18.
Casi tres días después de abandonar la isla, Calassanç volvía a poner sus pies en ella. Las cosas habían variado sustancialmente. Marchó por un motivo, por una chica, y regresó con una mujer en mente.
Y estuvo en la cama con las dos.
Por separado.
Pagando. En el primer caso una tarifa estipulada, en libras esterlinas; en el segundo caso, una deuda moral o como quiera llamarse, pero deuda al fin y al cabo. Quedó saldada.
Fue a The Mortimer´s, el supermercado local de aquel pequeño pueblo de pescadores y turístico. Allí compraría lo esencial hasta el viernes. Ese día volvería a comprar, ya que era el día habitual en que lo hacía; de paso le diría al hijo del señor Mortimer, Scott, si lo podría llevar hasta su casa junto con el reparto.
—Faltaría más señor “Cala” —este era el mote con que Mortimer había bautizado a Calassanç, más corto y fácil de pronunciar por aquellas latitudes—. Pase por la tienda de aquí a media hora y Scott lo llevará.
Para aliviar aquella media hora de espera se dirigió justo al pub que tenía al lado, el Flora Mc Donald. El nombre del local derivaba de una heroína de la guerra de la independencia de Escocia. Cuando el pretendiente católico a la corona de aquel país, Charles, fue derrotado en la batalla de Culloden, este escapó cómo y por donde pudo, vagando por aquellas tierras, y fue precisamente la mencionada Flora, de religión protestante, la que le ayudó a escapar a la isla de Skye, cerca de Portree, y por estos lugares está enterrada y, ciertamente, respetada.
Le sirvió una Caledonian la simpática Deirdre. Este nombre en el idioma gaélico escocés significa “Corazón roto”.
—Me encanta tu nombre, Deirdre. Si un día tengo una niña se lo voy a poner, aunque creo que lo descubrí demasiado tarde.
Ella sonrió, como siempre que se lo decía, y le contestaba también lo de siempre:
—Eres aún joven Calassanç, tienes tiempo. Y en esta isla andamos escasos de niños, verás como sí.
Él sonreía, melancólicamente, le pagaba la cerveza y le daba siempre una propina repitiendo su nombre: “Deirdre, bonito nombre”,
Scott conducía su camioneta por un camino de tierra de dirección única. Si venía un vehículo de cara para esquivarlo era tan simple como salirse de la carretera y conducir por el campo, así de sencillo.
—Has estado en Edimburgo unos días, ¿no? —le preguntó el joven.
—Exacto, Scott. Debía atender asuntos del cuerpo y terminé también atendiendo asuntos del alma, por decirlo de algún modo.
—¿Eres religioso? Si es que te puedo hacer esa pregunta. En los pueblos pequeños, como Portree, la gente acostumbra a serlo. Me cuento entre ellos.
—No me refería a ese tipo de asunto, el del alma. ¿Si lo soy? Fui educado en ello, por lo tanto mantengo las raíces de mi cultura, pero como casi todo el mundo. Hay demasiadas cosas que no entiendo. A eso hay una solución, se llama fe. Por otra parte, la teoría de que de la absoluta nada haya en el universo tantos miles de millones de galaxias, y en ellas otros tantos de soles, planetas y satélites, todo ello surgiendo del vacío absoluto, ¿qué quieres que te diga? Por mucho que digan los físicos teóricos también tengo mis dudas, así que prefiero no pensar demasiado en ello.
Scott se quedó pensativo un rato.
—Sí, es cierto, es todo muy complicado —dijo el chico al fin.
—Bueno, ya hemos llegado. Gracias Scott. Lo dejamos aquí en la puerta, yo lo entraré. Toma, 5 libras para ti. Hemos hecho una buena tertulia, muy culta, pero otro día hablamos de fútbol o de rugby.
—O de chicas.
—O de chicas —aceptó Calassanç sonriendo.