5.
Tres meses encerrado en aquella ansiada y deseada soledad y ni una página escrita. Cien empezadas, pero todas borradas de nuevo de su ordenador. Le había llamado su editor de Barcelona en un par de ocasiones. En la primera ocasión le dijo que no tenía nada en mente aún. Ya en la segunda le mintió para que callara y no le incordiara más, que tenía el libro encarrilado, que no podía avanzarle nada.
Llamó a Mary. Sí, estaba disponible, a las cinco de la tarde, en el pub Sherlock Holmes, en Piccardy Place.
Si cogía el transbordador de las 11:00 llegaría a Oban antes de las 12:00. Allí el tren hasta Edimburgo. Sí, llegaría sobre las 16:00, le daba tiempo.
Mary era una chica extraordinaria y no hablando de ella en el aspecto físico, pues cierto que era guapa y esbelta pero, como miles en aquella ciudad, su mayor cualidad era de espíritu e inteligencia. Nació en un pequeño pueblo cercano a Limerick, en Irlanda, la menor de 7 hermanos. Su padre murió cuando ella solo tenía 10 días en un accidente de motocicleta. Su madre crió a todos sus hijos sin pedir ayuda alguna, entre la pobreza y la fe católica. Fue a un colegio de monjas y allí, desde pequeña, ya demostró un coeficiente intelectual fuera de lo común. Ya de mayor consiguió una beca para estudiar en St. Andrews, la misma universidad donde cursa estudios la familia real británica. Física cuántica es su especialidad, la más joven entre el alumnado en esta rama, pero su familia, es decir, su madre, no la puede ayudar económicamente. Es por eso que, lamentablemente, alquila su cuerpo, normalmente los fines de semana, a 50 libras esterlinas la hora.
Calassanç se duchó y afeitó. Se vistió como es habitual en él, pantalones tejanos desgastados, deportivas blancas y camiseta azul marino manga corta y una cazadora negra.
Llamó a un taxi para que lo fuese a recoger y lo llevara hasta Portree. Jamás quiso sacarse el carnet de conducir, ni tan solo llegó a planteárselo un solo día. Normalmente, cuando tenía que desplazarse al pueblo a comprar, lo hacía en bicicleta, pues tan solo lo separaba de su mansión apenas 6 kilómetros. El encargo se lo llevaban después en una furgoneta. Pero hoy prefiere ir en taxi pues la lluvia de los últimos días había embarrado considerablemente el pequeño camino de tierra que lo llevaba hasta allí.
Sacó el pase para el transbordador y le dio tiempo de tomar un café y charlar amigablemente con los pescadores del puerto, como siempre quejándose de las pocas capturas y del bajo precio del pescado, algo común en todos los lugares, pensó Calassanç, pues él tenía amigos pescadores allá en su ciudad y las mismas quejas que ahora oía eran idénticas.
El más joven de los pescadores, un chico de unos 18 años, y sabiendo que Calassanç era escritor, le pidió le aconsejara un libro. Calassanç sonrió diciéndole que lo tenía muy fácil y en el idioma original, que leyera a Shakespeare, el más grande de la historia junto con García Márquez, pero que para un anglosajón la lectura de este último era algo complicada, era otra cultura.
Con una puntualidad británica, a las 11:00 en punto el ferry soltó amarras y tomó rumbo a Oban en una mar solo ligeramente rizada, una temperatura fresca y una ligera llovizna.