Norte

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12.

La Tierra, 510 millones de kilómetros cuadrados, 7 mil millones de habitantes, y precisamente 2 de ellos, que se ignoraban mutuamente desde hacía año y medio, se encontraron en medio del pasillo de un hotel económico en una ciudad escocesa.

Superado ampliamente lo de una aguja en un pajar, sin lugar a dudas.

Tenía que salir a la calle, pensar. Debía de haber una solución para aquello. ¿Cuál?

Eran ya casi las once de la noche, temperatura más que fresca en Edimburgo. Traspasó la rotonda del hotel y se encaminó por la avenida que conducía a Leith. Pasó por delante de un teatro donde representaban Mamma Mia. Había visto la película varias veces, la recordó mientras caminaba. Se encontró de frente con un estadio de fútbol considerable, el del Hibernian FC. Era este el equipo que fundaron los emigrantes irlandeses. El propio nombre, Hibernia, es el nombre que le dieron los romanos a la isla de Irlanda, tierra de invierno, literalmente. Ignoraba si Mary, irlandesa, era aficionada al fútbol, y si lo era, si iba a presenciar partidos de ese equipo.

Calassanç no se dio cuenta, pero se encontró delante de él un océano de cruces celtas y lápidas: era un cementerio.

En Gran Bretaña y por extensión, Escocia, los cementerios no están rodeados de ningún muro en su mayoría, por lo que puedes pasear y encontrarte dentro de uno. Eso le pasó a Calassanç aquella noche.

Estaba plantado frente a una lápida en la que se podía leer el nombre del difunto, un coronel del ejército británico fallecido ni más ni menos que en 1855. En su lápida ponía donde había servido, Afganistán, India y África del Sur. Calassanç se lo imaginó, con su casaca roja, grandes patillas y bigotes, yendo a las fiestas de la alta sociedad de la época…

—Buenas noches caballero —lo saludó una voz desconocida.

—Dios mío, ¡qué susto me ha dado, agente!

—Lo lamento, señor. ¿Busca algo por este lugar?

—No, no, me alojo en el Holiday Inn y no podía dormir. He salido a pasear y, sin darme cuenta, he ido a parar aquí dentro.

—Entiendo. Le aconsejo que vaya a sitios más transitados, con más luz. Edimburgo es una ciudad tranquila, pero no está exenta de sus peligros, señor.

—Muchas gracias agente, lo tendré en cuenta.

Tomó el camino de vuelta al hotel cuando cogió el teléfono y marco un número.

—Steve, escucha, voy a pedirte un favor… No, no es nada de eso, oye: tu amigo el expolicía, tendrías que pedirle una cosa, te explico.

Estuvieron hablando más de diez minutos hasta que llegó a la puerta del hotel. Allí paró y terminó de hablar con Steve.

—De acuerdo, yo estaré toda la noche en el hotel. Llámame en cuanto lo tengas, o sube, que te daré el dinero. La 171, correcto. Gracias, Steve.




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