Norte

20

20.

Tenía las manos ocupadas entrando las bolsas de la compra cuando sonó su móvil. Tardó lo suyo en poder contestar.

—Sí, dime —por el número vio que era Elba.

—Hola. Creí que no lo cogías, estaba ya a punto de colgar.

—No, estaba entrando unas cosas en casa y… Da igual. ¿Ocurre algo?

—No, no. Te llamo para decirte que este fin de semana vendré a tu casa. Si es que la invitación sigue en pie, claro.

—Evidentemente. Lo has decidido muy rápido, ¿no?

Elba estuvo unos segundos sin hablar.

—¿Elba?

—Perdona, es que, bueno, Amy y yo hemos tenido una… unas discrepancias… laborales… y… algo personales… que bueno, necesito distraerme, no quiero estar en Glasgow este fin de semana.

—Claro, claro, ven cuando tú desees, no tienes ni que decírmelo. Es tu casa también.

—Gracias Calassanç, era por eso que te he llamado. Bien, te dejo que tengo cosas que hacer. Hasta luego.

Terminó Calassanç de entrar y colocó todo lo comprado en el lugar pertinente. Se dio una rápida ducha reconfortante, preparó una buena cafetera y fue a su lugar habitual de escritura, una mesa grande con ordenador, colocada frente a un gran ventanal enfocado hacia el acantilado. Encendió el primer cigarrillo del que sería una larga serie de ellos, aspiró el humo, lo mantuvo el tiempo suficiente en sus pulmones, y lo expulsó.

Empezó a teclear.

“Esta vez sí lo tengo”, pensó convencido de ello.

Las nueve de la noche, tiempo en calma y noche estrellada. De vez en cuando paraba y se daba un respiro, se levantaba, andaba unos pasos y se plantaba enfrente del inmenso ventanal. Miraba el horizonte y el firmamento, y pensaba, y al pensar aparecían nombres, nombres de persona con rostro definido, con historia, unos alejados para siempre, otros, con afecto, pero en la distancia, y otros que estuvieron desaparecidos y ahora… ¿Ahora qué?

Una llamada a su teléfono móvil hizo que se difuminara la imagen que dibujaba su mente.

—Mary, menos mal que das señales de vida. ¿Cómo estás?

—Perdona por haber desaparecido, sé que me llamaste un montón de veces. Lo siento de veras, pero tenía que pensar, reflexionar, y desconecté el móvil todo el fin de semana. Hoy sí he ido a la universidad, vida normal de nuevo. Y estoy bien, gracias por preguntar.

—Me alegro mucho. Siento lo que ocurrió el sábado, no sé cómo disculparme.

—¿Disculparte tú? Tú no tienes nada de qué disculparte, Calassanç. Además, aquellas mujeres tenían simplemente la razón, dijeron la verdad. ¿Acaso no soy una puta?

—Mary, no vuelvas a decir eso —le recriminó Calassanç.

—Calassanç —hablaba Mary con voz muy afectuosa—, seamos realistas. Yo me acuesto contigo y con un par más de hombres y, tú lo sabes, lo hago por dinero, para tener con qué pagar mis necesidades básicas. Pero el dinero lo podría conseguir trabajando, como la mayoría de las chicas, es así. Cierto que lo que gano en una sesión necesitaría una semana de trabajo convencional, cierto que haciendo lo que hago puedo dedicarme plenamente a mis estudios, que del otro modo me sería más difícil, sí, es verdad, pero lo envuelvas cómo lo envuelvas, lo que hago con mi cuerpo solo tiene un nombre, y ese nombre es prostitución.

Calassanç solo respiró hondo, esperando por si Mary tenía algo más que decir como, efectivamente, así fue.

—Pero he tomado una determinación, quedan dos meses para que termine el curso. Después de esos dos meses dejaré de… alquilar mi cuerpo. Ya buscaré algún pequeño trabajo, algo saldrá.

—Me alegra mucho que tomes esa decisión. Estar contigo era un placer, y nunca mejor dicho, pero aplaudo lo que vas a hacer.

—Gracias Calassanç, sé que lo dices de verdad, con el corazón. Eres muy diferente a la mayoría de hombres y de chicos que conozco. Me gustaría que antes de que pasen estos dos meses, antes de cumplir mi promesa conmigo misma, no sé, que nos encontráramos un día… sería en plan amigos, ¿entiendes? Sin dinero de por medio.

—Agradecido, pero lo que debes hacer es buscar gente de tu edad, buenos chicos, que te quieran por lo que eres, no por lo que puedas darles. En cuanto a vernos, claro, algún día tomaremos una cerveza, faltaría más.

—De acuerdo. Llámame de vez en cuando, o todas las veces que desees, adiós, Calassanç.

—Cuídate mucho, Mary.

Mary se cruzó de brazos y se mordió los labios. Tenía una premonición y era que aquella pérfida mujer había entrado dentro de Calassanç. Ignoraba cómo, pero se lo había usurpado.

Las horas de aquella semana transcurrían lentas y pesadas. Solo era miércoles por la mañana. El día anterior Amy y Elba no se habían dirigido la palabra. La primera de ellas intentó pasar solo lo preciso en el despacho conjunto de ambas, una hora apenas. Elba, sintiéndose inocente de culpa alguna, no quiso ceder tampoco y el mutismo empezó a hacerse rutina simple.

—Te he dejado al lado de mi ordenador el escrito solicitando currículos para plaza de director ejecutivo. Te lo lees. Si te parece correcto lo envías, o lo vuelves a dejar y lo envío yo —dijo escuetamente Amy, saliendo seguidamente del despacho.

Elba dejó lo que estaba haciendo y se acercó hasta la mesa de la que había sido su amiga hasta hacía un par de días. Cogió y leyó el papel.

Cuando terminó de leerlo, negaba con la cabeza al tiempo que Amy regresaba.

—Amy, te has saltado a propósito uno de los principios de la empresa. Has puesto se busca director ejecutivo, y no has puntualizado que debe ser del sexo femenino.

—¿Qué más da? Si lo hace bien…

—No es que lo haga bien o mal. Sabes perfectamente que la dirección técnica ha de ser femenina para equilibrar la discriminación laboral de la mujer. Y para el personal subalterno, en igualdad de condiciones, tiene preferencia la mujer también. Esta hoja se debe rectificar toda.

—Yo no me refería a si lo hace bien lo de director, era a otra cosa.




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