Norte

XVIII

Saya y Ela se encontraban frente a frente, cada uno a un lado de la pared de cristal, la entrada había sido cerrada, ya que en el pasillo de salida había gente que acomodaba sus pertenencias y para evitar cualquier inconveniente se les pidió que no salieran al igual que no permitieran que nadie entrara a menos que tuvieran una autorización o sean personal autorizado del aeropuerto, así que intentar entrar a la sala VIP era una opción no posible, más no imposible.

El silencio reinó en el aeropuerto cerca de la media noche todos los pasajeros descansaban en sus lugares improvisados mientras otros hacían diversas actividades como leer un libro, consolar a sus hijos, alimentarlos y llevarlos a dormir, otros buscaban algún enchufe donde poder cargar, aunque sea un porciento de su batería cosa que se advirtió de que la energía aún no había vuelto por completo, el aeropuerto se volvió un refugio para todos.

Saya había lanzado una pequeña nota donde estaba su padre acomodando un lugar para descansar los dos. “Estaré aquí arriba con una amiga” decía la pequeña nota, mientras su padre suspiraba a que esta no fuera una declaración de guerra contra el mundo, pero entendía que si su hijo le pedía permiso para algo y le avisaba era porque necesitaba hacerlo confiaba en sus buenas intenciones, aunque sus actos a veces no lo parecían. Resignado acentuó la cabeza como confirmando que había entendido o tal vez rezando una plegaria para que esto no se saliera de control.

Ela en cambio había acomodado las maletas de tal forma que las que contenían papeles importantes siempre estuvieran arriba de todas, y aquellas que podían soportar el peso de una persona fueran usadas como sillas para que su madre pudiera apoyarse en ellas mientras acomodaba el millar de papeles para una presentación que debían hacer en la nueva ciudad. Al principio era difícil de explicar las cosas y donde estaba todo y en qué lugar, la luz tenue no ayudaba, pero era suficiente para que la lámpara del teléfono se dejara guiar por las manos de Ela. Al cabo de unas horas su madre caía cansada sobre una improvisada cama de maletas, el sueño se apoderó de ella mientras el teléfono advertía de la baja batería.

Sus miradas se cruzaban de vez en cuando mientras el nerviosismo nacía de sus expresiones, era bueno que ninguno de los dos dijera nada, aunque no se podría decir mucho en un silencio casi incómodo, debían ser cautelosos había guardias de seguridad que iban y venían, con el bamboleo de sus lámparas resguardando a la gente que descansaba, al menor ruido la luz apuntaba cercana.

Saya sacó el marcador de su bolsillo mientras calculaba el lugar y la coordinación para que sus palabras se vieran al revés. –Hola, soy Saya y ¿Tú?– escribió.

Ela por su parte saco un pequeño pintalabios color carmesí –Hola Saya, mi nombre es Ela–

La conversación se extendió por cientos de oraciones y temas variados, habían comenzado cerca de la esquina inferior de la pared de cristal, hasta extenderla por todos lados, preguntas y respuestas fluían al igual que la manera de escribirla al revés se volvía más fácil a cada instante, a veces debían de ocultarse porque las luces de las linternas de los guardias se acercaban, pero Saya había pensado en todo, trayendo consigo uno de los carteles de las tiendas aledañas con lo que podía cubrir sus intrépidas palabras.

Saya miraba a ratos los ojos de Ela que brillaban aún en la oscuridad del aeropuerto; Ela miraba la sonrisa de Saya cuando sus ojos se perdían en los suyos.

Desde la esquina de la pared de cristal se garabateaban palabras sueltas y cortas, algunas veces se requerían de testamentos extensos para explicar una situación y de poco a poco aquella pared se llenaba de historias cortas y aventuras efímeras, cada uno dejo un poco de sí en cada oración y emoticón que acompañaba una experiencia, las horas pasaron mientras afuera la tormenta no daba tregua.

La pared de cristal estaba completamente llena de frases y palabras, ambos se las habían ingeniado, Saya trajo consigo una silla plástica para escribir en lo alto, y Ela trajo un banco del bar, no podían moverse más de aquella pared cuadrada, alejarse implicaba que los guardias de seguridad los viesen.

No hubo sonido alguno entre ambos no había palabras que se escucharan, solo miles de frases y oraciones que contaban toda una corta vida.

Risas, sustos, lágrimas, enfados y todas las emociones que pudieras imaginar fueron escritas, mientras Saya y Ela se dejaban llevar por una conversación eterna.

Pero nada dura para siempre, ambos reflejaban cansancio, la noche había sido emocionante e intrépida, pero sus pequeñas llamas estaban apagándose, sin previo aviso Ela caía dormida mientras Saya le escribía una historia que había soñado sobre piratas, naves espaciales y un helado. Poco después él también caía dormido sin aviso alguno.



#13228 en Otros
#3777 en Relatos cortos
#1605 en Aventura

En el texto hay: historia corta, aventura, ambivalente

Editado: 27.05.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.