Norte

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Sábado lluvioso en Glasgow. Envuelta en una sábana blanca solo tenía en mente una cosa, no levantarse. Había elegido, de entre las 5 habitaciones de las que disponía aquella magnífica casa, la más pequeña, íntima y acogedora, la de la buhardilla. Como una autómata, alargó el brazo derecho y cogió el paquete de tabaco, colocó uno entre sus labios y observó el interior de la cajetilla. Le quedaban dos aún, eso equivalía a que podía estar una hora y media en la cama sin levantarse. 10:00 de la mañana. Con el mando a distancia encendió la inmensa pantalla plana del televisor. Fue pasando canales y más canales, dibujos animados, Postman Pat, rugby desde Nueva Zelanda, cricket desde Pakistán, película en blanco y negro, Casablanca, un documental de la vida de los cangrejos de Alaska, noticias y más noticias. Lo dejó en uno musical, de un concierto del año 1999 del grupo local Texas, pero volvió a apagar el televisor. Empezaba a dolerle la cabeza. El día anterior fue a dormir tarde, a pesar de que salió del trabajo a las 18:00. Fue con su compañera de oficina y un par de clientas, todas del sexo femenino, a un restaurante a comer, especialidad marisco autóctono, y luego a un pub a beber hasta emborracharse. Estadísticamente, relación número de habitantes mujeres y alcohólicas, Escocia ocupa el triste privilegio de ser la primera del mundo. Ella no era escocesa, pero colaboró ese día a mantener dicha estadística. Ebrias, fueron a casa de su compañera de oficina, Amy. Las dos clientas empezaron a bromear y a tocarse y, en el estado en que se encontraban, terminaron, como era previsible, teniendo una íntima relación en el cuarto de invitados. La dueña de la casa, lesbiana que nunca llegó a entrar en el armario, se sintió depresiva dada su soledad en amores y se encerró en su habitación a llorar, desoyendo los ruegos de quien pretendía darle consuelo afectivo. El resultado de todo aquel disparate fue que tenía dos opciones, quedarse a dormir en el sofá yendo a vomitar cuando el cuerpo lo pidiera o ir a su casa vomitando por la calle y llegar y dormir de un tirón en su cama.

Eligió la segunda opción. Aguantó bravamente sus náuseas 14 de los 15 minutos que la separaban de su morada, pero en la misma esquina, a pocos metros de su puerta y bajo un luminoso farol, su estómago no aguantó ni un segundo más. Olor a alcohol y sonidos de aplausos, estos provenían de un grupo de jóvenes que, sentados en un banco cerca del lugar, presenciaron en directo aquella escena.

Ahora lo recordaba bien. Se pasó una mano entre la mata de su pelo rubio y se tapó la boca. Debía levantarse y darse una ducha fría para despejarse y como auto castigo por haber bebido.

Apartó aquella sábana, mostrándose completamente desnuda. Anduvo así hasta la pequeña ventana que daba a la calle y terminó de apurar el cigarrillo allí. Abrió la ventana, mostrando su torso desnudo a la ciudad de Glasgow. No había nadie observando hacia aquella dirección, pero tampoco le hubiera importado si alguien le hubiese visto los pechos. Estaba harta de hacer topless a orillas de aquel mar tan suyo, el Mediterráneo.

Perdón, no he presentado a la protagonista femenina de esta historia.

Se llama Elba, tiene 48 años y su oficio actual es el de relaciones públicas en una editorial.




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