Loughty con suma cordialidad; aunque debía admitir que sentía una mínima chispa de envidia, ya que Nora también quería conocer los secretos de los demás.
Nora se acercó a su puerta y la tocó con cierta sutileza. Los ruidos fuertes no le agradaban a la pobre anciana.
No tardó tanto para que esta le atendiera con una de sus mejores sonrisas.
—¡Nora querida! Qué alegría inmensa que me obsequies tu tiempo para venir a visitarme.
—Buenos días, señora Loughty. Es para mí todo un honor poder visitarla. Espero encarecidamente no llegar a interrumpir en sus actividades diarias.
—Para nada, jamás serías considerada una interrupción para mí. Es más, eres una bendición. Ven, entra, voy a hacer que Arabella prepare un poco de té y galletas para ambas.
—Es usted tan considerable. Por cierto, mi padre le envía sus sinceros saludos y una tarta de fresa.
—¡Oh, Dios bendiga a su familia, Norita! Que amables y que serviciales son todos los Strawberry.
—Estamos aquí para servirles.
Después, Nora se acomodó en el sofá del vestíbulo de la señora Loughty. Le había sorprendido como la señora Loughty abusaba de utilizar el color rosa para todos sus muebles y adornos. Parecía la casa de una muñeca antes que la de una anciana.
Pasaron los minutos, y Nora disfrutaba de la conversación fluida que llevaba a cabo con la señora Loughty. Descubrió como ambas tenían esa manía de querer conocer a la gente más de lo que podían o deberían. Las dos eran bastante curiosas y tenían sus propias opiniones con respecto a cada habitante de Plymouth. Nora gozó de la palabrería innecesaria de la señora Loughty a la hora de charlar, hasta que llegó un momento en donde Nora solamente asentía a todo lo que está le decía o comentaba. Más tarde, Nora quiso sacarle el tema del señor Jones; razón uno del porqué estaba allí, en el vestíbulo de la señora Loughty, compartiendo té y galletas con ella esa misma mañana.
—¿Usted lo conoce, señora Loughty?
—Desde luego, Norita. Yo conozco a todos los habitantes de Plymouth. Ya cuento con ochenta y tres años y llevo aquí más de sesenta años viviendo; a mí nada se me escapa. No, señor.
—Bueno, porque necesito saber un poco más de la historia del señor Charles Jones. ¿Puedes contarme sobre quién era la mujer con la que el señor Jones se había obsesionado, pero nunca se había atrevido a casarse con ella?
—Norita, ¿cómo es que sabes sobre ello?
—Mi padre me lo ha contado.
—Ese anciano. Siempre lo he dicho, él sabe demasiado.
—Me recuerda a cierta persona.
—¿A quién, querida?
—Precisamente a usted.
—¡Cielo santo, no! Yo nunca podría ser comparada con tu padre. Le falta bastante para ser alguien entrometido como yo.
Nora se echó a reír tras las palabras de la anciana.
—Bien, me has hecho una pregunta y te la responderé. Esa historia es de quince años atrás. La mujer que me mencionaste anteriormente se llama Zara y tenía una pequeña escuela aquí en Plymouth.
—¿Una escuela?
—Ciertamente, como la que tiene la señora Shaw. Recuerdo que acudían solamente mujeres con el propósito de no llegar a estorbar en casa. No se le enseñaba demasiado, nada más lo suficiente como para que sepan en dónde estaban paradas en el mundo.
—Comprendo.
—Bueno, la señorita Zara cumplía con su trabajo con una satisfacción única. Amaba lo que hacía, amaba enseñar y amaba pasar el tiempo con las jovencitas de Plymouth. Toda la ciudad la quería y la admiraba por su labor en aquella escuelita. El señor Jones se había enamorado de ella cuando ambos aún eran jóvenes. Siempre que tenía la oportunidad iba a visitarla en su escuelita, y ella lo recibía con mucho gusto. Todo parecía ser que ambos iban a terminar juntos; parecían estar destinados el uno al otro.
—¿Y qué ocurrió? ¿Por qué no terminaron juntos?
—Bueno, lo que sucedió es que… a la señorita Zara le prohibieron casarse con el señor Jones.
—¿Por qué?
—Bueno, el hombre aunque poseía una fortuna moderada, lo suficiente para sustentar a una esposa en todo lo que sea necesario, no pertenecía a una familia noble. La señorita Zara era alguien noble, bien educada, y rica, tan rica que ni siquiera tenía tiempo para pensar en buscar un marido y esas cosas. Su apellido provenía de la nobleza.
—Entonces… ¿Su familia no se lo permitió?
—No. Rechazaron aquella unión y la señorita Zara nunca fue rebelde ni desobedeció las palabras de sus padres. Ella siempre hizo caso a las órdenes que le imponía su familia. Sí era sí, era sí, y sí era un no entonces para ella era un no y no volvía a insistir en el asunto, por más que le doliera.
—Era alguien persuasible.
—Puede ser… pero, Norita, es entendible, algunos padres no son comprensivos como los tuyos.
—No lo dudo. Pero, su falta de valentía y coraje lo alejó de su amor.
—En eso tienes razón.